La crítica a la Navidad como un “invento” de la mercadotecnia, me parece un reflejo de una sociedad ramplona y pobre simbólicamente. Los símbolos, las fiestas como la de hoy noche tienen un importantísimo valor para las sociedades: por siglos y siglos las han cohesionado y fortalecido, desde aquellas que ya habían observado que estas fechas representaban el fin del periodo más oscuro del año, la muerte definitiva y el renacer de astro imperial: el Sol invictus. Constantino notó la importancia de unificar las fechas para unas y otras creencias: un imperio consolidado a partir de la cohesión social del ritual.
Hay rituales sanos y deseables: encuentro belleza estética en la idea de la unidad familiar y en la creencia que los católicos sostienen sobre estos días. El simbolismo de un dios que decide encarnarse, que decide suspender su condición divina para hundirse en la condición cárnica del ser humano, me parece de una profundidad filosófica proverbial. Un dios que intenta entender a los hombres para amarlos tal como son, para poder entenderlos, juzgarlos en su justa dimensión.
No creo, sin embargo, en las nociones meramente abstractas: pensar en “la familia” como los católicos del Frente lo prodigaron este año, en un modelo inasible que no captura la pluralidad y la particularísima conformación de cada núcleo familiar es, por lo menos, corto de miras. También creo que la embriaguez comprensible de vivir este momento peculiar en donde podemos reunirnos con padres y hermanos, con abuelos y tíos que no tuvimos oportunidad de ver el resto del año nos hace pensar en otras nociones abstractas como la paz y el amor.
Si bien es verdad que la paz también es un concepto más bien esquivo, creo que un pretexto para pensar en ella es valioso. La paz, no en el sentido abstracto sino en el sentido de mera tranquilidad y reconciliación: el encuentro con la otredad. Empezar por el reencuentro con una y uno mismo. Un momento para prodigarnos amor: si el simbólico mito habla de una divinidad hecha carne, también nos conmina, en el sentido inverso, a encontrar la parte de “divinidad” que existe en nosotras y nosotros: la posibilidad de entendimiento y comprensión, en suma, de esa anhelada reconciliación.
La consciencia de la otredad debería también instarnos a pensar en la posibilidad de redescubrir a nuestras y nuestros cercanos. Agradecer a padre y madre por sus bondades, aún con esos errores jamás buscados y largamente evadidos. Pensar en las y los hermanos, en el misterioso lazo perpetuo que nos entrelaza. Pensar en la abuela y el abuelo y en su heroica entrega e ingrata soledad.
Pero también es una oportunidad de repensar las diferencias sociales y económicas la absoluta inequidad que sigue imperando en nuestra sociedad. Cierto es que la caridad no cambiará nada sustancialmente: que el cambio ha de ser estructural o no será y que hay una larga y fatigosa pendiente que recorrer socialmente para tener una realidad en la que todas y todos puedan tener una cena apacible, una sensación de júbilo esta noche. Pero por lo pronto mucho sería pensar en esos privilegios y compartir un poco de lo que tenemos. Aunque sea una sonrisa, aunque sea un abrazo, aunque sea la consciencia.
Momentos oscuros hemos vivido como personas, como familias, como sociedad, pero siempre hay oportunidad de renacer. No estamos invictas, no estamos invictos, pero sobrevivimos. Y podemos volver a brillar.
/Aguascalientesplural | @alexvzuniga