Para entender el momento coyuntural de emitir un juicio acerca de la “Cartilla moral” que decide impulsar el presidente, Andrés Manuel López Obrador, con el propósito de motivar la renovación ética de la sociedad mexicana, es oportuno situarlo en el contexto evolutivo de la civilización en que estamos inscritos. Para ello tenemos que remontar 2,300 años en la Historia, y a partir de allí las grandes épocas que la han matizado y proyectado, sin omitir desde luego el tránsito por el descubrimiento del Nuevo mundo -1492-, la Conquista de la Nueva España y Mesoamérica en suelos del continente americano, el apocalipsis inducido en la cosmogonía de los pueblos originarios, su ideologización dominante aunque sincrética y superviviente; y desde luego su lenta aunque progresiva liberación democrática, en la que estamos todavía concernidos.
El momento fundacional de esta civilización llamada Occidental Cristiana, se remonta a la Grecia clásica, en que uno de sus grandes pensadores era juzgado, precisamente por supuestamente haber inducido en la juventud nuevas ideas acerca de “los dioses” y de las prácticas sociales al uso que discriminaban entre el bien el mal, tanto para el individuo como para la comunidad humana. El reo de tales acusaciones era Sócrates y la causa de su sentencia discurría así:
“Supongan que, en vista de esto, ustedes me dijeran, Sócrates, por esta ocasión vamos a hacer omisión de lo que diga Anytus y me liberan, pero sólo bajo una condición, que renuncies a dedicarte a esta búsqueda y dejes de filosofar. Si te atrapamos continuando en el mismo sentido, tú deberás ser ejecutado a muerte”.
Bueno, suponiendo, como he dicho, que ustedes debieran ofrecer liberarme sobre estos términos, yo debería responder, Señores, yo soy su muy agradecido y devoto servidor; pero, yo debo mayor obediencia a Dios que a ustedes, y en tanto siga respirando y tenga mis facultades, nunca dejaré de practicar la filosofía y exhortar a ustedes y dilucidar la verdad para cualquiera que encuentre. Yo continuaré diciendo, en mi acostumbrada manera. Mi buen amigo, tú eres un Ateniense y perteneces a una ciudad que es la más grande y famosa en el mundo por su sabiduría y fortaleza. ¿No están ustedes avergonzados de que ponen su atención en adquirir el mayor dinero posible, y cosa similar hacen con su reputación y honor, pero no prestan atención o pensamiento a la verdad y el entendimiento, y sobre la perfección de su alma?
Y si cualquiera de ustedes discute sobre esto y expresa tener cuidado de estas cosas. Yo no lo dejaría ir de pronto o lo abandonaría. No. Yo lo cuestionaría y lo examinaría y lo probaría. Y si pareciera que a pesar de su profesión, no ha realizado ningún progreso real hacia la bondad. Yo le recriminaría por ser negligente respecto de lo que tiene suprema importancia, y poner su atención en trivialidades. Yo haría esto con cualquiera que encontrase, sea joven o viejo, extranjero o connacional; pero, especialmente con ustedes mis conciudadanos, en tanto que son más cercanos a mí, de mi propia familia”. (Apología de Sócrates. 29 c.d.e. – The Collected Dialogues of Plato. Edith Hamilton y Huntington Cairns. Bollingen Series LXXI. Pantheon Books. New York. Cuarta impresión, octubre 1966). (La traducción es responsabilidad mía).
Así nace el pensamiento sobre la moral y la práctica ética de la sociedad, en el mundo occidental-cristiano. Algo nada trivial, algo por lo que se da incluso la vida, algo por lo que vale la pena dedicar una vida entera, algo por lo que no se puede transigir, especialmente cuanto se anteponen antivalores evidentes como el afán inmoderado de riquezas, la reputación, la fama, el supuesto “honor” personal, etc. La búsqueda de la verdad y la objetividad del pensamiento son valores auténticos, por los que vale la pena entregar la vida. Este es el testimonio de un hombre, ante su fatal destino, por razón de querer inducir la suprema libertad de pensar por sí mismo e ir a contracorriente de la ignorancia gregaria con base en la superstición y el mero instinto de gratificación personal y sectaria.
Discutir sobre “la cartilla moral”… no es cosa trivial. Si bien una mente preclara de México, Alfonso Reyes, la ideó, atinó a subtitularla como “Conciencia del Entorno” (Cfr. Editada por la UANL, Letras Universitarias. Nuevos clásicos. Primera edición, 2005. Monterrey México), ella en sí es la apertura de una conversación, y su autor está bien consciente de ello. “Hablar de civilización americana sería, en el caso, inoportuno; ello nos conduciría hacia las regiones arqueológicas que caen fuera de nuestro asunto. Hablar de cultura americana sería algo equívoco, ello nos haría pensar solamente en una rama del árbol de Europa trasplantada al suelo americano. En cambio, podemos hablar de la inteligencia americana, su visión de la vida y su acción en la vida. Esto nos permitirá definir, aunque sea provisionalmente, el matiz de América”. (O., cit., Entorno de América. Pp. 9-10).
