El pasado martes Héctor Aguilar Camín publicó en Milenio un artículo sobre el tsunami de insultos y mensajes de odio de los que ha sido objeto con motivo de sus consistentes cuestionamientos a la decisión del presidente electo de poner fin a la obra iniciada en Texcoco para el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Se podrá o no estar con HAC, pero que una figura pública de su relevancia en la cultura y el ágora mexicana de los últimos 30 años sea objeto de un odio sincrónico no deja de encender alarmas. Sabemos lo que son las redes sociales: espacios más que propicios para el pronunciamiento y el insulto, muchas veces de manera anónima. Todo indica que la tregua post campaña electoral ha concluido y que ese tono de polarización y odio va a dominar y acrecentarse en los años por venir. Mi propia experiencia en redes sociales corrobora que los más adictos a incurrir en insultos genéricos (en alusión a clase, raza, nacionalidad y/o edad) son los partidarios del presidente electo y no de la derecha que, por alguna razón siempre es “extrema derecha”. Con todo, las líneas que se ofrecen a continuación no buscan abundar más respecto a ese espacio de linchamiento que son las redes sociales, sino esbozar algunas características detrás del discurso del presidente electo que lo mismo atrae a los incapaces de argumentar como a los que lo hacen en exceso: esa peculiaridad suya -parte de su genio algunos dirán- para atraer lo mismo al simple que al sofisticado es el motivo de esta reflexión.
La polarización suscitada por la clausura de la obra aeroportuaria en Texcoco establecerá en buena medida lo que será la tónica de un sexenio que aún no comienza tanto respecto a sus críticos como al sector privado. No menos importante, su relación con la terca realidad. El lunes pasado seguí “En la Hora de Opinar” (Foro TV) la discusión lateral entre Héctor Aguilar Camín con Javier Tello. Ciertamente en el campo pro-AMLO, Tello se cuece aparte: su calidad, mente bien amueblada y clase en el mejor de los sentidos están fuera de toda duda. Con todo, no dejó de ser divertido que, tras su demasiado pulida conceptualización en torno al mensaje de primacía del Estado sobre los intereses económicos, Aguilar Camín, en su última intervención en el programa, mencionara que no recuerda en la historia de México un antecedente comparable de destrucción fulminante de 13 mil millones de pesos y 56 mil empleos. El contraste entre la articulación abstracta por un lado y el comentario concreto por el otro, tuvo un efecto humorístico: pese a lo preocupante, mi mujer y yo soltamos al unísono una carcajada frente al televisor.
Hay dos líneas de reflexión interesantes en esto. La primera coincide con una entrevista que a la filósofa y pensadora política alemana Hannah Arendt le hiciera la TV alemana a mediados de los sesentas, misma que puede verse en YouTube. En un momento dado de la entrevista HA comienza a hablar de cuando sus amigos, pares e intelectuales, dejan de frecuentarla poco antes del ascenso de Hitler al poder. Al año siguiente aquello ya era franco ostracismo. Pero lo que más llama la atención es cuando señala cómo una parte de la intelectualidad alemana establecía complejas conceptualizaciones sobre el cruel neurasténico que se haría del poder. Arendt – quien jamás despreció la relevancia del sentido común en la política- no deja de hacer notar a su interlocutor que los intelectuales son las primeras víctimas de sus elaboraciones, ello en directa proporción a su orgullo de creer ver lo que, quienes navegan con el sentido común, no ven. Nunca sospechan que lo que sólo ellos ven simplemente no está ahí; que bien puede ser un espejismo auto inducido. El sentido común no es infalible, como no lo son las intuiciones, pero tiene más probabilidades de fallar un sobre-trabajado aparato conceptual porque en él la observación y lo observable tienden a perder estatus. Desde luego que AMLO no es un delincuente político como Hitler lo era ni mucho menos, pero la capacidad de autoengaño de los sofisticados de otros tiempos y latitudes respecto a líderes autoritarios y carismáticos sí que es comparable. Observo el mismo fenómeno entre amistades cercanas que son todo menos estúpidas.
