Roma o la caída del imperio / Disenso - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Todos los imperios han caído. No hay estructura monolítica que no se ponga en duda. Eventualmente las estructuras claudican, se derrumban las creencias más robustas. ¿Ha caído ya el México de los setenta? ¿El imperio priista que clamó al mundo su milagro mexicano? ¿Ha cambiado la manera en que los gobiernos se relacionan con sus ciudadanas y ciudadanos, los tabúes, la represión, la distribución económica? Roma es un complejo ensayo, pletórico de belleza poética, ejecutado con una maestría pocas veces vista en una película mexicana.

Tejida con la sustancia de la memoria, Roma resulta, como los recuerdos mismos, a veces entrañable, a veces confusa, exagerada, imprecisa, de dulce melancolía y de implacable dolor. Cuarón construyó una cinta que desborda técnica y perfuma con nostalgia. Sobre las cuestiones técnicas es sobresaliente: el dispositivo es acertado en todos los niveles, con el color de la plata sobre la gelatina, el color de lo que se ha ido, el tratamiento de luz, los emplazamientos de la cámara, la elección de las perspectivas, el justísimo travelling, el obsesivo diseño de audio, las tonalidades actorales, el diseño de producción.

El acierto mayúsculo, sin embargo, se da en la elección de la voz: Cuarón deja que sea la voz del mero recuerdo, el ensueño de la memoria, no es el juicio del adulto, no es el reclamo panfletario, no es la resignación del presente, no es el dolor del pasado. A través de las emociones de sus personajes, de sus preocupaciones, sus furias, sus dolores, sus miedos, teje con soberana precisión un retrato de un México como se recuerda desde la infancia: los cigarros por todas partes, las procesiones y la bandas de guerra, el comercio ambulante, los cines de antaño, la división de clases, la aspiracional clase media que estaba a punto de derrumbarse.

La camada de los directores mexicanos más laureados coinciden comúnmente en la narración del padre ausente: un México que subterráneamente (y a veces arteramente) se construía desde el machismo en todos los niveles. La fortaleza de las madres que debían sacar adelante una familia disfrazando el trance, con proverbial fortaleza, de “aventura”. La infancia que parece soportarlo todo, aunque más tarde descubrirá profundas cicatrices anímicas.

Roma está construida con manos de alfarero: no se ve claro en qué devendrá la masa que delicadamente moldea, y de pronto entendemos toda la complejidad que encarna una sola familia, todas las proezas que libra en un barrio típico, en una casa de fachada casi anónima, todos los milagros de la bondadosa especie de “las nanas”, las muchachas de pueblo que iban a la capital a construir hogar junto con sus patrones. La sutil barrera emocional que se teje entre las familias y sus empleadas domésticas. El infatigable espíritu que se requiere para mantener a flote una familia desde los milagros más simples y las tragedias más vanas: tener listo un té o limpiar la mierda del perro. El temple estoico para seguir viviendo, para luchar por permanecer en medio de un huracán, de un país convulso, de la a veces violenta voluntad de la otredad.

Cuarón hace una entrega que nos recuerda lo que hemos perdido en el camino. Lo que no pudo ser y ya no será. Lo que, de a poco, hemos podido cambiar. Kundera ensaya en La insoportable levedad del ser sobre la maravillosa fugacidad de las cosas: que todo termine por irse nos da una ligereza para soportar la vida, él dice que se descubrió a sí mismo conmovido por unas fotos de la época de la guerra, aunque había perdido familiares a manos de la Alemania nacionalsocialista. Pero el hecho de que todo se haya ido y no vuelva a suceder, piensa, lo hace menos pesado. ¿Es con esta mirada con que el director ve ese México? ¿Se ha ido y eso debe darnos cierta ligereza? O, por el contrario ¿vivimos en un mundo cíclico donde los políticos avasallan desde otros apellidos? ¿Donde la ausencia paternal sigue siendo norma? ¿Donde las clases sociales encuentran reconciliación sólo en el servilismo? ¿El Jueves de Corpus fue y no se repetirá jamás, o nos sigue resultando familiar? El ejercicio de Cuarón es destacado, entrañable y doloroso al mismo tiempo. Quién sabe si ese México priista, aspiracional, machista, convulso ha desaparecido. Lo que parece que sin duda se ha derrumbado es el imperio de la inocencia. Y dudo que la recuperemos.

 

/Aguascalientesplural | @alexvzuniga



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