Hace unos días durante la cobertura que hacemos en Radio y Televisión de Aguascalientes del Festival de las Claveras, comentaba con Erik Tafoya, un estudiante que hace sus prácticas profesionales en este organismo, sobre sus perspectivas en los medios de comunicación, quizás no viene al caso, pero me comentaba que lo que más le gusta es la radio, y claro, me sentí en sintonía con él. “Sé de cierto”, como dice Sabines, que la radio es el medio de comunicación más difícil, exige mucho más creatividad, por ejemplo, la televisión te da imagen y audio, resulta más fácil capturar la atención del auditorio, si te sientas a ver televisión, pues eso haces, no puedes ver televisión mientras conversas con alguien, te bañas, vas manejando o estás leyendo, si ves televisión esa sería, en todo caso, la única actividad. Por el contrario, la radio te permite hacer otras cosas, la mayor parte de las personas usan la radio como música de fondo mientras realizan alguna otra actividad, puedes ir manejando, estar en un comida, darte un baño, estar en la oficina, o tener una amena charla con alguien mientras escuchas la radio, evidentemente, en estas circunstancias nadie pone atención a lo que escucha, si acaso se logra captar algo de interés interrumpes tu actividad, te concentras en lo que es de tu interés y después continúas con lo que estabas haciendo. La gracia de la radio consiste en dejar todo lo que estás haciendo para solamente escuchar y nada más, esto es hacer radio de verdad, cuando logras que el radioescucha deje todo sólo para escucharte, lógicamente, no por la música, esto no tendría mérito alguno, sino por los comentarios, y ya no importa si el radioescucha puede estar de acuerdo contigo o no, eso es lo de menos, pero ahí está la gracia, que te pongan toda la atención, nada sencillo, por supuesto.
Pues bien, conversando con Erik Tafoya se me vino a la mente la idea de compartir contigo, distinguido invitado a este banquete, y todavía estimulado por el Seminario de periodismo cultural y musical al que tuve la oportunidad de asistir a principios del mes de octubre en la vecina Zacatecas coordinado por el maestro Juan Arturo Brennan, alguna reflexión sobre la incomprensible tendencia de suavizar la realidad, ya sabes, ahora todo mundo anda como muy sentidito y si dices las cosas como son, no falta quien se ofenda, créeme, lo he vivido en carne propia,
Desde hace algunos años hemos visto cómo se intenta suavizar la realidad, sobre todo desde la trinchera de los políticos y de algunos medios de comunicación –no entiendo por qué, esto no soluciona nada- pero usan con expresiones como débiles visuales por no decir ciegos, personas con capacidades diferentes por no decir discapacitados, personas de la tercera edad o adultos mayores –qué ridículo término, ¿no te parece?, o ¿hay acaso adultos menores?- en lugar de ancianos, los que menos tienen intentando inútilmente evitar la realidad de que hay gente que vive en la miseria, en fin, hay una gran cantidad de expresiones suavizantes, como ablandadores, de esos que nuestras mamás le ponían a la carne para que se pudiera partir mejor, pero debemos entender que esto no es más que un inocente truco semántico aunque claro, muchos se engolosinan sintiéndose muy elegantes haciendo uso de tan peculiares términos, pero no, esto no funciona, menos cuando estamos hablando de expresar una opinión crítica respecto al mundo de las artes.
El ejercicio del periodismo cultural exige de quien lo práctica, en primer lugar, y esto es indispensable, asumir una posición crítica, hay que cuestionar. Y en segundo lugar, un total conocimiento de causa, imposible proponer un punto de vista crítico si no se tiene el conocimiento para solventarlo, parece sencillo, pero nada más lejano a la realidad. El maestro Juan Arturo Brennan decía que con el fin de formarse una opinión, el público consumidor de la oferta cultural podría recurrir al punto de vista de dos o tres periodistas conocedores del tema y de esta manera poder tener una opinión propia, el problema es, como también lo señalaba puntualmente el maestro Brennan, difícilmente podemos encontrar a dos o tres críticos de música, -considerando que la música es lo suyo- para poder enriquecer la opinión del público, y si en la ciudad de México es difícil encontrar dos o tres opiniones verdaderamente confiables y de respeto en lo que a periodismo cultural se refiere, imagínate en provincia, ¿Qué nos espera?
Es muy fácil poder distinguir al verdadero periodista cultural que ejerce una función crítica con todo profesionalismo, con el merolico charlatán que intenta ocultar sus evidentes limitantes en una retórica barata que podría confundir a un público no conocedor. Cuando vemos que la nota presuntamente periodística dice, por ejemplo, que “las notas musicales danzaban alegremente sobre la partitura muda hasta antes de ser colocada en el atril”, las cosas van mal, este tipo de textos no forman una opinión, solo se pretende ocultar las deficiencias en un discurso presuntamente poético y carente de sentido, o bien recurrir a las cifras, por ejemplo, perder el tiempo calculando el número de asistentes a un recital en lugar de analizar con profesionalismo el trabajo de los intérpretes, son estrategias en donde el presunto periodista pone en evidencia su raquítica erudición.
Ejercer un periodismo cultural complaciente, políticamente correcto –por cierto, ¿en qué momento se acuñó este horrible término?- puede hacerte quedar bien, pero estás faltando a la ética de esta hermosa profesión.