La otra línea que invita a la reflexión es la minimización de las consecuencias: una inestabilidad cambiara auto inducida en un contexto en el que los mercados internacionales vienen dando señales de estarse tambaleando; la señal de castigo a inversionistas que según estimaciones de JP Morgan le puede restar de ya a la economía mexicana cuatro décimas de crecimiento del PIB; el premio de riesgo adicional que se tiene que pagar ahora a los poseedores de bonos de deuda mexicana en los mercados internacionales -y que va a costarle al país unos 60 mil millones de pesos que no se tenían previstos- y la viabilidad misma de un aeropuerto sin economías de escala, distribuido en tres locaciones distintas con altas probabilidades de operación ineficiente -si no es que peligrosa- parece que es lo que menos importa aquí. Pero justamente es en esto en donde el mensaje de la cuarta transformación se va decantando: lo fundamental es darle una sonora bofetada a los identificados con la ventaja o el privilegio como un objetivo de política pública en sí mismo, sean estos inversores privados (90% de los inversionistas en el AICM de Texcoco son mexicanos) o los cuadros de la burocracia profesional. Las consecuencias de estas medidas en realidad son secundarias: la compensación psicológica va por delante, lo mismo que la impartición de condena moral y castigo, todo en un solo lance. Y es que ya es normal en la izquierda mexicana el practicar una mojigatería condenatoria que deja chiquitos a los moralistas rezanderos de antaño.
Sin duda los sexenios de Salinas de Gortari y el de Peña Nieto le dieron motivos más que justificados a la izquierda para creer en su superioridad moral, sobre-compensando así su orfandad ante la crisis y fracaso del marxismo al que espera resucite más pronto que tarde. Ese sentido de superioridad se fue hipertrofiando hasta degenerar en franca arrogancia. La izquierda mexicana llega al poder en el 2018 con una visión del mundo que parte de juicios absolutos y categóricos, pero con un efecto epistemológico grave: el juicio moral aplica en las formas de actuar o el ámbito de la razón práctica como diría Kant, pero otra cosa es creer que la realidad se doblega ante los juicios morales; que es reductible a sus términos o sus imperativos, cual si el juicio moral fuese el instrumento requerido para decodificarla. El futuro presidente parece que será un gran juez o inquisidor económico (en contraste con su indulgencia hacia el delincuente común) y que la realidad -al igual que un acusado – le rendirá cuentas. No entiende, ni parece importarle, cómo responderá ésta. Es el voluntarismo puro que cree en su poder y su moralidad por encima de cualquier otra cosa o consideración: una venganza frente a la complejidad de la realidad y de los asuntos que en ella se inscriben. Además de la compensación psicológica que conecta con el resentimiento y lo fomenta cual virtud, el populista conecta asimismo con quien reciente lo que no entiende o sabe que carece del esfuerzo y disciplina para entender. En el México de AMLO se sospecha de la materia económica y los agentes económicos; en el Estados Unidos de Trump la sospecha va dirigida hacia la ciencia. Por una vez venguémonos de la pinche realidad en vez de jugar su juego. Es una invitación tan irresistiblemente romántica como efímera en sus efectos: el populismo es el nuevo opio de los pueblos, y es adictivo.
Tengo un mal presentimiento. Una consulta a todas luces ilegal como la del fin de semana pasada en México, coincide con la tenebrosa elección de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil, el gigante sudamericano que tuviera 10 años atrás a Lula Da Silva en la presidencia. Mi sospecha es que hay un ciclo histórico que se repite en el tiempo y en el espacio. El primer acto es que, cuando aún es joven y el entorno económico inestable, la democracia liberal tarde o temprano le otorga copiosas votaciones a la izquierda (Alemania en los años veinte, España en los treintas durante la segunda República); en un segundo momento la izquierda cree superar las limitantes de la democracia liberal, sus aburridas reglas y tediosos procedimientos que frenan el expeditivo espíritu transformador. En esas se encuentra cuando de la nada aparece un actor que no anticipa y el cual siente menos inhibiciones frente a las convenciones del discurso político; es el momento en que el fascismo se le atraviesa a la izquierda y le roba el espectáculo. El fascismo aventaja a la izquierda no bolchevique en despotricar contra todo lo que acota y limita la democracia liberal. La izquierda comenzó identificando a la democracia liberal, sus formas y sus instituciones con la Ramera de Babilonia, pero los fascistas son aún mejores para descalificarla apropiándose del terreno allanado por la izquierda. Alguien debería decirle a la izquierda en México -que hoy por hoy cree que el mundo es suyo- que no sabe para quién trabaja. ¿La cuarta transformación desembocará en un fascismo mexicano? Ahí dejo esta tenebrosa pregunta para Halloween.