En el marco del Tercer Encuentro Iberoamericano de Minificción Juan José Arreola, se realizó la entrega al escritor mexicano Agustín Monsreal del Premio Iberoamericano de Minificción “Juan José Arreola”; el jurado, conformado por los críticos Ana Calvo Revilla, Nana Rodríguez Romero y Raúl Brasca, decidió otorgar por unanimidad este reconocimiento por “la alta calidad de su obra en la que una escritura precisa, asombrosa invención verbal y rigurosa levedad de la forma se integran en piezas que adensan significado en su brevedad”.
Con este motivo, Ficticia editorial preparó un libro como parte de la celebración, la antología personal de Agustín Monsreal: Minificciones. Con la autorización del autor, reproducimos el prólogo de la selección:
Este volumen contiene exactamente cien textos breves de Agustín Monsreal, elegidos por él mismo para ofrecer una especie de Monsreal Portátil. ¿Cómo es la escritura breve de Monsreal que podemos considerar como representativa de su universo textual?
Para acercarnos al Universo Monsreal podemos empezar por leer el primer texto del volumen de apenas una línea, “Reencarnación”:
¡Carajo, otra vez perro!
Si nos detenemos un momento a releer este breve texto podemos encontrar diez características que están presentes en toda la producción textual del autor: (1) un tono irónico, con frecuencia socarrón; (2) una visión fatalista de la vida, que se extiende más allá de la muerte; (3) un narrador indudablemente masculino, pero siempre intransigente; (4) un lenguaje coloquial, mexicano de origen; (5) un título que resulta imprescindible para dar sentido al texto; (6) una economía verbal que exige un lector cómplice; (7) un ritmo textual anafórico, donde se presenta algo como si fuera parte de una historia anterior; (8) una tendencia a pisar terrenos escatológicos (el sexo, el cuerpo, el deseo, la muerte); (9) una estructura verbal que con frecuencia simula ser aforística, pero que es más bien conversacional, y (10) un equilibrio entre lo familiar y lo inesperado, que es una marca de la experiencia de escribir cuentos.
Los libros narrativos de Monsreal, sus definiciones personales de palabras cotidianas, sus descripciones poéticas de espacios urbanos y sus minificciones gregarias son variaciones de estos terrenos de la escritura. En este universo encontramos simulacros de confesiones, súbitas digresiones que terminan como inesperados autorretratos; apropiaciones perversas de personajes clásicos; versiones barrocas de arquetipos literarios, y reflexiones paradójicas sobre la misma escritura.
Esta antología ha sido creada por su autor, deliberadamente, para producir una sensación de caos. Y sin embargo, es posible encontrar una geometría en esta aparente locura. El método para apreciar la escritura de Monsreal consiste en detenerse en algunos textos particulares.
Veamos un fragmento de una minificción con un título inofensivo (“Del cuaderno de Pepetino”). Este texto está formado por una serie de preguntas, lo que en sí mismo es un festín de imágenes, una aglomeración de ideas, un champurrado de problemas teologales:
¿Cómo se las arregla Dios sin mujer? ¿Cómo le hace para andar sin nadie, sin hablar, sin unas manos donde calentar los huesos? ¿Quién le ayuda si se le mete una basurita en el ojo? ¿Quién lo cura con saliva si se raspa una rodilla? ¿Quién le unta besos en la frente cuando tiene fiebre? ¿A quién le echa la culpa de todo lo que pasa? ¿Se enoja mucho si el domingo no lo dejan levantarse tarde? ¿Cuándo cumple años? ¿Piensa alguna vez que si se porta mal se puede ir al infierno? ¿En qué espejo observa su cara? ¿Se pone de genio cuando tiene hambre y sed, o es de los que se aguantan? ¿Qué opina de los alquimistas? ¿Tiene a María Callas para cantarle a El solito? ¿Dónde pasa las vacaciones de Semana Santa? (Fragmento de “Del cuaderno de Pepetino”).
También nos podemos detener en “Una antigua historia de amor”, donde la experiencia de Sherezade es reescrita como la historia de un impetuoso deseo sexual compartido por ella y el rey, que se convierte en un poderoso enamoramiento que dura mil y una noches, y que llega al momento en el que, tomados de la mano y viendo un atardecer antes de planear el primer hijo, el rey le pregunta a ella:
¿Qué era lo que tenías que contarme?
Los textos de Monsreal van de la tradición literaria a la contingencia cotidiana. Estos espacios son reescritos con la intención de asombrar al lector, convirtiendo lo que podría parecer intrascendente en una experiencia textual. Esto puede ocurrir con los recados que se deja un matrimonio antes del desayuno, la costumbre de tirar los zapatos viejos a la basura o la tendencia a mirar el cielo con una taza de café en la mano.
¿Cuántos escritores describen la sensualidad ilimitada de unas piernas gordas?
