Are you feeling me?
Let’s do something, let’s make a bet
‘Cause I, gotta have you naked by the end of this song…
Rock your body– Justin Timberlake
El Super Bowl es tanto un evento deportivo de futbol americano que se celebra como fin de torneo entre los equipos de su liga, como un poderoso escaparate del negocio del entretenimiento norteamericano, que igual sirve para presentar cantantes o agrupaciones, como para dar a conocer campañas comerciales y adelantos de películas. Es en esa medida en la que debe tomarse, como un producto para entretenimiento. Sin embargo, por la potente penetración mediática que este tipo de eventos tiene en la cultura popular, es que reviste de cierta importancia que excede los ámbitos netamente deportivos o comerciales.
Así, el llamado “espectáculo del medio tiempo” del Super Bowl ha tomado una identidad por sí mismo, de tal suerte que muchas personas esperan más ese espectáculo que la contienda deportiva que -se supone- es el atractivo central. Es este espectáculo de medio tiempo ha habido de todo, y pareciera que es un compromiso tácito con el espectador el que cada emisión sea más fastuoso, más potente, mejor producido, más vistoso. En ese espectáculo se han presentado cantantes y agrupaciones de casi todo tipo en la cultura pop norteamericana, y es un escaparate de privilegio para quien le toca mostrar su trabajo ante -prácticamente- el mundo.
Pues bien, en el pasado Super Bowl, para el espectáculo del medio tiempo, se presentó una agrupación llamada Maroon 5, cuyo cantante Adam Levine (en un momento dado del show) se desnudó del torso. Entre los espectadores cundieron las opiniones, sobre todo las de carácter sexual, que centraban su argumento en la anatomía del cantante. Aunque pareciera que hay mucha frivolidad al escribir de esto, el comentario es importante ya que implica una fuerte carga de doble moral y de sexismo en este tipo de espectáculos, que -gracias al semidesnudo de un cantante- podemos ver con claridad.
Hace justo 15 años, también en el espectáculo de medio tiempo del Super Bowl 2004, los cantantes Janet Jackson y Justin Timberlake protagonizaron el show, mismo que terminó con un acto premeditado -y evidentemente trucado- en el que Timberlake jalaba el vestuario de Jackson, arrancándole el escote. Nipplegate fue el nombre que la opinión pública norteamericana acuñó para nombrar a ese pequeño “escándalo” de exhibición, que fue visto por unos 143 millones de espectadores. Luego de ese “escándalo”, la Federal Communications Commission (FCC) de Estados Unidos multó a la cadena CBS (que transmitió el espectáculo) por 680 mil dólares. Timberlake tuvo que pedir disculpas y Jackson se vio afectada por la pérdida de contratos a raíz del incidente.
¿Por qué no se utilizó el mismo rasero en ambos casos, con Levine y con Jackson? ¿Qué es lo que vuelve más impúdica una exhibición que otra? ¿De qué manera hemos cosificado la estética anatómica y por qué asignamos diferentes valores de acuerdo al género? ¿Qué diferencia tiene un cuerpo leído como masculino respecto a otro cuerpo que se lee como femenino, a la hora de exhibirlos en horario prime time? ¿Estas distinciones son trasladadas a otros ámbitos de la construcción de roles de género? ¿Nos habíamos dado cuenta de este sinsentido? ¿Nos ha interesado corregir para lograr un piso parejo en este tema?
Evidentemente tenemos estándares dobles al tratarse de hombres que al tratarse de mujeres. Por eso no es de extrañarse que la gente menos preparada aún no entienda los roles no binarios, o cualquier otra expresión de género que se aleje del “azul-niño, rosita-niña”. Sin embargo, al ser tan obvia esta doble estandarización ¿Qué podemos hacer para corregirla? Los medios de comunicación, como formadores de opinión y propagadores de cultura, tienen gran responsabilidad en el tema. Lo vemos ahora, que se expone en un espectáculo de alcance global, pero nos hacemos sordos y ciegos cuando ocurre a diario, en la inequidad salarial, en las tradiciones sobre la crianza y lo doméstico, en la generalidad de privilegios masculinos que se asumen naturalmente mientras las mujeres deben esforzarse más que sus pares varones.
Si escarbamos en nuestra raíz antropológica, nos daremos cuenta de que -en el fondo- lo que habita es un fortísimo constructo que cataloga a la mujer sexualizada como “pecaminosa”, como “tentadora”, y -por extensión- como amenaza a la virtud. En fin, si esta visibilización es posible gracias a un espectáculo masivo, que así sea; pero no nos ceguemos al hecho de que ocurre a diario, en nuestra cotidianidad, en espacios en los que a nosotros nos toca reconocer y corregir el problema. Para empezar ¿Sí notamos que hay un problema, o es que somos demasiado tontos?
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