Las sociedades conservadoras, los dictadores morales, han perdido la batalla racional. Nadie les quitó el micrófono ni la posibilidad de argumentar y convencer. Pero han perdido su batalla. Las reacciones en el ámbito internacional de sociedades que eventualmente regresan a un régimen conservador no son sino un ejercicio de venganza emocional hacia esta implacable verdad: los dictadores morales han perdido la batalla intelectual. Será, más temprano que tarde, que deban aceptar que sus estrategias de imposición confesional, más allá de erróneas, han resultado estériles. Que la caja de Pandora de la libertad se abrió para no cerrarse jamás. Estados Unidos de Norteamérica puede enarbolar a su presidente wasp o más bien redneck pero son una mayoría condenada a apabullar por la violencia numérica y no por el convencimiento deliberativo. Las dictaduras morales han perdido su batalla. No se necesita una tesis doctoral para probar este hecho: las religiones menguan, las instituciones históricas evolucionan (tal vez hasta se tambalean): la sociedad rechazada alza la voz, incomoda, se vuelve una astilla inamovible, y además, camina con la firmeza de tener la razón respecto a una cosa sagrada e incuestionable: la defensa de sus propios derechos.
Los dictadores morales pueden sentarse a esperar. O levantar la voz iracunda, intentar amedrentar con su intimidante mayoría. Pueden desgarrarse las vestiduras. Pueden invocar conceptos abstractos, amenazas ultraterrenales, miedos metafísicos. Las y los rechazados, las y los criminalizados por ser distintos, por elegir otra cosa, tienen una voz que ya no perderán. La maternidad será deseada o no será, dicen las mujeres que sólo claman sentirse dueñas de sí mismas (una noción que jamás debió cuestionarse): y hay que agregar, los derechos humanos, gusten o no a todas y todos por igual, serán. Soy optimista al respecto, porque cada vez son más voces, porque cada vez son más pañuelos verdes, porque cada vez son más los medios para hacer saber esta verdad: que las confesiones deberán ser reducidas a la vida privada y nada más.
El viernes se celebró el Día de Acción Global por el acceso al Aborto Legal y Seguro: los comentarios -colección de falacias, manual de despropósitos argumentales- fueron del ingenuo ad populum (están equivocadas: ¡son bien poquitas!) al grotesco ad hominem: (están bien feas, quién quiere con ellas), pasando por el perverso reduccionismo causal y la sesgada agencialidad moral (¿para qué abría las piernas? -como si los varones no participaran del trance en lo absoluto-). Y los dictadores morales, que saben que perdieron la batalla racional, siguen ignorando olímpicamente el papel que los varones jugamos en los embarazos no deseados, en el abandono consuetudinario, en la reducción de la mujer a objeto sexual. Los dictadores morales siguen jugando a esconder la basura bajo la alfombra, a bajar la tapa del inodoro para hacer como que la inmundicia desaparecerá por obra de sus deseos: que no nos hemos hecho cargo de la educación sexual, que encima se encrespan y combaten cualquier intento de corregir este histórico riesgo. Las y los adolescentes, las y los jóvenes, las mujeres y los hombres -deben saberlo- seguirán teniendo relaciones como ha sido siempre y será siempre: las abuelas antes se casaban a los diecisiete, eran robadas a los quince, subyugadas muchas veces por un sistema atroz que solapó el predominio del hombre que fue amo y señor de voluntades en una era, que, afortunadamente, no volverá. Los dictadores morales pueden rasgarse las vestiduras y decir con pretendida nostalgia que añoran aquellos buenos tiempos ignorando los dolores, las humillaciones y las injusticias en nombre de un mundo que funcionaba por el pisoteo de la voluntad.
Las cosas ya no cambiarán y más nos valdría aceptarlo: las mujeres abortarán si lo desean, lo legislemos o no, nos parezca o no. Los fetos morirán seguramente y posiblemente también ellas, y más nos valdría entenderlo. Más nos valdría entender que las opiniones masculinas serán escuchadas y ponderadas cuando no sean impuestas, cuando nos hayamos ganado la confianza, cuando se pueda suponer que el camino decidido será de dos. Las mujeres quieren conservar sus vidas, porque ya hay suficientes amenazas. Las mujeres quieren vivir, no cruzar los dedos para ser supervivientes: los dictadores morales no pueden, por decencia, seguir balbuceando sobre la adopción cuando hay niñas y niños vagando por las calles de nuestro país, corrompidas y corrompidos para siempre, porque los buenos deseos son sólo eso, pero la realidad para una niña o un niño no deseados es mucho más complicada que unos brazos extendidos por las “buenas consciencias” y no pueden, por decencia, seguir repitiendo ese argumento cuando al mismo tiempo evitan que las y los homosexuales adopten; y no pueden pedir que “cierren las piernas” cuando no quieren educar a las nuevas generaciones sin eufemismos ni trasnochados sonrojos. Los dictadores morales no pueden, por decencia, seguir condenando a las mujeres cuando no nos han educado como varones, antes que nada, para ser irreprochables compañeros.
Pero si no guardan silencio, hay una verdad que no cambia: que han perdido la batalla racional. Será cuestión acaso de tiempo, de que más y más se quiten los pudores y se revelen contra el sistema que en el fondo saben ha quedado caduco. Será cuestión de perfeccionar los lobbies y demostrar el peso electoral. Será cuestión de seguir siendo la necesaria, la incómoda y justísima piedra en el zapato. Un padre le dice a su hija o a su hijo “no”: tiene la opción de argüir razones, de convencer, de hacerle saber a su hija o a su hijo que ese “no” es justo, meditado, ponderado, racional. O puede imponer su voluntad y conseguir el mismo resultado pragmático, pero continuar con la vergonzante imagen de dictatorial e injusto, de irracional e impositivo. Los dictadores morales saben que sus reglas hoy dependen sólo de la imposición: de su fuerza, y eso, que todo dependa de su fuerza, es una gran debilidad. Los dictadores morales creen que los derechos humanos están a discusión, que se debe batallar por ellos y justo por eso, han perdido su batalla.
/aguascalientesplural | @alexvzuniga