Querida,
Agradezco me permitas escribir tu experiencia y
espero responder de manera adecuada a tu confianza
pues, al menos, ayudará a que más personas, como tú,
no permitan que se ahogue su voz al exigir respeto.
Las experiencias de acoso por las cuáles han pasado millones de mujeres no son aisladas, pues hablan de todo un conjunto de prácticas y pensamientos que hacen posible que sigan ocurriendo, y compartir esas historias permite que otras reconozcan que no deben dudar al saberse víctimas, que no deben sentirse avergonzadas al exigir respeto, además de que también impulsa la reflexión sobre aquello que podemos hacer para construir espacios de respaldo y apoyo.
En La incondicional, un bar en el Centro de la ciudad, una de mis amigas se lanzó contra un hombre para quitarle el celular. Le dijo a acompañantes y a personal de seguridad que el hombre le había tomado una fotografía por debajo del vestido, acto del cual se percató al sentir un movimiento cerca de sus piernas. Ella sólo pedía incesantemente que borrara las fotografías. No pensaba golpearle, sólo le preocupaba las fotografías y posibles destinos, por lo que no pensaba soltar el celular de su agresor. Exigía varias veces, al igual que el trabajador de seguridad, que indicara su contraseña para desbloquear el aparato, a lo cual sólo balbuceaba sin dar respuesta asertiva. Algunos acompañantes del hombre le cuestionaron sobre qué había hecho y que, si se trataba de un error, entonces diera su contraseña. El celular fue desbloqueado después de un tiempo de discusión. Ella buscó en la galería para toparse con dos fotografías casi obscuras en su totalidad, por lo que uno de los hombres de seguridad mencionó que no había nada, le miró con desdén y tomó el celular. Ella quedó inmóvil. Al estar a su lado, le dije a quien había tomado el celular que borrara las imágenes, independientemente de que fueron malogradas, pues no nos pondríamos a realizar ajustes de brillo y contraste, pues mi amiga sólo pedía que fueran borradas. La petición fue omitida por el personal del bar, su gerente y el sujeto en cuestión. Otro chico salió molesto, expresando que eso le podría pasar a otra chica. Se inició otra discusión y un intento de pelea mientras llegaba una patrulla por la llamada que había realizado. Los hombres regresaron a sus lugares después de amenazarnos. Mi amiga intranquila y enojada, junto con otros acompañantes, tuvo que regresar a pagar cuenta para poder irnos, mirando hacia a los lados, huyendo.
¿Cuántas mujeres no han pasado por episodios similares donde, además de haber sido víctimas, llega a ponerse en duda su “percepción” del acto? La presunción de inocencia es un derecho pero también debe evitarse la revictimización. Sin embargo, como bien apuntó un amigo: ¿cómo evidenciar un acto de este tipo a alguien que no fue testigo del acto?, considerando que además existe ignorancia y rezago. Las respuestas, después de un momento de respiro, afloraron como lluvia de ideas: el hombre en cuestión pudo haber desbloqueado y mostrado su celular fácilmente al saberse acusado. El bar es un espacio bien iluminado, por lo que las fotografías fueron tomadas bajo condiciones particulares, por ejemplo, debajo de una falda. El bar no puede perder clientes, ni mucho menos comprometer su imagen ante otros visitantes potenciales, por lo que la solución ante este caso en particular debió haber sido borrar las fotos oscuras, pedir cierre de cuenta y desalojar a ambos grupos, a los del hombre mencionado, así como a nuestras amigas y amigos. Además de haber sido víctima de acoso, ella se enfrentó al staff de un sitio comercial que ratificó el terrible escenario al que se enfrentan constantemente las mujeres.
Esto podemos relacionarlo con la instrumentación de diversos protocolos y mecanismos para atender múltiples casos con perspectiva de género, como el desarrollo de peritajes sociales, los cuales brindan información más amplia sobre el entorno familiar y social de las personas involucradas en alguna situación de litigio o proceso penal, para así llegar más allá de los escollos que puede presentar la recepción e interpretación de evidencia, en particular, porque se han llegado a reconocer fallas en las formas de proceder, así como, en el caso particular señalado, la forma en que las mujeres son mayormente vulneradas en sus derechos ante un contexto de sexismo y violencia que las somete a juicio aún antes de escucharlas.
En muchas ocasiones se cuestiona a las personas, hombres y mujeres, al compartir sus experiencias como víctimas por no proceder mediante vías institucionales como el interponer una denuncia. Sin embargo, existe un elemento toral para comprender este tipo de acontecimientos: la mayoría son víctimas dentro de una relación diferenciada de poder: mujeres-hombres, empleado-empleador, ciudadano-Estado. Ante una serie de incongruencias e impunidad, quienes requieren auxilio se identifican en gran desventaja, pero siempre habrá alternativas para pedir justicia, para la resistencia, y una de ellas es compartir, dialogar, dejar de hacer silencio porque, al menos, entonces, alguna mujer, alguna persona, que llegó a dudar sobre sentirse agredida, reconocerá que no estaba equivocada, que no se trató de un invento de las llamadas feminazis que supuestamente quieren exterminar a los hombres, que deben dejar de sentir vergüenza por ser violentadas. Muchas mujeres al ser víctimas quedan petrificadas, algunas otras actúan férreamente y ninguna es culpable por defender sus espacios, su cuerpo, su dignidad y hasta su vida.
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