Lo sabemos: son las narrativas las que ganan elecciones. No lo son la exposición detallada de políticas públicas ni la demostración de capacidad ejecutiva para la toma de decisiones. Además, dichas narrativas son más eficaces electoralmente cuando están envueltas de un manto moral que encaje bien con los valores de la mayoría. Una narrativa fracasa, adicionalmente, cuando no es capaz de señalar a un enemigo y desmarcarse de su sombra. El enemigo de la 4T, lo sabemos todas y todos tras los discursos de Andrés Manuel López Obrador el día de su toma de posesión, es el neoliberalismo.
¿Qué entiende AMLO por neoliberalismo? Es difícil saberlo. Al parecer, por neoliberalismo piensa en políticas económicas que durante algunas décadas han llevado a una “minoría rapaz”, a una “mafia del poder”, a unos “fifís”, a enriquecerse a costa de la mayoría “jodida”. No obstante, López Obrador amplía el rango del concepto: no sólo se refiere a políticas económicas, sino a políticas públicas de toda índole y, aun, a las instituciones que durante décadas han construido los políticos que le antecedieron. Por neoliberalismo entiende, esquemáticamente, todo lo que no es él y su movimiento social (ahora partido político hegemónico) y que le antecedió. Así lo señaló en San Lázaro: “El distintivo del neoliberalismo es la corrupción. Suena fuerte, pero privatización ha sido en México sinónimo de corrupción. Desgraciadamente casi siempre ha existido este mal en nuestro país, pero lo sucedido durante el periodo neoliberal no tiene precedente en estos tiempos que el sistema en su conjunto ha operado para la corrupción. El poder político y el poder económico se han alimentado y nutrido mutuamente y se ha implantado como modus operandi el robo de los bienes del pueblo y de las riquezas de la nación”.
Aquí conviene hacer un alto aclaratorio. En términos muy generales, el neoliberalismo es una especie de actualización del liberalismo clásico laissez faire, que aboga por un intervencionismo estatal mínimo. En la actualidad muchos asocian al neoliberalismo con una amplia gama de políticas que buscan una miríada de objetivos: el libre comercio, la liberalización de la economía, la reducción del gasto público, la reducción de impuestos, la reducción de la deuda pública, y la casi nula intervención del Estado en la sociedad y economía en favor del sector privado.
Uno de los manuales de uso, fundamentación teórica y libro de cabecera del neoliberalismo es Anarchy, State, and Utopia de Robert Nozick, publicado en 1974, y que constituye una crítica a la defensa de la justicia distributiva de John Rawls, expuesta en su obra A Theory of Justice. Para Nozick, como para los neoliberales, el Estado ideal es uno mínimo. Desde el Prefacio a su obra, Nozick muestra sus cartas: “Mis conclusiones principales sobre el Estado son que un Estado mínimo, limitado a las estrechas funciones de protección contra la violencia, el robo y el fraude, de cumplimiento de contratos, etcétera, se justifica; que cualquier Estado más extenso violaría el derecho de las personas de no ser obligadas a hacer ciertas cosas y, por tanto, no se justifica; que el Estado mínimo es inspirador, así como correcto. Dos implicaciones notables son que el Estado no puede usar su aparato coactivo con el propósito de hacer que algunos ciudadanos ayuden a otros o para prohibirle a la gente actividades para su propio bien o protección”. Así, Nozick resumió los ideales neoliberales: Estado mínimo, seguridad como objetivo central del Estado e intervencionismo estatal mínimo o nulo.
¿Es AMLO un enemigo consistente del neoliberalismo? No lo creo. Si bien es cierto que López Obrador es un defensor a ultranza de la justicia distributiva (por ello sus políticas sociales de redistribución a los grupos sociales menos favorecidos), y ello lo coloca en las antípodas de Nozick y los neoliberales, en los aspectos centrales de su gobierno Andrés Manuel es el campeón del neoliberalismo. Su gobierno ha emprendido medidas que pocos neoliberales, aunque deseosos, se hubieran atrevido a implementar. El objetivo central de la 4T -más allá de un ataque, al menos verbal, a la corrupción de las elites y los funcionarios públicos-, que le llevará a enmendar la Constitución, es la seguridad pública. Está también claramente a favor de incrementar el presupuesto de Sedena, a la cual dejará el mando operativo (no administrativo, sea lo que sea que quiera decir con ello) de la Guardia Nacional. Pero lo más acuciante es su deseo de adelgazar el aparato burocrático e institucional del Estado. Andrés Manuel desea un Estado mínimo, como un buen neoliberal de libro. El presupuesto de egresos, diseñado por Gerardo Esquivel en la etapa de transición, fue claramente aplaudido por los neoliberales. AMLO también ha expresado su intención de no aumentar los impuestos y conservar el pacto fiscal, lo que también le ha ganado una ovación neoliberal unánime (de Luis Pazos, por ejemplo, quien cree al estilo neoliberal que los impuestos son un robo).
Mi mayor preocupación con este nuevo neoliberalismo esquizofrénico (o, al menos, disonante) de la 4T es su golpeteo a las instituciones. Cuando la 4T abandone el gobierno —sea en seis, doce, dieciocho años— ¿cuál habrá sido el destino de las instituciones que nos llevaron décadas de construcción paciente? Es posible que, bajo el mando de AMLO, cuya honestidad al parecer no tiene mancha, sea más efectivo eliminar las instituciones que corregirlas. Recordemos que es un gobierno que tiene prisa. Pero ¿qué nos quedará para protegernos de los abusos del poder cuando nuestro presidente honesto deje el gobierno? ¿Quedarán algunas instituciones en pie? Lo que es seguro es que nos quedarán muchas tarjetas de Banco Azteca repartidas por todo el territorio nacional para seguir construyendo nuevas clientelas políticas. C’est la vie en la 4T.
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