El periodo en el que coexisten dos presidentes, uno electo y uno en funciones, es un lapso natural en las democracias. Más corto o más largo, es una constante luego de un proceso electivo en el que no se reelige al titular del poder ejecutivo que, tras la calificación de la elección o la emisión de resultados definitivos y la toma de posesión del cargo, deben transcurrir esos días que, si bien no son de una indefinición absoluta, si se prevé una serie de reacomodos en las administraciones.
El punto en el que ahora nos encontramos ha provocado una disminución en la atención mediática de las actividades de la administración en funciones, que ha llevado al presidente electo a ocupar el lugar primordial como figura principal en el ámbito noticioso, sin desagrado visible, ha provocado un cierto desgaste (que además resulta natural) en la relación entre el presidente que será y el electorado, y entre ellos, los medios de comunicación como replicantes de la voz pública y con una participación destacada de las redes sociales.
Nos guste o no, sobre todo para quienes todavía convivimos con la información que nos proporcionaban los diarios impresos muy temprano en la mañana, los cortes noticiosos en el radio cada hora y el noticiario nocturno antes de irnos a dormir, las redes sociales han impactado de tal manera el flujo de la información en dos sentidos: la inmediatez y la bilateralidad. Es indudable que, por su naturaleza, ya no tenemos que esperarnos a que sea mañana para conocer las noticias de hoy, sino simplemente entrar a Twitter o Facebook para encontrarnos con la declaración, la noticia, el relato del suceso, y casi a la par de suceder se inserta en la agenda pública.
Pero además, esa inmediatez ha provocado un verdadero diálogo entre el protagonista de la noticia, el medio, y el consumidor de la información, puesto que solo basta una cuenta en la misma red social, a veces hasta de manera anónima, para que se interactúe, en un ejercicio que hace algunos años se antojaría imposible.
Durante esta semana se generaron una serie de hechos que trascendieron a este nuevo esquema de comunicación política, que curiosamente no tuvieron como protagonista al presidente electo, sino como origen los órganos legislativos. En uno de dichos sucesos, la presión mediática llegó a tal punto que la presidencia de la comisión de cultura de la cámara de diputados federal cambió de un partido a otro, en razón de las ideologías que abrazan los partidos políticos. En el cambio quien resultó propuesto para presidente es un legislador en funciones, en cuyo currículum se aprecia haber sido cantante y actor de cine y televisión.
No es el espacio para criticar si la carrera de dicho personaje mereció premios por sus discos, películas o programas televisivos, sino para ejemplificar el punto de la participación ciudadana posterior a la jornada electoral. Las preguntas que inundaron las redes sociales tendían a formularse en el sentido de si el diputado sería el idóneo para encabezar la Comisión de Cultura de la cámara, dada su nula experiencia legislativa y su amplia trayectoria (nos guste o no) en la farándula. El debate incendió las redes sociales en los puntos que antes quedaron establecidos: en cuanto trascendió la negociación en la cúpula legislativa para proponerlo, se iniciaron los dimes y diretes de votantes y no votantes, hombres y mujeres, de zonas urbanas y no urbanas, grandes ciudades y municipios no extensos, en una palabra: ciudadanía.
Desde mi perspectiva, la pregunta debió haber sido en un inicio ¿Qué trabajo legislativo hace una Comisión de Cultura en la Cámara de Diputados? Para de esta manera determinar la idoneidad de su presidente. ¿Por quién más está integrada? ¿Cuál es su vigencia? ¿Cuáles son las facultades que tiene el presidente? ¿El personal técnico que apoya a la comisión tiene experiencia en el trabajo legislativo?
¿Cuál es la labor fundamental de una comisión en general? Quienes trabajamos en un órgano colegiado sabemos que es imposible que el pleno tenga conocimientos sobre todas las facultades que son materia, por lo que el trabajo se especializa en comisiones de varios integrantes quienes supervisan y apoyan el trabajo operativo. Una comisión pues, no requiere estar presidida por un experto en el tema, sino sabedor de las actividades a realizar, debe tener la capacidad de ajustarse a un plan de trabajo y procurar seguirlo.
Cualquier diputado, ya sea presidente o integrante de cualquier comisión debe, antes de todo, conocer su actividad como legislador, obviamente. Como de la misma manera, el ciudadano debe saber que al votar no concluye su participación como tal, sino que permanece con derechos y obligaciones. Uno de ellos es cuestionar las acciones de gobierno, pero debe hacerlo de manera razonada, analítica y aprovechando los canales adecuados para expresar su opinión.
El próximo domingo se conmemora un aniversario luctuoso más del mártir de la democracia, Dr. Belisario Domínguez. Sería ideal que legisladores y ciudadanos, con ese pretexto, conociéramos algo de la historia del parlamentario que, en ejercicio de su derecho y a costa de su vida, hizo del atril senatorial, la más alta tribuna ciudadana.
/LanderosIEE | @LanderosIEE