No importa cuál sea el tema. La fórmula ordinaria de “diálogo” -por decirle de alguna manera- se resume en la polarización de las ideas. La comunicación que prometían las redes sociales, los puentes robustos que aparentemente iban a tenderse se colapsan en islas, en grupos que defienden apasionadamente un lado o el otro, que ridiculizan las posturas de quienes no comparten su manera de pensar. Nos convertimos en bandos en los que ya no sólo no nos importa informarnos sobre las otras posturas, sino que además pontificamos desde la nuestra y ridiculizamos las otras.
La polarización generará estructuración: bandos cada vez más sólidos, cada vez más intransigentes, cada vez más seguros de sus propias creencias. La estructuración es un fenómeno bien estudiado es biología: se da cuando las poblaciones quedan aisladas, ya sea por baja vagilidad o por aislamientos físicos y por tanto deben reproducirse entre un número relativamente bajo de especímenes, ello hace que la varianza genética vaya constriñéndose, provocando que haya menos estrategias disponibles ante amenazas externas: enfermedades, depredadores, cambios climáticos. Los seres humanos no somos ajenos al proceso. Sabemos que cuando las poblaciones quedan aisladas, como en el caso de Tasmania hace 10 mil años, al subir el nivel del mar, no sólo registró un estancamiento en el desarrollo del conocimiento, sino que hubo una regresión en toda norma, generada por que el bajo número de habitantes no pudieron mantener la especialización tecnológica alcanzada antes en el continente. Matt Ridley reporta esto en una interesante charla de Ted: Cuando las ideas tienen relaciones sexuales, y lo que hace es relacionar la capacidad cultural con la reproducción sexual. El gran éxito de la reproducción sexual es combatir la estructuración: no dejamos copias de nosotras y nosotros (con todas nuestras limitaciones y virtudes) sino generamos un caleidoscopio de ventajas en el hecho de tener mayores herramientas dispuestas a la solución de problemas.
Análogamente esto pasa con las redes sociales. Nos estructuramos en todos los sentidos. Escuchamos música parecida a la que ya escuchamos, porque Spotify nos recomienda cosas basadas en nuestros propios gustos. Netflix y Youtube hacen lo mismo con los contenidos visuales. Google nos lanza en primer lugar resultados en nuestras búsquedas según lo que ya acostumbramos leer. Twitter y Facebook nos retroalimentan de la misma manera. Así, una persona de corte “amloísta” (que seguramente tendrá lecturas y búsquedas relacionadas con esa filia) que procura información sobre el aeropuerto de Texcoco tendrá en primeros lugares las numerosas páginas dedicadas a demostrar el “enorme fraude” que supone ese negocio. Lo mismo sucederá con quien es detractor de AMLO, que tendrá primero disponible la información sobre “el error” que supone Santa Lucía, su amistad con Riobóo, etc. La trampa de la estructuración es que nos volvemos cada vez más seguros de lo que pensamos, cada vez retroalimentamos más nuestra propia postura y damos menos cabida a voces opositoras, a veces opositoras por el mismo fenómeno, a veces críticas y ricas, de las cuales perdemos su punto de vista. En lugar de información que nos permita evaluar nuestras posturas encontramos opiniones sesgadas: nuestra verdad se vuelve, por decirlo de una manera cada vez más “verdadera” para nosotras y nosotros.
Pasó con la consulta. Pocas voces se elevaron para ensalzar la pertinencia de las consultas públicas o cuestionar el asunto de si es o no trascendental para el país tener un nuevo aeropuerto central. Pasó con la marcha, que por un lado están los fifís y por otro los chairos, epítetos separatistas que no fortalecen el diálogo en lo mínimo. Y en este desenfreno de la defensa a ultranza del propio “equipo” hemos dejado de dialogar.
Cierto es que no abona en mucho la actitud del próximo presidente de la nación, que ha condenado y calificado a quienes no están de su lado. Pero estar de un lado u otro probablemente no sea la solución. Tal vez lo que deberíamos preguntarnos es la trascendencia de las cosas que están a discusión. La polarización se repite en casi todos los niveles que imaginemos: eres aliado o hetero patriarcado, eres femenina o feminazi, eres fifí o chairo, eres demócrata de la cuarta transformación o un privilegiado de la mafia del poder.
El fenómeno de la estructuración es en buena medida el que ha llevado a la radicalización en diversos países, teniendo como resultado a presidentes como Trump o Bolsonaro. Hoy en día, tras emitir una postura, una pregunta casi inmediata que se formula nuestro interlocutor es “¿de qué lado está?” bajo la hermenéutica de la sospecha de que debe ser de su lado o del contrario. Así, en vez de valorar el argumento por sí mismo, se está valorando a priori la pertinencia o no de atender el argumento, a partir de la identificación o la ausencia de ésta.
La sospecha sobre cualquier cosa que no suene a lo que suscribimos vuelve las discusiones un diálogo de sordos. El asunto es que a poco que nos demos cuenta esta polarización resulta insuficiente para reflejar la complejidad de los fenómenos del mundo. Iniciando por la mera consistencia: parece claro que en un estado liberal todas y todos debemos tener garantizado el derecho de la marcha y la propuesta. Pero si esa marcha es llevada a cabo por un grupo privilegiado, por un grupo de personas que no tienen nuestra misma agenda, ¿debemos defender el derecho primigenio o condicionar las manifestaciones a los valores que promuevan?
En esta polarización estamos perdiendo algunas oportunidades valiosas: primero que nada, ser consistentemente incluyentes; segundo: atender razones que tal vez no hemos escuchado; tercero: generar la sensación de que podemos encontrar terreno común en cualquier postura pública. Parece imposible imaginar que alguien hace lo que hace, a veces a costos altísimos, por ir en contra del bienestar del país, por ir en su propia contra. Lo que se nos olvida es que no hay mejor espacio de beneficio para todas y todos, que aquel país en el que todas las voces caben, en el que procuramos escucharnos, en respeto a una de las más básicas libertades: la de pensamiento.
/Aguascalientesplural | @alexvzuniga