Aparentemente celebremos el haber llegado a una era con mayores medios de comunicación y transporte, que nos permiten confluir con otros estilos de vida, culturas e identidades, y escribo: aparentemente, porque, aunque la formación de ciudadanos del mundo se ha convertido en una impronta para los sistemas educativos y los organismos internacionales, las sociedades siguen mostrando confrontaciones entre lo global y lo local, una resistencia a que las promesas bondadosas de la internacionalización –a partir de la diferencia– sean accesibles para cualquier persona, independientemente de su posición en las múltiples brechas de desigualdad existentes.
Ejemplo de ello son las reacciones que algunos mexicanos han mostrado a la caravana migrante a su paso: discursos nacionalistas, xenofobia y aversión a quienes consideran estar en la posición inferior de una escala donde los países, las identidades y las culturas se organizan por orden de importancia. Esto se ha entremezclado para demostrar públicamente por qué en México se llegó a detener de manera irregular a cerca de 89 mil personas y a deportar a más de 74 mil en tan sólo el año de 2017 (según datos de Amnistía Internacional), aunque pedimos respeto por nuestros connacionales al emigrar a Estados Unidos
Con la llegada de la caravana migrante a Tijuana, los actos orientados por discursos de odio se hicieron patentes, los cuales se suman a las movilizaciones de grupos conservadores, como las del Frente Nacional por la Familia y la Marcha 11-11-11 a favor de la construcción del nuevo Aeropuerto Internacional de México en Texcoco, lo cual activa una alerta sobre el delicado momento histórico en el cual se encuentra nuestro país: una disputa entre el avance de una sociedad con ciudadanos del mundo, que reconozcan su historia y sus desigualdades para construir una comunidad de mayor respeto, concordia, solidaridad y empatía; frente a un grupo de ciudadanos con miedo –fobias–, al creer que el desarrollo de los grupos vulnerables y en desventaja implicaría la pérdida de sus privilegios, espacios y capitales.
Aunque el mundo lo pensamos en extremos, como los descritos, la realidad no funciona de igual manera, y nuevamente quienes se encuentran en los diferentes puntos intermedios son los más maleables. Hace algunos días se difundió en medios sociales el video de una aparente migrante hondureña que mencionó que la comida que se les brindaba en un acto de asistencia humanitaria era comida para chanchos (cerdos); lo cual fue un recurso para fortalecer los discursos de odio, argumentando, a la par, que diferentes grupos mexicanos también requerían apoyos de alojamiento, alimentación y vestido. Vamos por partes.
Para hablar sobre el rechazo a las tortillas y frijoles que mostró la centroamericana en un video, retomo la publicación de Paulina Romo, mujer excepcional que tengo la dicha de conocer:
“Recuerdo cuando teníamos el comedor para niños y niñas de Oaxaca, en muchas ocasiones les llevábamos comida súper elaborada y normalmente no les gustaba, la dejaban o simplemente ni la probaban. Jamás pensamos que eran mal agradecidos ni les recriminamos el hecho de que ‘desperdiciaran’ la comida. Varias veces hasta nos decían que no conocían lo que les dábamos y que por eso no lo comían. Entendimos que son seres humanos, que la necesidad no va pegada de aceptar lo que sea”.
Y es que también, el imaginario sobre las personas migrantes, sobre cualquier persona en situación de vulnerabilidad, es verle desde una inexistente posición superior hacia abajo, sin considerar las complejidades de las problemáticas de nuestro mundo. La migración no sólo va emparejada con precarización económica, sino también con otras situaciones de violencia, que no necesariamente implican que se trate de “desahuciados”, sino que, en el caso de los migrantes, puede tratarse de personas con ahorros –de cualquier cantidad– que desean mejores condiciones de vida. Por otra parte, generalizar siempre ha sido un riesgo y la voz de una migrante no puede ser considerada identidad de todo un colectivo.
Respecto con el cuestionamiento maniqueo sobre el apoyo que se ha buscado brindar a la caravana por parte del Estado mexicano y organismos internacionales, es necesario detenerse un momento y “poner entre paréntesis” el mundo de la vida cotidiana –como lo señalaría Alfred Shütz–. En momentos de emergencia, con sus ene condicionantes de valoración, la población mexicana se articula para brindar asistencia humanitaria, sin embargo, ¿es así el resto del año y con todo necesitado en nuestro país? Algunas personas han expresado temer por la posible reducción de las oportunidades laborales en la nación, al creer que diferentes actividades económicas podrían ser ocupadas por los centroamericanos que, hasta el momento, están varados en el país; pero esas familias no desean quedarse en México, su destino es otro. En un escenario hipotético, los mexicanos que han expuesto su nacionalismo, al mero estilo de la preguerra mundial, ¿permitiría que esos puestos laborales imaginarios fueran destinados para connacionales en situación de pobreza, desplazamiento forzado, rezago económico y otras múltiples desigualdades? ¿No habría entonces una movilización que argumentaría la protección a la clase obrera “educada”… a la clase media, paradójicamente percibida por sí misma tan en desventaja y, a la vez, con mayores derechos, a causa de la falta de una conciencia de clase?
El nacionalismo ha salido a las calles y convoca a los soldados que la patria tiene en cada hijo a sumarse para responder a la osadía de los extraños enemigos. Extraños enemigos: una idea a modo atribuida a propios y ajenos, a nacionales y foráneos, según sea conveniente para un grupo de personas privilegiadas que desean evitar la movilidad social porque, tal vez, ante la reducción de las múltiples brechas de desigualdad, podrían llegar a estar tan cerca del que veían socavado. Así, entonces, no podrían distinguirse como superiores en un mundo que aparentemente buscó evitar los crímenes y las guerras de nacionalismos retorcidos porque se había reconocido que toda persona merecía buscar una vida mejor, un pedacito de mundo donde estar y ser en plenitud.
montoya.acevez@gmail.com | @m_acevez