Hoy, el Lic. Andrés Manuel López Obrador es juramentado y ungido como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. En realidad, la ceremonia republicana para asumir la Presidencia de México consiste en “rendir protesta” ante el Congreso de la Unión, y ser investido con la Banda Presidencial, dos actos simbólicos de la transmisión de mando sobre el Estado y el Gobierno del país. Me he tomado la licencia de mencionar: “juramentado y ungido”, para significar el fondo y forma del ancestral acto público de asumir el poder político de un Estado independiente. Pie de guión que me da la oportunidad de reflexionar desde la óptica del análisis de la cultura, acerca de la dirección y sentido a los que apuntan tales actos de poder político.
La jornada electoral del pasado 1 de julio de 2018 marca el acto soberano emanado de nosotros el pueblo cabe el cual instauramos el mandato originario que asigna nominalmente el ejercicio constitucional en la persona del presidente electo. Tuvimos la oportunidad de elegir entre cuatro alternativas viables de proyecto y personas específicas y una quinta más simbólica que realizable.
De las cuatro habidas, una renunció motu proprio, en la voluntad manifiesta de Margarita Zavala Gómez del Campo, de manera que, de los cuatro caballeros contendientes -la sola amazona desertó, antes del segundo debate público con sus contendientes-. Al hacerlo, ‘dejó fríos’ a sus interlocutores que se aprestaban a intercambiar sus puntos de vista con la primera candidata independiente en la historia de México, quien así dejaba consignada su participación terminal para estos comicios. Al tiempo que denunciaba la inequidad de la contienda, y con ello remover la hoguera de las vanidades que aún flameaba con furia en el ámbito político de México,
En sus palabras: “Hice una difícil reflexión, muy difícil, pero en conciencia, viendo el sentido de mi candidatura, las consecuencias de las mismas y esa reflexión me obliga a reconocer que no hay posibilidad obviamente de ganar en una contienda que se está polarizando mucho, la verdad es que por eso he decidido y aprovecho aquí, decirle a los ciudadanos que retiro la candidatura de la contienda por un principio de congruencia, por un principio de honestidad política, pero también para dejar en libertad a los que generosamente me han apoyado y tomen su decisión como se debe tomar en esta difícil contienda para México, desde luego, renuncio a la candidatura a la Presidencia de la República”, dijo Margarita Zavala. (Fuente: #Decisión2018. Margarita Zavala renuncia a la contienda presidencial, hace anuncio en ‘Tercer Grado’. CDMX, México | 17 de Mayo de 2018 7:31 Am Cst. https://bit.ly/2E9QWoE ).
La quinta opción se esfumó en los resultados. Y motiva mi opinión simbólica, referida a las leyendas de la Caballería inmemorial, según la cual: México no optó por el Bronco, Jaime Rodríguez Calderón, que resultó ser del tipo de caballero negro, como Sir John Falstaff, personaje de William Shakespeare, antihéroe, de la Ley del Talión…de la Vendetta. Un bellaco, pendenciero, burlón, de la orden del Ojo por Ojo, Diente por Diente y Mano por Mano; justiciero vindicativo, de la justicia física reductiva de las extremidades del infractor o criminal. Propenso a imponer el orden colectivo mediante el miedo paralizante. Hábil razonador en la contienda de taberna, chispeante y mordaz interlocutor. Al resto de caballeros contendientes les disgustó su talante des-sacralizador de las normas de caballería, mientras que al resto de los electores les pareció un desfetichizador que les privaba del encanto de ensoñar. Al final, obtuvo mayor aprobación de la esperada, pero se quedó corto y hubo de regresar literalmente a su ínsula de gobernador.
México no optó por el tercer contendiente, José Meade Kuribreña, quien personificó el caballero perteneciente a una orden secreta; juramentado por su lealtad, pulcritud como funcionario e impoluto por su honestidad. Afecto al apego de las normas y el correcto funcionamiento institucional. De profundo conocimiento en la mecánica y dinamismo del sistema político. Hábil gerente de las relaciones con otros subsistemas externos e internos al establishment. A carta cabal, leal a dos mandatarios de distinto signo, albicelestes y tricolores. Protagonista de la moderna stewardship/gobernanza. Su palabra, yo sí soy chingón. Le gustó a los electores su talante y conocimiento metódico, más no sus armas ni sus emblemas adosados al orden dominante. El riesgo, se convertiría en más de lo mismo, haciendo nugatorio el cambio esperado. Ante quien, el otro caballero a ser armado, lo vio como el docto, escolástico y perfumado creyente de una caballería trasnochada y perdida en los libros de la teoría neoliberal, modernamente dicho por él, uno de los fifís de la mafia en el poder. Objeto, al final, de su sarcasmo y desautorización. Y quien, a pesar de ser un gentilhombre, de impecable trayectoria, se quedó a la vera del camino.
