2 de octubre
No se olvida
El recuerdo es recurrente, a fuerza de repasarlo tiene volumen y bordes vívidos, en la esquina de San Cosme e Insurgentes, dos jóvenes grafitean la vitrina de un Burger Boy, se deslizan simétricos, arriba el de la fecha agita el spray y el de abajo dispara el chorro de pintura para engrosar las letras, detrás de ellos, el contingente no se detiene y avanza hacia la Alameda central para alcanzar el Zócalo. El joven que inició la pinta termina, da un paso atrás y observa atento cómo su compañero remata la frase. Mi madre y yo miramos también la obra, le aprieto la mano, son finales de la década de los 70.
Pregúntales, me dice ella y me acerca a los jóvenes, sin lograr que la suelte.
Quihubo, mano, uno de los grafiteros se adelanta, más por mi madre que por mí.
¿Qué no se olvida? Le digo bajito.
¿Qué?
¿Qué no se olvida? Insisto.
Pues el 2 de octubre, obvia señalando su pinta en el cristal.
Sí, pero qué no se olvida, sigo sin entender.
Pues eso, el 2 de octubre, y me mira con el mismo hartazgo de quien previene sobre los peligros del fuego y permite que el otro se queme sólo para tener la razón. Su compañero lo apura, qué hace perdiendo el tiempo respondiendo a un niño, el contingente avanza y hay muchas pintas por hacer, se arrancan al mismo tiempo, cruzan Insurgentes y se unen a la marcha.
Mi madre y yo esperamos en la esquina a que se aleje el contingente. Sí, nos uniremos a la marcha, pero a la prudente distancia que establece la clase media asustadiza de cualquier expresión que tome la calle; sí, somos mirones, pero no de palo. Durante mucho tiempo estuve convencido que el grafitero no sabía el motivo de su pinta, que le bastaba inscribir en los muros el deseo de memoria, que lo impulsaba el ánimo festivo de andar la calle junto a sus iguales y corear y gritar y brincar…
¿Qué no se olvida? Le pregunté a mi madre.
Que mataron a muchos muchachos, responde y avanzamos.
Estoy convencido que esos muchachos que grafiteaban la vitrina no me contestaron porque no sabían, no porque les preguntara un niño, ni porque les costara trabajo simplificar un hecho tan complejo y doloroso, estoy seguro porque años después realicé el mismo recorrido con los compañeros de mi generación y muchos, demasiados, no sabíamos qué era lo que no debíamos olvidar. Hijos de los jóvenes que sí vivieron el 68 mexicano, fuimos conociendo los detalles de la matanza de fuentes secundarias, dejamos pasar la oportunidad del relato de primera mano, del testimonio de las víctimas. Crecimos en un país donde tradicionalmente no se cuestiona al padre y la solución tradicional al conflicto es una disculpa, casi siempre vana, hueca, un lo siento o perdón que no está atado a las causas, que generaliza las consecuencias de los actos y pretende excusarse disolviendo en el olvido.
Durante algún tiempo, al menos para mí, 2 de octubre No se olvida fue una frase hueca, un pretexto para que los porros de la Federación de Estudiantes Politécnicos o la Organización Democrática de Estudiantes Técnicos (ambas del Instituto Politécnico Nacional) se pudieran unir al contingente de universitarios que año con año marchaban hacia el Zócalo no sin antes usar ese pretexto para asaltar camiones de mercancías, para vaciar los autobuses; así eran las manifestaciones de la década de los 80 en que participé, difícil enterarse de qué se trataba, qué no había que olvidar.
