No se le hace que está de moda desacreditar a todos y a todo, si no comparte mi visión, mi política, mi forma de ver las cosas entonces lo desacredito, no vale su opinión porque no coincide con la mía. Me recuerda a un pariente lejano aficionado a uno de los equipos más populares de la ahora progresista nación que nos vio nacer a la mayoría de nosotros; desacredita al resto de los clubes deportivos, pues considera que no son lo suficientemente buenos, organizados, adinerados, honestos, derechos, como para estar a la altura de la liga, el resto son una basura, vamos, hasta los colores y los nombres los hace menos. Su esposa, la tía casi perfecta, a pesar de su edad conserva buena figura, por lo tanto, todas las demás mujeres son obesas, no toque el tema de la belleza, la salud o el estilo de vida porque seguramente saldrá raspado, no escribe columnas de opinión porque no me quiere dejar sin chamba, no hay mujer más admirable que ella y aunque no cocina habitualmente cuando se decide, el chef más experimentado lo hace ver como de las ligas menores. Así la pareja de tíos lejanos, seguramente sí le rasca tantito usted se encontrará con uno que otro pariente con este tipo de conducta ¿o será con este tipo de complejos?
La cosa es que de pronto a todos nos sale lo desacreditadores para dar a entender que lo que hacemos está mejor que lo demás, a pesar de todos nuestros males, somos un país de mexicanos perfectos, todo lo hacemos bien y de calidad, no entiendo por qué de pronto en las organizaciones surgen tantas pifias. Los mejores, o dígame si no le ha pasado por la mente decir: “ese Azócar, escribe con las patas, yo debería buscar un espacio para escribir, que la gente lea una columna de calidad y no esta basura”. Es como esa parte que tenemos todos y que, aunque la ocultemos habita en nosotros, llámele como quiera, pero ahí está y siempre ronda en nuestra cabeza. Está bien, como dirían por ahí, así somos y qué, pero el problema se magnifica cuando la cabeza del rebaño desacredita todo de manera radical, no hay nada que se haya hecho bien en toda la historia de la política mexicana, bueno, no se crea, sí, con Juárez. Pausa aquí, antes de seguir con mis descalificaciones quiero ubicarme y entender qué diablos es un gobierno progresista y qué debe hacer por el bien del rebaño de borregos. Los que saben de esto dicen que un gobierno con estas características está a favor de la lucha por la evolución auténtica para todos los habitantes de una nación en aspectos individuales y sociales. Eso quiere decir que esta corriente está basada en una perspectiva humanista y que los políticos que conforman los cuadros de mando y ejecución trabajen para todos los ciudadanos sin distinción de raza, clase social, cultura, religión, género o preferencia sexual. La idea es que todos tengamos igualdad de oportunidades y que los derechos individuales y colectivos sean respetados. El fin último de un gobierno progresista es alcanzar la transformación social que permee a toda la humanidad.
Entonces y después de esta definición me quedan más dudas del proceder de nuestros nuevos líderes, si mal no recuerdo dejamos atrás el neoliberalismo para entrar al progresismo, a ver; tenemos un gobierno progresista o de izquierda, o populista, cómo lo puedo definir, pero lo más importante, en qué me va a beneficiar. La definición dice que la clase política debe trabajar para para todos los ciudadanos sin distinción de nada, no importa la raza, la clase social, la cultura o la religión y muchos menos las preferencias sexuales o el género, bien, de pronto me topo de frente con que existe una clase fifí sinónimo de superficialidad, poder adquisitivo alto, dinero mal habido, los malos del cuento en pocas palabras, los que hablan mal y desacreditan todas las buenas acciones e intensiones del nuevo esquema político del país, sin embargo, esos fifís se ganaron el mote por las ocurrencias del primer mandatario de la nación, con la clara intensión de desacreditar a todo lo que antepone la tan famosa palabrita, prensa fifí, políticos fifís, empresarios fifís, todo fifí y con eso entiendo yo que el mensaje es claro, desacredito lo que no está dentro de mi marco de acción.
Del primero de diciembre a la fecha hemos pasado por una serie de crisis que nos dejan mal parados en la política interna y obviamente en las relaciones internacionales, cada semana es buscar y encontrar a quién desacreditar, sin distinción de raza, género, cultura, clase social, etc., que me dice de estos últimos días y el pleito con los organismos autónomos, son una farsa dijo él, con qué argumento digo yo. En nuestro país esa figura de órganos constitucionales autónomos tiene su origen en la década de los 90, la esencia, compartir funciones esenciales del Estado a organismos que no fueran sometidos a ninguno de los poderes, es decir, que ninguna autoridad pública o privada pueda incidir sobre estos, con la finalidad de hacer más transparente el quehacer político que se venia debilitando con los cambios de sexenio y las eternas dudas de inversionistas nacionales y extranjeros. Ahora tenemos siete órganos constitucionales autónomos: Instituto Federal Electoral, el cual avaló el triunfo del señor presidente, aunque ahora diga que son una farsa junto con el Banco de México, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, La Comisión Federal de Competencia Económica, el Instituto Federal de Telecomunicaciones y obviamente la Comisión Reguladora de Energía.
Ninguno sirve, existen conflictos de intereses, no están alineados al señor presidente, desacredita, desacredita, desacredita, al fin que todo el poder se está centrando en un solo ente y la desinformación como aliado para llegar al poder, a caray, pero si ya llegó al poder, ahora qué busca, ¿la inmortalidad en el poder?
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