Conocemos el proyecto. Algunos lo llaman “Unidad de la Ciencia”. El biólogo Edward Osborne Wilson le he llamado “Consiliencia”, que significa literalmente que las ciencias se han unificado y cohesionado todas “de un salto”. Lo que esto significa es que, desde sus particulares retóricas e intereses, las ciencias naturales han llegado a un estado de optimismo irrestricto con respecto a la última de las fracturas dentro del paisaje del conocimiento humano: aquella entre biología o cultura, naturaleza o sociedad, materia o mente, ciencias o artes y humanidades. Dichas dicotomías hasta hace muy poco conservaban su respetabilidad a pesar de la caída de otros muros que dividían el conocimiento humano. Pero, con el desarrollo agigantado de cuatro nuevos campos de investigación, los hombres de ciencia creen ya sin ningún reparo que aquello que nos complacemos en llamar “naturaleza humana” por fin se dejará incorporar a la estructura propia de la ciencia. Dichos campos de investigación son la ciencia cognitiva, la neurociencia, la genética del comportamiento y la psicología evolutiva.
El debate entre los defensores de la tesis de la Consiliencia o Unidad de la Ciencia y aquellos que niegan que sea posible incorporar la naturaleza humana a la estructura propia de la ciencia ha sido acalorado los últimos años. Además, dicho debate está sumamente polarizado entre dos posturas extremas: aquella que podemos llamar «Cientismo», y la postura filosófico-biológica denominada “Pluralismo”.
Por “Cientismo” se suele entender una ilícita extensión de los métodos y formas de explicación de las ciencias naturales. Evidentemente, no todas las extensiones de los métodos y formas de explicación de las ciencias naturales al estudio del ser humano como un ser cultural, social e histórico están fuera de lugar. Sin embargo, algunas extensiones pueden ser poco relevantes en algunas ocasiones.
Por “Pluralismo” me refiero a la tesis defendida principalmente por algunos biólogos y filósofos -John Dupré y Nancy Cartwright, principalmente- que afirman la inconexión radical entre distintos tipos de entes que figuran como objetos de estudio de las distintas áreas de investigación, así como entre el tipo de explicaciones. De este modo, en la ciencia opera, más que un orden epistémico y una homogeneidad metodológica, un cierto caos e incomunicación.
Ahora resulta oportuno que distinga algunos tipos de cientismo. En primer lugar, existen un par de cientismos reduccionistas. Así, hay un cientismo que afirma que es posible traducir todas las oraciones que involucran categorías que no pertenecen al dominio de la ciencia natural (por ejemplo, oraciones que involucran categorías sobre lo mental), a oraciones lícitas categorialmente dentro del terreno de la ciencia natural (por ejemplo, sobre la conducta o los estados neurales), sin que ello implique alguna pérdida. Otro cientismo, aunque niega que dicha traducción sea posible, afirma cierta identidad contingente entre lo que podríamos denominar propiamente humano (por ejemplo, lo psicológico) y lo neural.
Otra forma de cientismo no reductivo es metodológico. En dicha concepción, aunque los fenómenos psicológicos y sociales no sean reducibles en principio ni lógica ni ontológicamente, la estructura lógica de las explicaciones en los estudios humanistas, en particular la explicación del pensamiento y la acción humana es la misma estructura de la explicación en las ciencias naturales. De esta manera, la explicación del pensamiento y la acción humana es causal, y una completa comprensión del comportamiento humano requiere el conocimiento de las causas que le subyacen y lo determinan. Estas causas pueden ser concebidas como psicológicas o sociohistóricas, o físicas (las cuales describirían las regularidades de lo neural). Esta versión fisicalista del cientismo metodológico es sostenida por la mayoría de los miembros de la comunidad científica.
Los resultados de los nuevos campos de investigación tratan de responder a la que John Searle denominara “la pregunta fundamental de nuestra era intelectual”, a saber “¿cómo damos cuenta de nosotros mismos, como seres racionales, mentales, conscientes y libres, y la a vez somos consistentes con nuestra imagen del resto del universo, como enteramente constituido por partículas físicas, no-mentales y carentes de significado?”. Sin embargo, algunos piensan que el Cientismo no logra responder adecuadamente a nuestras expectativas intelectuales.
