Definitivamente me parece que David Bowie es uno de los músicos más difíciles de entender y consecuentemente de poder apreciar en todo su justo valor su inmensa obra musical. Me refiero a esto, no es uno de esos músicos cuya música puedes poner en tu auto y que te acompañe en tu recorrido. Cuando manejas debes estar atento a todo lo que sucede a tu alrededor y eso, inevitablemente, te distrae de la atención que cierta música merece, Bowie es uno de esos que exigen de quien los escucha toda la atención. Tampoco es recomendable ponerlo en un café como fondo musical para la charla de todos los comensales. Por cierto que esto sería tema de otro Banquete, cómo y en dónde escuchar la música y qué tipo de música. Así como hay libros, que al menos a mí se me antoja leer durante un viaje y otros cuya lectura se apetece en la casa o en un café, en fin, también así hay música apta para ciertas circunstancias y créeme que la música del duque de blanco es para ocasiones especiales.
David Bowie murió hace tres años, el 10 de enero de 2016, es decir, ayer lo recordamos en su tercer aniversario luctuoso y me sirve, ¿por qué no?, de pretexto para compartir contigo el Banquete de hoy y recordar algunas de sus grandes producciones musicales, e incluso darnos el gusto de volver a escucharlo y revalorar su música.
Aunque se considera a David Bowie como un icono de la música popular, considerando que el rock es música popular, difícilmente lo puedo entender como un músico que está en el gusto de las grandes multitudes, de hecho no creo que su perfil sea el adecuado para el llamado rock de estadio, sin duda Bowie se escuchaba mejor en auditorios o salas de conciertos más reducidas en capacidad pero espacios adecuados para una digna audición musical.
Aunque evidentemente Bowie tiene discos que vendieron millones de copias como es el caso de producciones como The rise and the fall of Ziggy Stardust and the spiders from mars de 1972, el siguiente, Aladdin Sane de 1973, Young Americans de 1975, Heroes de 1977, Let’s dance de 1983 son algunos de los discos que más vendieron, no son necesariamente los mejores, aunque definitivamente Ziggy Stardust sí debe estar considerado entre los mejores discos en la historia del rock, pero no por sus ventas millonarias, sino por su incuestionable valor musical.
Desde 1967 que marca el inicio de la carrera musical de David Bowie con la grabación de su disco homónimo -hay que señalar que el segundo, una verdadera joyita y que este 2019 cumplirá 50 años de su publicación también es homónimo, aunque en la reedición de 1972 se le llamó Space Oddity– hasta 2016 que edita su último álbum, el polémico Blackstar suman poco más de una veintena de discos, lo sorprendente es que en 52 años de carrera y con 25 o 26 discos publicados, el señor David Bowie no repite una sola fórmula, en él aplica perfectamente bien el desgastado término de reinventarse, en nadie mejor que en él. Eso de reinventarse suena demagógico, ¿no te parece?, todo mundo habla de reinventarse, el término está más sobado que un desodorante, pero en el caso de Bowie es justificada su aplicación, se cumple cabalmente con el contenido de esa palabra, en efecto, Bowie se reinventaba en cada uno de sus discos, yo creo que esa es una de las claves de su éxito. Mira, por ejemplo, con algunos de los grandes exponentes de rock podemos clasificar su carrera por etapas, incluso con gigantes como Led Zeppelin, Pink Floyd, The Beatles o los Rolling Stones que cada etapa de su carrera integra tres o cuatro discos, o agrupaciones como Yes o Deep Purple que con sus constantes cambios de integrantes se iba modificando su sonido, pero en el caso de Bowie esto no es posible porque cada uno de sus discos es distinto, incluso cuando una fórmula le funcionó en un disco, prefiere correr el riesgo y cambiar por completo su discurso musical para su siguiente producción, cada disco es diferente, no hay un estilo Bowie, o en todo caso el estilo Bowie es simplemente que no hay líneas definidas y todo fluye en un libre y constante devenir, creo que esta es una de las razones por las que debemos considerar a Bowie como uno de los inmortales del rock, esto, sin duda, es mucho más importante que la cantidad de discos vendidos o los premios ganados, ya sabemos que la calidad en el arte no está necesariamente relacionada con el reconocimiento público, de hecho se reconoce más lo desechable, lo perecedero porque invariablemente es lo que cuenta con mayor atención mediática y esto suele confundir a las grandes audiencias.
La posición de David Bowie, cuyo verdadero nombre es David Robert Jones, en el amplio panorama del rock es muy difícil de definir, de hecho valdría la pena cuestionarnos si a Bowie lo debemos considerar como un músico de rock, su potencial creativo rompe las barreras y está más allá de cualquier intento de clasificación, además de que su trabajo en el arte lo ubica también como actor. Bowie pertenece al nirvana del arte contemporáneo, ahí está con personalidades como Frank Zappa, Robert Fripp, John Lennon, Andy Warhol, Jim Morrison, James Dean, todos esos artistas que sienten la vida con demasiada intensidad para poder soportarla, exactamente como sucedía con el esbelto duque de blanco.