The darkness must go down the river of nights dreaming,
flow morphia slow, let the sun and light come streaming
Into my life, into my life…
There’s a Light (Over at the Frankenstein Place) – Richard O’Brien, Rocky Horror Show
En los últimos años, el mundo ha resentido una nueva oleada de movimientos ideológicos cercanos al fascismo. Distintas naciones han visto emerger nuevamente expresiones que se creían superadas hace más de medio siglo. Estas expresiones neo fascistas se decantan en la práctica del activismo político como el cúmulo de movimientos xenófobos, antinmigrantes, racistas, clasistas, nacionalistas, con discursos misóginos, homófobos, transfóbicos, conspiranóicos, que criminalizan la pobreza, maniqueos, y que articulan su narrativa en una impostura con la que pretenden hacer creer que ese discurso lo avala el pueblo como una abstracción de la que se sujetan para defender posiciones impresentables. Ejemplos de esto, entre los más representativos, encontramos el apoyo a Trump, al Brexit, a Bolsonaro, el renacimiento del nazismo europeo y americano, las legislaturas confesionales en Latinoamérica, por mencionar muestras evidentes.
Aunque este resurgimiento de los movimientos ideológicos fascistoides resulte amenazador, y francamente atroz, al mismo tiempo implica una esperanza. Pudiera parecer una paradoja, sin embargo, este renacer de la fasci di combattimentto podría entenderse como una reacción de las derechas ante el -lento pero implacable- avance de los movimientos democratizadores, propios de la social democracia económica y política, del feminismo, de la diversidad sexual, y de las libertades civiles, que gradualmente se apropian de los espacios de poder que históricamente han ocupado los hombres rancios, blanqueados, miembros de las élites, y cercanos a la iglesia y a los demás atavíos de atraso social y cultural.
Visto así, los movimientos fachos son lo que siempre han sido: movimientos de reacción ante el liberalismo político y la economía social. De esta manera, esos reaccionarios sólo representan el rol que creen que deben asumir en el juego de equilibrios de poder. El espanto está en que, efectivamente, el desencanto con la democracia y la economía neoliberal hace que gruesas capas de población depauperada y desesperanzada admitan como deseables las posturas de políticos infames, como Trump o Bolsonaro. En ese sentido, el ascenso de la ideología facha cifra, no sólo la caducidad de la democracia, sino la incapacidad de las izquierdas contemporáneas para articular un diálogo y ejecutar acciones concretas de verdadero beneficio colectivo.
Este fracaso conjunto: el del civismo democrático en pueblos depauperados y desesperanzados, y el de las distintas izquierdas rebasadas por la corrupción y la incapacidad de articularse, pueden ser la causa de un fracaso mayor: el de la libertad y la justicia. Brasil, y Estados Unidos son claros ejemplos de cómo la vía electoral puede encumbrar a déspotas fascistoides que –naturalmente- operarán (y han operado) en contra de los valores democráticos a los que le deben su arribo al poder.
El reto no es nada menor, pero implica que los movimientos verdaderamente socialdemócratas (en los que por necesidad se incluyen con carácter protagónico los movimientos feministas, de la diversidad sexual, y de la economía social) puedan articularse para hacer modificaciones estructurales que cambien el discurrir de un sistema regido por un capitalismo voraz, un patriarcado implacable, y una hegemonía de la norma heterosexual asfixiante.
No obstante, ver que las facciones reaccionarias se levantan con virulencia, a pesar del espanto que implica, entraña también la esperanza de que esta reacción se debe –efectivamente- al avance libertario y social ya que, si este avance no se diera en la práctica, los fachos no tendrían la necesidad de radicalizar su discurso y su competencia por los espacios de poder. Dicho de otro modo, si hay reacción, es que hay acción; si hay fascismo, es que hay esperanza.
Así, en este panorama desalentador, existe ese atisbo de esperanza que se cifra en la acción política y en el activismo sobre los derechos y libertades civiles, sobre la equitativa repartición de la riqueza, y sobre la inclusión a una innegable diversidad que nos enriquece como sociedad. Así, al alimentar esta esperanza, al apostar en su fomento educativo y formativo; las generaciones venideras, y actualmente las niñas, niños, y jóvenes en formación, podrán aspirar a un mundo en el que sea inaceptable –por atroz- cualquier discurso como el que actualmente elevan los sectores de la ultraderecha confesional y capitalista. Así, en un escenario de oscuridad, todavía se cuela un haz de luz.
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