Estimado lector, primero dando ya a conocer el nombramiento del próximo subgobernador del Banco de México, proponiendo a Jonathan Heath, dando certidumbre a los mercados financieros, a los empresarios, Andrés Manuel sigue con su política del vaivén. También habla de congruencia el poner en su lugar y desechar la propuesta nociva del Partido del Trabajo, que deseaba cambiar la ley del Banco de México y quitarle autonomía. Y si a esto le agregamos la firma del USMCA (United States Mexico Canada Agreement) como se le llamará al nuevo Tratado de Libre Comercio de América del Norte, parece que le están saliendo las cosas bien al gobierno electo… Hasta ahora.
Pero dejando de lado esto, me gustaría hablar de lo devaluado que está nuestro sistema político actual. La política, y el poder público, es y debería ser, por y para el pueblo, es decir, buscar la maximización de la satisfacción del bienestar público. Desafortunadamente, eso no ha sido posible en nuestro país. Mucho tiempo se dio por pensar que era debido al partido en el poder, a la llamada derecha política del país, y que cuando llegara al poder la izquierda, esto cambiaría radicalmente. Nada más falso, y me gustaría explicar por qué.
En la política, tenemos dos tipos de personas que llegan al poder, o lo buscan. Aquellos que quieren cambiar la forma en que se llevan las cosas en ese momento, para tratar de beneficiar al pueblo y respetar, ante todo, las garantías individuales como lo es la libertad, tanto de tránsito, expresarse y pensamiento, y otros, que son dependientes, trepadores, escaladores y van pasando de una corriente política a otra con el único deseo de estar en el poder.
Los primeros, buscan ser auténticos, saben lo que deben hacer, ya sea por convicción propia, como Manuel Mier y Terán, o por alguna otra influencia externa, como Madero, el cual entra a la política alentado por el espíritu de un tal José. Lo que sí es claro en este tipo de políticos, es la pureza de sus intenciones, la honestidad y congruencia en ellos, y la búsqueda del bien común por sobre el bien particular. En ambos casos, el destino fue trágico, ya que Manuel Mier y Terán, uno de los héroes de la independencia menos conocidos y aprendidos, al buscar cambiar al país desde la presidencia y serle negada ya que fue impuesto a través de Antonio López de Santa Ana, Vicente Guerrero, se levanta en armas, y sabiendo que eso iba en contra de sus creencias, se suicida en la desaparecida ciudad de Padilla, Tamaulipas, en el mismo lugar donde fue fusilado Agustín de Iturbide, el padre de la patria en toda la extensión de la palabra. El segundo, al derrocar la dictadura porfirista y arribar al poder a través de las urnas, da al pueblo mexicano una oportunidad única: ser libres. ¿Qué sucedió? Que recibió un país que estaba en el borde de una crisis, que los pasquines y periódicos se vendieron al mejor postor, y que la libertad que otorgó se convirtió en libertinaje y por tanto, en su contra. Fue asesinado, una vez que fue obligado a renunciar al poder, por el villano más grande de México, Victoriano “el chacal” Huerta, alcohólico empedernido, y neandertal de segunda.
Los segundos, son advenedizos. No tienen ninguna virtud, la única, es no crear sino copiar. Estar a la sombra de otros, buscar que esa persona los vea, ya sea por lambiscones, o bien por sus “obras”, que son realizados por otra persona pero que ellos se adjudican sin más como propios. Escalan en el gobierno con una sola misión, tener el poder, sea poco o mucho, para entonces hacer su voluntad, no la de los gobernados. Una vez alcanzado su objetivo se vuelven déspotas, intolerables, soberbios, creídos, todopoderosos. Dejan de estar con y para el pueblo. Manejan a la prensa a su favor, a través de dádivas o prebendas que salen del erario para su beneficio. Los logros del gobierno en su conjunto se convierten en SU logro, como si el fuera un Superman, un héroe de otra galaxia. Una vez que deja su cargo público, busca a través de todo medio volver a estar en una posición de poder, para desde allí, seguir viviendo como rémora del erario y beneficiarse en lo personal. Son doble moral, ya que en público dicen ser solidarios y que ayudan a la gente, pero en lo personal se sabe que esa ayuda no es para ellos, sino que será desviada para su beneficio personal.
Tristemente, México está lleno de los segundos, y los primeros no tienen cabida en un sistema que desde que Cárdenas institucionaliza el “chayote” periodístico a través de la venta única de papel para imprimir a través del gobierno y mejorada por Miguel Alemán haciendo de la corrupción y el doble discurso una práctica común, no hay espacio para los políticos de cepa.
Tenemos una política devaluada, y ni la derecha ni la izquierda da para verdaderos caudillos. Estamos perdidos.