Cuenta la historia que un sabio persa llamado Maniqueo (nombre latinizado de Mani) predicaba una doctrina que fundamentalmente se basa en la lucha de dos conceptos opuestos entre sí, y filosóficamente irreductibles. Luz y sombra, arriba y abajo, dentro y fuera, blanco y negro, bueno y malo. El maniqueísmo, por esencia excluyente, define que la existencia del ser humano, y de lo que le rodea, es una eterna lucha entre esos dos principios (alma y cuerpo, materia y energía) cuya ausencia o presencia determinan, por ejemplo, lo bueno o lo malo que se es y por lo tanto lo susceptible de recibir como premio la divinidad.
Actualmente se utiliza el concepto al adoptar tajantemente una postura en detrimento de otra que se supone contraria. En política este fenómeno lo apreciamos, pues es sabido que las posturas y conceptos se radicalizan en este mundillo apasionante. No hablo solamente de las posturas ideológicas que, al ser enarboladas por distintos partidos políticos, se suponen contradictorias, pues resulta entendible que los simpatizantes con un partido no coincidan con las ideas de otro. Me refiero al maniqueísmo que se pone de manifiesto cuando se cree que los conceptos antagónicos son aspectos subjetivos como la ciudadanía y los políticos, ricos y pobres o quienes accedieron a una educación universitaria y entre quienes no tuvieron la posibilidad de acceder a la misma.
Algunos discursos se escuchan en ese sentido: en esa idea romántica de la pobreza todas las virtudes se le cargan al que nada tiene. Entonces debe ser honrado, luchador, debe esforzarse en demasía, lo cual es garantía de bondad; por su parte el rico posee, porque seguramente se lo apropió, lo ganado es con el sudor “del de enfrente”, total, su inmerecida riqueza es producto de la fortuna.
Hemos llegado al absurdo de justificar la aparición de las candidaturas independientes, que en lugar de hacerlo derivado de la evolución del sistema electoral, lo hacemos ante el hartazgo de no tener una opción válida en un sistema acaparado por los partidos, como si el hecho de pertenecer a un partido político automáticamente hiciera de la ciudadanía alguien de naturaleza mala que recuperaría la bondad simplemente con abandonar las filas del instituto político.
Haciendo una reflexión, la postura maniquea es caer en el “siempre” y el “nunca”, en el “todos” y el “ninguno”. Es la falsa conclusión que admite como premisa mayor que la pobreza debe ser buena, o que todo lo que se encuentra en los partidos es malo. Y no quiero con ello desprestigiar toda esa escuela filosófica, sino poner en contexto que es difícil vivir entre dos conceptos radicales.
Imaginemos una vela en un cuarto oscuro que irradia luz. Obviamente entre más cerca esté la fuente de luz de un espacio determinado éste será alumbrado, hasta desvanecerse el haz y quedar en completa oscuridad. Es lógico que al ser dos opuestos, donde no hay luz habrá oscuridad, pero también tenemos que conceder que habrá una zona donde la iluminación no es la suficiente aunque no habrá oscuridad total. Eso es la penumbra. Si trasladamos esos ejemplos al blanco y negro, encontraremos zonas grises, ni tan blancas, ni tan negras.
Particularmente considero que las generalizaciones nos permiten clarificar ejemplos al tratar de explicar, pero ser utilizados como argumentos resulta peligroso precisamente porque, en el ejemplo, no podemos afirmar que todos somos buenos o todos somos malos. En ese sentido, y siguiendo con las analogías gnósticas, comparto más la alegoría del taoísmo que la dualidad tajante del maniqueísmo. En la representación de los conceptos contrarios, el yin y el yang, ambos opuestos se complementan, necesitan unos de otros, y no solo eso, sino que todos los buenos tenemos algo de malo y todos los malos algo de bueno.
En esta reflexión invito a no prejuzgar. Los partidos políticos, por naturaleza, son instituciones conformadas por ciudadanos, por lo que no hay “partidos buenos” y “partidos malos”. Es válido tener preferencias, como tan válido es apoyar a un aspirante a candidato independiente que, igualmente no podemos etiquetar de “buenos” y “malos”. El llamado en todo caso es a participar, investigar la trayectoria de quienes, con partido y sin él, pretenden ser postulados, lejos de subjetividades. Estamos a un par de días de que terminen, tanto el periodo de precampaña de los partidos políticos, como el de recepción de apoyo ciudadano para los aspirantes a candidatos independientes en aquellos municipios de menor población. Si usted puede y quiere participar, adelante; en unos días culminarán dichos periodos en todo el estado, y después sigue el periodo de campañas abiertas a la ciudadanía. Sería bueno que participáramos todos con mejores argumentos, más allá del discurso maniqueo de buenos y malos.
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