“La instrucción es la base de la prosperidad de un pueblo”, Benito Juárez.
Todo mundo critica al político, es el centro de la opinión. No importa lo que haga, para bien o para mal, en algún momento existirá una opinión infatúa que intente desacreditarlo. Es normal, la crítica es un elemento esencial en la vida de cualquier individuo que decide dedicar su vida al ámbito político.
No resulta fácil asimilar, que una persona dedicara su tiempo, su fuerza y su convicción como prioridad existencial. En lugar de una rutina dogmáticamente establecida por la sociedad. No resulta fácil dilucidar, que alguien sacrifique el tiempo y a la familia misma por un bien general.
Por muchos años, en la digresión del tiempo, muchas personas han lucrado con las posiciones políticas, ese tipo de acciones han lacerado, dañado y denostado la imagen y la envergadura que reside en todos los políticos y en los actores públicos.
No existe retórica para poder defender lo indefendible, aquellos que optaron por zanjar la responsabilidad que ostenta un ideal, propio de una nación, llevarán consigo el peso más severo de la incongruencia, su linaje quitara todo honor de los actos que lo precedan. Decidieron perder su honor, y aunado a eso, han dejado un contexto manchado y corrompido para quienes han de optar por la actividad política, he ahí el gran reto, o en su caso, la gran condena.
“La sangre joven no obedece a un viejo mandato”, William Shakespeare.
No obstante, debe de existir un epígono para todas aquellas personas que deciden dedicar su vida al ámbito público.
José Martínez Ruiz plasmó en una prosa casquivana, el ejemplo de un singular contexto sobre cómo debe ser un político. El ideal siempre sirve para poder avanzar. Sin importar que se pueda alcanzar como tal.
Coincido en que el político de ser una persona sobria, que tenga una gran tenacidad para manejar problemas y situaciones adversas de todo tipo.
Debe contener una fuerza interna ejemplar, pues las trampas y las traiciones se extenderán en su camino, pero su fortaleza se podrá doblar, pero jamás quebrar.
Su imagen debe de ser impecable, pulcra y asentada en la medianía. Debe consistir en la naturalidad de su esencia, sin exageraciones, pues lo que debe de resaltar en un político es su carácter y su carisma, no las prendas que puedan llegar a ostentar. Deberá cuidar su cuerpo, pues tal y como lo expresaban los textos filosóficos “el cuerpo es la expresión de nuestra conciencia”.
El político también debe tener el don de la eubolia, debe tener la capacidad de ser mesurado y no de no exagerar, participar lo necesario y no caer en el exceso de expresar lo que competa a la propia mesura del ambiente.
Deberá aprender a escuchar, a ser sensible a lo que la gente le comenta, tanto en propuestas como en desgracia y tragedia. Escuchar al grado de entender, hacer conciencia y actuar. Saber asimilar las consultas de las solicitudes, y tener la disposición para ejecutar una resolución.
“Tener el carácter firme es tener una larga y sólida experiencia de los desengaños y desgracias de la vida”, Stendhal.
Sus pretensiones siempre tendrán que estar enfocadas en dejar un mejor mundo para las próximas generaciones, jamás caer en la seducción espuria del materialismo. Sus necesidades deben ser saciadas por el conocimiento, por la filantropía, por la satisfacción de dejar un legado que inspire y que siempre esté sustentado en la virtud.
Su existir, tendrá que estar enfocado en estudiar constantemente lo que sucede en su entorno, en su nación y en el mundo. Su educación y su mente serán los mayores activos que tendrá el resto de su vida. Las ideas y los valores del alma serán sus únicas armas, no tendrá otras, pero tampoco las habrá mejores.
Deberá estar preparado en diversos temas y tener una gran amplitud de conocimientos, sin embargo, su sentido humano será un eje rector para la toma de decisiones, porque al final, la intuición es la reflexión ejecutable de lo inefable.
Su oratoria tiene que ser impoluta, debe tener precisión y diplomacia. Su retórica deberá contener una elevada dosis de sabiduría, puesto que jamás se debe ostentar con superioridad ante alguien más débil, hablando en cuestiones dialécticas. Los mensajes que vaya a propalar, deberán buscar siempre la reflexión y no el aplauso, porque el verdadero hombre de honor no busca la lisonja ni la adulación, busca engrandecer a la perseverancia.
El político deberá construir y preservar su honor, ya que es lo único que se llevará cuando su vida pase al eterno oriente. El honor no es un material que se pueda conservar, es lo sublime que alguien puede recordar, es un legado. Si el político no logra conservar su honor, su existencia habrá perdido sentido.
Sin importar la lejanía de las palabras extendidas, o de los cuestionables que resulten, es menester poner en lo más alto las máximas que un político debe tener.
“Sólo está derrotado, aquel que ha dejado de luchar”, Clouthier.
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