Los procesos electorales democráticos se basan, como la vida misma, en un principio único de incertidumbre. Nadie sabe lo que va a suceder.
Cuentan quienes nos antecedieron, que durante mucho tiempo las elecciones para renovar a las autoridades gubernamentales carecían de ese principio, pues desde antes de iniciar incluso el proceso electoral, de antemano, se sabía el ganador. Bastaba con que viniera ungido por el dedo señalador de quien ponía y quitaba candidatos, y por ende funcionarios, para saberse triunfador en los comicios.
Incluso, en esos ayeres, la ceremonia de unción se convertía en un acto más importante que la elección misma, pues la campaña, y el posterior día de la jornada electoral ya eran considerados meros trámites, y prácticamente, al ungido le bastaba el simple paso del tiempo para que pudiera despachar ya como diputado, ya como senador, alcalde o gobernador.
Un paso importante en este tránsito a la democracia se dio cuando las elecciones se desarrollaron en un marco de incertidumbre, en cuanto a sus resultados. El estar postulado por tal o cual partido, ya sea en funciones de gobierno u opositor, e incluso recientemente ser candidato independiente, no garantiza de manera alguna un triunfo. Es más, los resultados electorales dejaron de ser mayormente previsibles, y nos encontramos ahora en un punto en donde se presta a la apuesta y a la quiniela de oficina, de manera lúdica, la probabilidad de que un determinado personaje sea considerado ganador en tal o cual elección.
Sin embargo, ese principio consta además de un corolario que muchos olvidan y que es tan certero como la premisa en que se fundamenta: aquel que gana, no lo gana todo ni lo gana para siempre, como aquel que pierde, no lo pierde todo, ni lo pierde para siempre.
¿Qué va a pasar en el proceso electoral que se nos avecina en la entidad durante el nuevo año que estamos por comenzar? No lo sé. Y eso, permítanme decirlo, es bueno.
Gracias a este principio de incertidumbre todas las planillas que disputen algún ayuntamiento habrán de dar su mejor esfuerzo para obtener el voto de la ciudadanía. Aquel que antes se agenciaban de manera fácil, bastando muchas veces la sola promesa de una prebenda, hoy se torna complicado de conseguir. El voto de hoy es reflexivo, es participativo, en muchas ocasiones es informado y, hasta cierto punto, renuente. Ya no cree en la promesa fácil ni en el discurso vacío. Ya sabe que detrás de una sonrisa de postín, puede haber tres o seis años de terror. Bien dicen que el votante no era arisco. Lo hicieron.
Ese no saber qué va a pasar, también debe impulsar a la autoridad electoral a la acción. En mi colaboración anterior hablábamos de retos. ¿Y cómo no observar la dificultad en la elección?, cuando el Ayuntamiento es la célula gubernamental por la cual el ciudadano satisface sus servicios básicos de seguridad, higiene y convivencia social, lo que hace prever un proceso complicado desde la integración misma de las candidaturas.
¿A qué retos nos enfrentaremos? Al hartazgo que puede provocar en el electorado tres elecciones en cuatro años, a que disminuya la participación en la jornada por no poseer el mismo atractivo una elección intermedia a una completa y presidencial, a que los posibles funcionarios de casilla no quieran acudir a los centros de votación porque no hace mucho salieron sorteados, a un procedimiento cada vez más barroco en sus disposiciones para hacer cómputos y recuentos, a la cada vez más segura judicialización de los procesos y que puede hacer que un votante piense que su voto sirve de muy poco cuando un juzgador termina por resolver una elección.
Y luego vienen otros imponderables: ¿y si ese día de junio llueve? ¿y si lo que ocurre va de una ligera llovizna a un huracán? ¿y si hace mucho calor? ¿y si hay juego de futbol, de beisbol o carrera de caballos? En fin, pura incertidumbre.
Una de las fortalezas de la elección local es precisamente que la autoridad organizadora de los comicios conoce palmo a palmo el terreno que pisa localmente, algo muy difícil de apreciar desde el escritorio de la capital. Por lo tanto, cualquiera de los retos debe asumirse con estricto sentido de trabajo, un programa de promoción del voto que privilegie los conductos de comunicación eficaces en lo local, y en general, un plan de trabajo tan rígido que no permita que se desvíen las actividades del curso legal, y a la vez tan flexible, que permita reaccionar eficientemente tras cualquier factor externo que amenace el desarrollo de alguna de las actividades del proceso.
Nuestro reto es sencillo por complejo: habremos de realizar la mejor de las elecciones hasta ahora porque nadie, ni tú, ni yo, sabemos que nos depara esa jornada del mes de junio del nuevo año.
/LanderosIEE | @LanderosIEE