En primer lugar, sería francamente ingenuo negar la potencia tanto de la eficacia causal como de la relevancia explicativa de estos nuevos campos de investigación. Los avances que se han gestado a partir de la aplicación de los nuevos conocimientos que tenemos de la naturaleza de nuestra mente así como de la génesis de nuestro comportamiento parecen dar legitimidad a las aspiraciones cientistas. Sin embargo, el optimismo adecuado quizá debería ser parcial. No en todos los casos y contextos dichas respuestas responden a lo que deseamos y esperamos. Su relevancia explicativa es importante, pero parcial. Así también su eficacia causal. Pues aunque también sería ingenuo negar la continuidad biológica entre distintas especies, el ser humano se distingue a pesar de todo del resto de los animales por su lenguaje desarrollado. Aunque los animales no humanos en efecto son conscientes, inteligentes y podemos adscribirles una variedad inmensa de pensamientos simples -la etología cognitiva es otro campo de investigación paradigmático en nuestros días-, carecen del tipo de lenguaje que caracteriza nuestra forma de vida. Un error habitual de cierta mitología acientífica consiste en implicar de la continuidad biológica entre el humano y los demás animales una continuidad en la vida mental de distintas especies. Dicho en otras palabras, una ínfima diferencia genética tiene consecuencias inmensas en la vida mental entre distintas especies.
El lenguaje desarrollado que poseemos no nos hace una especie privilegiada. Implicar ello también es un residuo de teología caduca. Sin embargo, nos hace una especie animal con una forma de vida compleja y muy distinta al resto de las demás especies. El lenguaje humano no captura diferencias genéticas, sino reglas y convenciones que no es posible capturar en la estructura de las ciencias naturales, y que encuentran una adecuada explicación sólo dentro del marco de las humanidades.
A lo que esto nos lleva, piensan algunos, es a afirmar que no es posible homologar la metodología de la comprensión humanista a los métodos de la ciencia natural. Existen distintos tipos de explicación, y dichas explicaciones son heterogéneas (aunque podrían ser continuas, si suscribimos alguna versión al menos mínima o austera de naturalismo). Responden a lo que esperamos que respondan, y se circunscriben a un contexto. De ello tampoco se sigue un pluralismo que niegue cualquier tipo de comunicación entre distintos tipos de explicaciones. Es posible hacerlas dialogar sin necesidad de homogeneizar sus métodos y sus categorías. Ahora bien, cómo sea posible dicho diálogo quizá será una nueva pregunta fundamental de una nueva era intelectual. ¿Cómo terminar la guerra entre las dos culturas?
Concluyó. Uno de los intelectuales que quizá ha visto de mejor forma la necesidad del diálogo sin la reducción sea Edgar Morin: “El ser humano nos aparece en su complejidad: es un ser a la vez totalmente biológico y totalmente cultural. El cerebro por medio del cual pensamos, la boca por medio de la cual hablamos, la mano por medio de la cual escribimos, son órganos totalmente biológicos al mismo tiempo que totalmente culturales. Lo que es más biológico -el sexo, el nacimiento, la muerte- es al mismo tiempo lo que está más embebido de cultura. Nuestras actividades biológicas más elementales, comer, beber, defecar, están estrechamente ligadas a normas, prohibiciones, valores, símbolos, mitos, ritos, es decir a aquello que hay de más específicamente cultural; nuestras actividades más culturales, hablar, cantar, bailar, amar, meditar, ponen en movimiento nuestros cuerpos y nuestros órganos, y entre ellos el cerebro… A la manera de un punto de holograma, llevamos en el seno de nuestra singularidad, no sólo toda la humanidad, toda la vida, sino también casi todo el cosmos, comprendiendo en él su misterio que yace sin duda en el fondo de la naturaleza humana”.
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