Eran una piernas gordas de principio a fin. Gordas solidad. Gordas densas. Gordas formidables. Frutas plenas. Místicas. Sofisticadas. Perversas. Gordas de una voracidad pulposa, solícita, caliente. Combativa. Fiestera. Temeraria. Delicadamente gordas. Cachondamente gordas. Melindrosas, elegantes, apoteósicas. Gordas para el amor, para la fantasía, para la fiesta insumisa de rodearlas, recorrerlas, ascenderlas. Una gordura como hecha a mano con arte de alfarero. Una gordura prodigiosa. Una gordura bella, juguetona, complaciente, día de fiesta para los sentidos. Una gordura sin edad, fascinación infinita. Piernas gordas que extasiaban, seducían, colmaban de tentación, de vehemencia. Nunca una mujer gorda fue tan deseada como ésta. Nunca unas piernas gordas despertaron tales ansias locas de tocarlas, apretarlas, estrujarlas. Hundir los dedos en su gordura, los dientes. Zambullirse. Lamerlas. Chupetearlas. Morderlas. Venirse en ellas, morirse en ellas, perpetuarse en ellas. (Fragmento de “Amada Colombina”)
En más de una docena de estos textos encontramos reflexiones metaficcionales sobre el acto de escribir y sobre la naturaleza de la escritura. En “La raíz del mal” encontramos el ars poetica del escritor:
No obstante la rectitud de su corazón, su mente lo torcía todo. Por eso decimos que pudo haber hecho cosas diez veces más provechosas y auténticas, pero la vanidad, los accesos de orgullo, la manía de la vanagloria, todo lo condujo a ser escritor.
Es tal vez en la serie de textos sobre lo que el autor llama la Mujer de Tu Prójimo donde encontramos al Monsreal esencial. En esta obsesión permanente, el narrador imagina lo que esta mujer le preguntaría en la convivencia rutinaria:
(…) ¿cómo te gustan más mis piernas, con zapatos de tacón alto o con sandalias, con medias o sin medias?, tú me gustas hasta cuando no me gustas: mi agua bendita, bendita seas (Fragmento de “El amor es contigo o no es”)
En estos textos encontramos viñetas de una vehemencia contagiosa, construidas con imágenes entrañables de mujeres a la vez próximas e inalcanzables, deseadas y lejanas, distantes y arrebatadoras. Veamos, por ejemplo, el caso de “Los adorantes”:
Durante toda la noche, la Mujer de tu Prójimo sólo bailó con su marido, pero cuando se fue de la fiesta iba como satisfecha de que nunca le quitaste la vista de encima a la cadencia de sus caderas.
En “Misterios y alfileres” encontramos una descripción sinestésica, casi tangible, de la mujer que todos hemos conocido en más de una ocasión:
Quiero evitarlo; no quiero fijarme en ella, pero ella hace todo lo posible porque me fije; yergue el pecho, cruza una pierna, la otra, echa la cabeza hacia atrás, sacude sus cabellos, procura que nuestras miradas se encuentren y esconde la suya en cuanto se encuentran; se levanta, despaciosa, va al baño, pasa a mi lado entallándose la falda, la blusa; regresa, me da la espalda -muestra el esplendor de su cuerpo de espaldas-, se sienta, está para que yo -nadie sino yo- la vea, la aprecie, la posea, la grabe en mi mente, se vuelve hacia mí, destapa su risa, blanquísima, categórica, se muerde un pedacito de labio, dibuja laberintos invisibles con las uñas sobre el mantel, se pone adusta, enmudece, toma con destreza la mano del hombre que la acompaña y me dedica -yo siento que me dedica- un amplio suspiro que dice -yo siento que me dice- aunque quisiera no puedo ser tuya, soy, seré siempre la Mujer de tu Prójimo. Y yo me canso de ser, eternamente, yo mismo.
Y en medio de todo ello descubrimos viñetas de un erotismo francamente poético. Veamos, por último, la perfección de “Corazón alborozado”:
La Mujer de tu Prójimo es una lumbre tan viva, tan poderosa, que basta mirarla para encender como por arte de brujería las ganas de tocarla besarla olerla lamer toda la dulzura de sus pechos, dibujarle dedos y labios sobre la piel, celebrar en ella la vida, entera y efímera, y después, colmado de las inmensidades de ese desmedido y loco amor, llevártela a dormir contigo y ahí, bien arrebujadita entre tus brazos, cerrar los ojos y soñar con ella.
Es así como en este universo textual las constantes temáticas señaladas hasta aquí son exploradas en variantes irónicas y reflexivas, en ocasiones sardónicas, pero también frecuentemente poéticas. Lo único seguro es que el autor no deja de sorprenderse a sí mismo. Y con ello, nos lleva al asombro.
Bienvenido al Universo Monsreal.