Uno de los procesos de sincretismo cultural que vive México en la actualidad, sin duda es el de Día de Muertos-Halloween, y es que la cercanía con el vecino del norte, no sólo es física, sino además humana, hay gran cantidad de mexicanos que viven allende el Río Bravo, o norteamericanos que radican en el país. En lo personal, me gusta esta mezcla de ambas festividades: ultratumba, dulces, disfraces, calaveras; discrepo de los puritanos que luchan por conservar las tradiciones, pues no comprenden que, la cultura, es un ser vivo que se transforma no a contentillo, sino siguiendo su propio proceso. Lo disfruto hoy más que nunca, porque mi pequeño hijo es el encargado de decidir los adornos, y entonces nos topamos con catrinas, calabazas, fantasmas y por supuestos calaveritas de azúcar.
Recuerdo en mi niñez, por allá de los noventas, los tiempos de octubre inundaban la pantalla chica de cintas que lo mismo incluía al Santo luchando contra toda suerte de seres sobrenaturales, que clásicos del terror gringo, como aquella que narraba la historia de un automóvil malévolo que -ahora sé- está basada en una obra del rey del terror Stephen King: Christine. Filmada en 1983 por el director de culto John Carpenter, cuenta la historia de un joven timorato que, cuando descubre un viejo y destartalado vehículo que repara, transforma su ñoñez en una rebeldía sin causa. Surge un amor entre el propietario y la máquina, un coche poseído por una suerte de espíritu del mal, que no duda en asesinar, para proteger a su conductor. De verdad que el guión-novela (ambos del propio King) logran con maestría construir esta simbiosis sin que parezca ridícula.
La metáfora, bien puede funcionar para lo que sucede en las sociedades capitalistas de nuestros tiempos, el automóvil se vuelve un eje en nuestras vidas diarias, incluso toma su control y marca la agenda no solo de los ciudadanos, sino de los gobiernos. En principio, la automotriz es fundamental en todos los países industrializados, las potencias cuentan con grandes clusters del ramo, pensemos solo en cómo este tema, definitivamente fue la piedra en el zapato para que México, Canadá y Estados Unidos lograran la adecuación del TLC. Además, los gobiernos de las ciudades del planeta, dedican grandes esfuerzos humanos y presupuestales, para adecuar las vías y hacer más accesible su uso: pasos a desnivel, ejes, distribuidores, autopistas y un largo etcétera. Aunado a esto, hay claros perjuicios para la población: contaminación, muerte por accidentes viales, sedentarismo, etcétera.
En México, uno de los reclamos del electorado en las pasadas elecciones y por ende principal propuesta de candidatos, era la disminución del costo de la gasolina. En la comparecencia del secretario de economía, uno de los senadores le grito reclamando por los gasolinazos, el funcionario federal le contestó algo cierto y demoledor: los pobres no comen gasolina. El análisis fácil condenó las palabras y dijo que es una ofensa para los pobres, de fondo el secretario tiene toda la razón, la pobreza en este país, no utilizan la gasolina directamente, el combustible es usado principalmente por los no pobres, luego, cualquier mecanismo para bajar su precio, se trata de un subsidio a los ricos.
Aguascalientes es claro ejemplo de la forma en que los vehículos dominan el panorama, si en todo el país hay 29 millones lo que implica un promedio de .22 per cápita (un auto para cada cuatro personas aproximadamente) en nuestra entidad, con cerca de 550 mil motores, tenemos un promedio de .42 por ciudadano, más o menos a números cerrados el doble de la media nacional. El problema pues, se vuelve no sólo de los gobiernos, sino del ciudadano que opta por el automóvil particular.
El hecho de que el aumento de combustibles influya tanto en el votante solo significa, desde mi perspectiva, una cosa: tenemos una clase media pujante que puede acceder a un coche, lo que en el fondo es una buena noticia. En Christine, la única forma de detener la amenaza de la coche enamoradiza, es destruyéndola; en nuestras comunidades, nos rehusamos a ello, por mucho que amemos la naturaleza y no queramos talar árboles para abrir el paso a vías de concreto, seguimos rindiendo culto al automóvil.