Límites: la vida como una progresión de límites. Hasta cuándo y hasta dónde voy a permitir que la cotidianidad sea alegría o sea tristeza. El otro día vi a unos hombres beber y apostar en una vulcanizadora de noche y sentí envidia. Todavía estoy tratando de comprenderlo. Intento desmenuzar lo que me parecía envidiable de ese escenario de llantas, de hule y de artilugios mecánicos. ¿Los cigarrillos, el alcohol, la mano del muchacho más joven? ¿La camaradería? ¿La libertad, el compadrazgo en el negocio? ¿Confundí una graciosa huída con algún engaño de libertad desmedida? Hice un examen de mis propias noches: lectura, videojuegos, televisión, caminatas de una hora para platicar de la supervivencia o de los pokemones. Mi esposa en su lado del sillón y una perra orejona y gorda encima de mí. ¿Desearía estar en otra parte? ¿Siento una carencia o una caries? ¿Es la innata capacidad humana de inventarse el ser desgraciado? ¿O nomás tuve un antojo, un capricho?
El llano en llamas: no hay nada más horrible que una montaña de cuerpos calcinados aunque algunos comentaristas de ocasión lo intentan cuando escupen un “bien merecido se lo tenían por ladrones”. Nunca han tenido que bañarse durante meses para limpiar el hedor de la grasa chamuscada, pero, a su vez, no sé cuán alejados están de la sensiblería fácil, sin crítica. He leído de reojo, y sin mucha seriedad, las notas que hablan de aquellos habitantes: bailaban y reían bajo la gasolina como querubines indiferentes a la desgracia humana. Las cosas están tan tensas que nadie ha querido hablar de ello, todos han querido hablar de ello. Si yo tuviera que decir algo, diría que desde Lázaro Cárdenas vivimos con la idea de que el petróleo es nuestro futuro, el petróleo nos pertenece, el petróleo es el patrimonio de todos los mexicanos. Ideas propagandísticas que combinan bien con el ejército y el himno nacional ya bien instaladas en la médula mexicana. Si algún expresidente quiso defender el peso como un perro, cuántos ingenieros y soldados y padres no han musitado en voz baja que defenderán al petróleo como “en cada hijo un soldado te dio”. Se pueden decir muchas cosas pero el pronóstico cada vez es más cruel: el petróleo sólo traerá desgracias.
Libertad: antes de López, inicialmente parecía construirse una imagen de libertad en los huachicoleros, los piratas de nuestro tiempo. Robin Hood vive entre los ductos de Pemex. Era fácil encontrar notas de pueblos enteros de huachicoleo donde los jerarcas usaban el dinero para repartirlo entre los habitantes, comprar refrigeradores y pagar educaciones. La abundancia del oro negro ha regresado a nuestro país. Ya cuando López nos pintó la posibilidad de que Robin Hood estaba trabajando con el sheriff de Nottingham le cayó caca al pastel. Aprovechando que Errol Flynn apareció en mallas para engalanar el discurso político, se me ocurre que el único ideal verdadero e imposible de todos los hombres es la libertad, pero la libertad no sólo es subjetiva, también es caprichosa. Los hombres de la vulcanizadora me parecieron inusualmente libres y por unos minutos, envidié lo que ellos tenían porque lo mío -insisto que la libertad es caprichosa-, me pareció una prisión.
La prisión, ante todo, es mental: tienen que pasar decenas de años para descubrir la mentira de nuestros padres, los gurús de la autoayuda y un puñado de ted talkers. No todo se arregla con una buena actitud y amar la vida no arregla las pequeñas y grandes injusticias, pero lo hace más tolerable. Estoy deambulando, sí, pero creo que la verdadera prisión es un escándalo de necesidades, deberes y aspiraciones, y las redes sociales y los argumentos inhumanos nos ponen más difícil separar lo más urgente de lo que no. Cada vez es más fácil burlarse de las personas que barren la banqueta y creen que con ello hacen a un mejor ciudadano, pero qué tal si no. Qué tal si en estos momentos necesitamos, precisamente, barrer la banqueta para ofrecer nuestra mano al vagabundo, al confundido, al roto. Ningún petróleo, Robin Hood o presidente salvará vidas pero sí podemos salvar a nuestro vecino, podemos invitarlo a jugar cartas a nuestro negocio y preguntarle, sin miedo, qué está pasando y qué necesita.