Creo que éste sería el abordaje correcto. Una sugerencia para abrir la conversación, no un atrevido recetario de puntos para “hacer” y “no hacer”, el esquema más simplista de una noción de la moralidad, a la par que torpe y miope. Me gusta el reto de analizar la naturaleza “del entorno”… ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿En dónde estamos? ¿A dónde queremos ir?
La indagación originaria de Sócrates es invaluable: la verdad y el pensamiento. ¿Con qué estamos casados a la hora de buscar la verdad? ¿Qué comprometemos de nuestra naturaleza racional-emotiva al buscar indicios de lo bueno o lo malo? ¿La religión es el único y exclusivo acotamiento de esta búsqueda? ¿Por qué una adhesión ética es tan determinante de mi modo de estar, actuar y vivir en la Tierra?
Estas y muchas otras interrogantes comienzan a surgir en el entorno mexicano actual, y se expresan por los medios de comunicación masiva, y repiquetean en la redes sociales, y se hacen tweet’s y encendidas o apasionadas respuestas… Algunos se sienten cómodos ante su propuesta desde la presidencia de la república; algunos otros expresan su fuerte incomodidad con la sola idea de lidiar con el tema; otros más pensarán que es un ejercicio inútil e invocarán como mejor vía el permanecer el statu quo actual, no hablar de ello. Creo que se está dando un paso importante: pensar desde el entorno y enderezar el sentido hacia la verdad y el pensamiento, es decir, desde la inteligencia americana y su entorno.
No hace falta descubrir el hilo negro. Ya existen en el mundo esfuerzos muy serios en esta materia. Y tanto en México como en América Latina tenemos indicios muy claros y ciertos. Cito como referencia, que hace cinco años, en 2014, México fue la sede mundial de la Bioética, ya que hospedó la 10ª Cumbre Global de Comisiones Nacionales de Ética/Bioética y el 12º Congreso Mundial de Bioética, que ocurrió durante los días 25 a 28 de junio de ese año. Su presentación, a la ciudad y al mundo, fue tan sobria como grandilocuente: “En tanto que tenemos claro el concepto de globalización de la economía, los mercados o las redes de comunicación e información, nuestra respuesta hacia los demás y a la conjunción vital que implica el universo, apela a nosotros no sólo en lo individual, sino en lo colectivo. Para tal efecto, la herramienta es la bioética” (Mexico 2014: World Bioethics Venue. 2013, http://conbioetica-mexico-salud.gob.mx).
En el entorno latinoamericano. Tocante a una modalidad de reflexión cristiana de la fe, surgió con pujanza en el año de 1974 en las aulas teológicas metropolitanas de la Ciudad de México, gracias al Seminario Internacional lascasiano organizado por los dominicos en el CUC –centro universitario cultural-, junto a la UNAM, con motivo del V Centenario del natalicio de Fray Bartolomé de las Casas, 1474-1566. Su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” (escrita en 1542 y retocada en 1546 y 1547), es su obra más representativa y connotada. En este encuentro hubo una gran confluencia tanto jesuítica como dominicana, apoyada decididamente por muchas otras denominaciones religiosas católicas insertas en América Latina e inclusive Norteamérica, que visionaron comunitariamente un proyecto liberador latinoamericano de largo aliento. Y uno de sus expositores fue el Dr. Enrique Dussel, precursor sin duda de esta línea de pensamiento. Así fue como se consolidó la empresa apostólica y pastoral de Samuel Ruiz, con la que comulgaban innumerables teólogos, obispos, pastoralistas y aun activistas civiles. Nombre que reivindica el Papa Francisco en su visita a San Cristóbal.
En ámbitos y citas internacionales como ésta, se está deliberando sobre los imperativos éticos para el mundo actual. Y gracias a ello podemos comprender que lo anterior deriva en la ineludible responsabilidad ética que tenemos cada uno de nosotros, y todos como comunidad societal, para el adecuado manejo de las incertidumbres, sean del orden socioeconómico, personal, psicológico, afectivo-emotivo, racional o moral, como también civil y político. Ninguno podemos percibirnos como víctimas inocentes del estado de crisis. Tampoco se requiere que nos sintamos culpables y nos comamos las uñas compulsivamente. Debemos reaccionar de manera pro-activa. Hay que ocuparnos.
Vicktor Frankl, psiquiatra judío, define la proactividad como “la libertad de elegir nuestra actitud frente a las circunstancias de nuestra propia vida”. Por lo que la proactividad no significa sólo tomar la iniciativa, sino asumir la responsabilidad de hacer que las cosas sucedan; decidir en cada momento lo que queremos hacer y cómo lo vamos a hacer. (Nota mía. LJA. Si yo te bajara el Sol… Sábado 14 de marzo 09).
Lo que nos lleva a abrir la conversación con inteligencia del entorno americano, para construir nuestra conciencia y nuestra acción en la vida, como primera sugerencia de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes. De manera que nuestro amplio margen de libertad queda sujeto a lo que determinemos hacer o no hacer de acuerdo al grado de proactividad, con que estemos decididos a enfocar nuestra vida. Poseemos un brillante faro de inteligencia y un motor de combustión interna -pasión por la verdad y el conocimiento- que es el inagotable recurso de un corazón valiente y generoso, como el del sabio maestro, Sócrates.