Fue 25 años después de 1968 que la sociedad civil (apenas la comenzabamos a llamar así) organizó una Comisión de la Verdad para esclarecer lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas un 2 de octubre, la investigación incluyó la identificación de las víctimas. La conmemoración de la fecha adquirió un sentido diferente, en esa marcha fuimos miles los que escuchamos a los líderes históricos del movimiento, quienes atendimos el testimonio de quienes sí estuvieron ahí, creo entender ahora que fue hasta entonces que para muchos de mi generación se fue clarificando el propósito de no olvidar. No fue un momento sencillo, algunos querían héroes y mártires, demandaban villanos y asesinos, en búsqueda de la verdad se negaron los matices, en búsqueda del absoluto se polarizaron las posiciones, incluso se polemizó acerca de la obligación moral de acusar al gobierno de haber cometido genocidio, se quiso obligar a caracterizar así la matanza en la Plaza, quienes no estuvieron de acuerdo fueron denostados, quienes no quisieron pensar como todos, fueron expulsados de la rotonda de los luchadores por la democracia, señalados como fascistas, traidores…
El Informe Oficial que sobre la noche del 2 de octubre elaboró Fernando Gutiérrez Barrios, director federal de Seguridad en 1968, consta de 4 hojas a renglón seguido, está clasificado como D.F.S.-2-X-68 y se titula: PROBLEMA ESTUDIANTIL, ahí se indica:
“Con relación a los acontecimientos suscitados en la Plaza de las Tres Culturas, de la Unidad Santiago-Tlatelolco, en esta Ciudad, hoy por la tarde fueron detenidas 1,043 (UN MIL CUARENTA Y TRES) personas, las cuales se encuentran como sigue:
“363 (TRESCIENTAS SESENTA Y TRES) en el Campo Militar No. 1. 83 (OCHENTA Y TRES) en la Jefatura de Policía. 597 (QUINIENTAS NOVENTA Y SIETE) distribuidas en la Cárcel Preventiva de la Ciudad y en la Penitenciaría del Distrito Federal.
“Hasta las 6.00 horas del día 3, estos detenidos todavía estaban llegando a los reclusorios indicados, por lo que ha sido imposible tomar los nombres de todos ellos, lo que ya se está procediendo a hacer para poder clasificarlos de acuerdo con su importancia.
“Los miembros del Consejo Nacional de Huelga que se encontraban presidiendo el mitin en la citada Plaza, fueron detenidos y por el señalamiento anterior, hasta el momento sólo se tienen los nombres de SÓCRATES AMADO CAMPOS LEMUS y FLORENCIO LÓPEZ OSUNA, estudiantes del I.P.N.
“Hasta esa misma hora, en las diferentes Delegaciones y Hospitales, se encontraban 26 personas muertas, entre ellas 4 (CUATRO) mujeres, la mayoría de las cuales no han sido identificadas; una de ellas fue un soldado del Ejército.
“Los heridos, en número de 100 (CIEN), también se encuentran en diferentes Hospitales y Cruces: 73 (SETENTA Y TRES) hombres y 27 (VEINTISIETE) mujeres, entre ellos está el Gral. JOSÉ HERNÁNDEZ TOLEDO, Comandante del Batallón de Fusileros Paracaidistas, así como 12 (DOCE) soldados y 7 (SIETE) elementos de diferentes policías (tres de la D.F.S., dos de la Policía Judicial Federal, uno de la Policía Judicial del D.F. y un policía preventivo).”
Más de mil detenidos y 26 muertos según ese reporte de Gutiérrez Barrios; el periodista John Rodda, corresponsal de The Guardian reportó que habían muerto 500 personas; Oriana Fallaci, periodista italiana que fue herida ese 2 de octubre, sostuvo que eran miles los muertos; Octavio Paz en Posdata indica que la cifra probable era de 325 asesinados; hoy no sabemos cuántos, no hay un número exacto… En la explanada de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco se encuentra el monolito en memoria de los fallecidos en la matanza de 1968 (inaugurado el 2 de octubre de 1993), bajo la imagen de unas palomas dice:
Adelante!!
A los compañeros caídos
El 2 de octubre de 1968 en esta plaza
y se enlistan los nombres completos y edades de 20 víctimas identificadas, finaliza señalando:
Y muchos otros compañeros cuyos nombres y edades aún no conocemos
Sólo 20 víctimas identificadas, apenas 20 nombres y un terrible final Y muchos otros compañeros cuyos nombres y edades aún no conocemos. A 50 años, seguimos igual, se cumplen 50 años de múltiples asesinatos; no tenemos una versión única de lo que ocurrió esa tarde noche en la Plaza de las Tres Culturas. A pesar de esa ignorancia, a pesar de seguir en la oscuridad, en lo personal, he logrado desplazar la imagen de los dos muchachos que supongo ignoraban que se conmemoraba por la de una ciudadanía que crece y clama lo irresponsable que es el olvido. Ayer se enfrentaron a la luz de unas bengalas estudiantes contra el ejército, grupos paramilitares contra civiles; hoy, transitan por nuestras calles tráilers con centenas de muertos sin identificar, se multiplican las fosas con cadáveres no identificados, se alargan las listas de desaparecidos; hoy, tiene sentido No olvidar, rechazar la desmemoria, aprender a nombrar, identificarnos, ese acto de empatía como primer paso para reconocernos. Darle peso a cada una de las víctimas, nombrarlas, para así empezar a combatir la impunidad. Sí, que no se olvide, es necesario nombrar.
@aldan