México no optó, tampoco, por su más cercano contendiente, que resultó ser Ricardo Anaya Cortés, adalid de la coalición Por México al Frente quien eligió -sobre todo al final- una figura del caballero vindicativo, el Vengador/ con V de Vendetta, de profunda indignación contra el poder de facto que se atrevió a indiciarlo como presunto responsable de lavado de dinero, de plantar empresas simuladas y engañosas; cosechó asechanzas incluso en su partido de origen, por imponerse como candidato único incuestionable, denunciado por su correligionaria –furtiva cabalgante- y contendiente a la presidencia; provocó queriéndolo o sin querer múltiples deserciones de compañeras y compañeros de partido. Demostró ser beligerante de palabra y estaba listo para llevarlas a los hechos. Había jurado enderezar los más graves castigos a quienes identificaba como corruptos y sórdidos criminales impunes: su regencia se orientaría a restaurar el orden y respeto de un auténtico Estado de Derecho; un inquisidor de fuego. Sin importar quebrantos de haciendas o famas mal habidas por funcionarios del nivel superior que fueran. Su imperativo ético político consistía en imponer la Ley sin miramiento alguno de proveniencia, cuna, familia, situación o posición de clase; al menos así lo espetó y dijo voz en cuello. Sin embargo, en la fase resolutiva de la contienda, ese tono agrio de su desazón, no cautivó al electorado. Más bien trazó en el horizonte vientos de tempestades por venir, infiltró miedo a una verdadera cacería de brujas, ensombreciendo así el futuro inmediato del país, ya hiper-violento. Imposible para él lograr una transición tersa. Confundió, al final, el sentido rei-vindicativo de la cosa pública, con hacer pública la ignominia y la sed de venganza contra los enemigos públicos. Escuchó los redobles de la derrota.
México sí eligió al caballero andante que salió triunfante de la justa electoral del pasado 1º de julio, 2018, Andrés Manuel parece reunir el mayor número de características que lo hacen tal, un caballero observante del fuero imaginario de Caballería. Se atrevió a soñar, quiero ser un gran presidente de México; invocó un intangible que resultó el más preciado, la esperanza, sobre todo para los jóvenes; optó por un cambio radical de cosas sobre y contra el Statu Quo del país, vamos por la Cuarta Transformación de México -sobre la Independencia, la Reforma y la Revolución mexicana, y acompasando sus ilustres protagonistas-.
Se reconoce justiciero, se acabarán los privilegios de los que gobiernan y de esa minoría rapaz. Se confiesa de ánimo magnánimo y reconciliador, al pronunciarse por la redistribución de la riqueza sobre todo para los más pobres y desprotegidos. Invoca como prendas más queridas la rectitud moral y la plena honestidad. Promete no ser un jactancioso del poder, no vamos a ser prepotentes. A cualquier divergencia antepone la deliberación en foros y en consultas con la sociedad, ya integró dos consultas -así sean cuestionadas-. Declara su lealtad a las Leyes y al Estado de Derecho. Se levanta como un caballero armado contra la inseguridad y la impunidad, pero muy presto al perdón y a la reconciliación. Incluso para con aquellos que gestaron treinta años de corrupción para México, señalando como su mayor pecado, el haber impuesto las normas fatídicas del Neoliberalismo hegemónico y global (que dicho sea de paso, ni Gorbachov se salvó de este sino, ni Obama en Cuba, ni China tampoco). Finalmente, y esto exhibe su lado romántico, vamos a construir la paz de México, ¡ah! Y el amor, admiro a Jesús y a Ernesto Che Guevara, por eso así nombré a mi hijo menor.
Más asimilado a los rasgos emblemáticos del caballero andante, imposible. Razón por la cual, sin mucho devanarnos los sesos, podemos decir que simbólicamente es un auténtico Quijote. Su animus y su ánima son quijotescos, ¡eh aquí una primer nota de su perfil psicológico! Menos nefasta, ciertamente, que la de Trump. Su comportamiento en el triunfo, también. Su doble discurso de triunfo ante los empresarios y en la plaza pública del Zócalo son piezas oratorias de pacificación, reconciliación y promesa de un mundo mejor. Quizá hoy lo refrende.
Yo creo que por eso concitó concurrentemente a las masas. Y cautivó a una mayoría de jóvenes. Aunque, precisemos, apela más a las entrañas y a la riñonada que a la mente y a la fría razón. Se propone como un “trail seeker” (un rastreador, un seguidor de huellas -pisadas presidenciales de gentilhombres, no de bad– hombres como los de Trump-, un guía de caminos para el resto de sus connacionales… como el presidente Juárez, como el mártir de la Revolución, Francisco I. Madero, o como el General Lázaro Cárdenas del Río).
Junto a todas estas virtudes del espíritu quijotesco, habrá que ir evidenciando a la par aquello que también incluye en sus fugas de ensoñación como carácter romántico. Devaneos, “prontos”, ocurrencias, “dejos” anti-sistémicos, lances verbales tan punzantes como incómodos; lo dicho por Paco Ignacio Taibo II es ya proverbial, y pertenece a su círculo rojo, a su mesa redonda. No por venir de la izquierda, a veces, las ideas son más preclaras ni más inteligentes.
El apresuramiento por acometer a los supuestos gigantes y a los molinos de viento, también le traen las duras consejas de las palizas y los revolcones. El tardo y sinuoso camino del aprendizaje de cómo reacciona el nerviosismo de los mercados, es el mejor indicador de las ondas vibratorias que alertan de caídas y tropiezos, para la política económica de México. Los pescozones propinados a los inversionistas se podrán convertir en abolladuras de yelmos y escudos para la Hacienda Pública.
Algo sobre esto alertó en sus palabras de despedida, el ministro de la Suprema Corte de Justicia José Ramón Cossío Díaz, al hacer un llamado al máximo tribunal para: “retener los intentos” de un gobierno que quiera hacer “lo que venga en gana” al amparo de la legitimidad y una votación mayoritaria.
Y estando así las cosas. Hagamos votos, por un feliz mandato.