Plantíos de algodón, avena, manzana, sorgo, trigo, cebolla, soja, maíz, frijol y manzanas que se extienden por miles de hectáreas, forman parte del paisaje del estado de Chihuahua; un verdadero jardín del edén, generoso y fértil. Ahí mismo donde antes había tierras áridas y la vida estaba ausente. Fue en 1922 cuando bajo la invitación del presidente Álvaro Obregón, alrededor de 10 mil menonitas llegaron a Chihuahua para convertir ese paisaje desolado en tierra fértil y productiva que hoy genera el 31% del PIB del estado.
Para finales del 2015, una catastrófica noticia circuló en algunos medios de comunicación. La nota, que no fue viral, ni ocupaba las primeras planas de los medios, reportaba que los mexicanos menonitas pensaban abandonar el país para buscar nuevos horizontes en el sur del continente, su nuevo destino era Argentina. La escasez de agua aunado a la violencia que azota al país desde hace ocho años había hecho que miembros de esta comunidad contemplaran la posibilidad de abandonar esta tierra donde fluye la leche y la miel.
El viernes 19 de octubre del presente año, un éxodo de miles de personas, principalmente de Honduras, ingresó a México con el objetivo de escapar de las graves condiciones de pobreza y violencia generalizada que afectan a sus comunidades. El grupo organizado en una caravana de más de 5 mil seres humanos incluyendo hombres, mujeres, niños y niñas, han abandonado sus hogares en busca de una vida digna, y seguramente en muchos casos, de su propia supervivencia.
A inicios de este año, al sur de nuestro continente, en promedio 5 mil venezolanos cruzaban la frontera diariamente para ingresar a la República de Ecuador, un país de apenas 16 millones de habitantes y 8 veces más pequeño que México. En el primer semestre del 2018, casi 500 mil migrantes venezolanos habían llegado a ese país.
En 2012 y 2013 a partir del conflicto armado en Siria, 1 millón de refugiados sirios cruzaron la frontera del Líbano para buscar protección en este pequeñísimo país de apenas 4 millones de habitantes y apenas dos veces más grande que el estado de Aguascalientes en México. Hoy 1 de cada 5 habitantes en El Líbano es de nacionalidad siria.
Tras la llegada de la caravana de migrantes y refugiados de Centroamérica a nuestro país, la sociedad mexicana ha reaccionado de diversas formas, algunos ofreciendo su apoyo y otros con reacciones hostiles rechazando el arribo de esta caravana, incluso con ofensas vergonzosamente xenófobas. El imaginario de una sociedad mexicana abierta, solidaria y consciente de su grandeza y responsabilidad global se desmoronó, dejando ver su versión pequeña, avara y miedosa que azuzada enlistaba los peligros de recibir hombres jóvenes con sus mujeres que en sus brazos llevan pequeños infantes que nada saben de fronteras, leyes, ni documentos de viajes.
El arribo de la caravana de migrantes y refugiados centroamericanos a nuestro enorme territorio representa vida nueva en un país donde esta se aniquila a ritmo de 88 vidas humanas por día, es decir que en tan solo 58 días morirán un número similar al que componen la caravana migrante.
Esta no es la primera vez que México recibe a miles de personas que huyen de la violencia y la intolerancia, y ante esta crisis humanitaria, es necesario recordar que en la coyuntura migratoria actual no se puede hablar de solidaridad si esta se ofrece de forma selectiva. Nuestro país debe estar a la altura de sus propias aspiraciones en su búsqueda de igualdad, respeto y trato digno a nuestros connacionales migrantes.
Es nuestra responsabilidad asegurar que ninguno de los integrantes de esta caravana padezca en este territorio hambre, frío o enfermedad previsible, principalmente los grupos más vulnerables. Esta en nuestro propio interés crear las condiciones para que nuestro territorio siga siendo una tierra de oportunidades como lo fue para aquellos menonitas que en su momento y solo con sus manos transformaron tierras áridas en jardines verdes, fértiles y productivas. Guardemos en el interior el deseo de que estos migrantes centroamericanos no estén de tránsito y guarden en su interior el deseo de quedarse con nosotros para convertir nuestros desiertos en tierras buenas donde nuevamente vuelva a fluir la leche y la miel.