“Metageografía: Una serie de estructuras espaciales a partir de las cuales las personas ordenan su conocimiento sobre el mundo” (Lewis y Wigen, 1997)
A partir de la revolución, las Secretaría de Educación Pública tendría el claro mandato de establecer una historia oficial que daría a todos los mexicanos un pasado (y por tanto un futuro) común, de forma en que pudiera organizarse de forma más fácil y homogénea, el presente. En pocas palabras, en este tiempo se confeccionó lo que hoy conocemos como identidad mexicana o nacionalismo mexicano. Este nacionalismo implica una concepción de lo “verdaderamente mexicano” o “lo más mexicano”. A su vez, esta idea ha producido una concepción espacial que define la manera en que imaginamos y vivimos el territorio. En esta entrega de Mareas Lejanas, abordaré algunas concepciones metageográficas que tenemos en México, después de introducir de una forma brevísima la narrativa que las engendró.
El padre del nacionalismo mexicano es sin duda José Vasconcelos. Este personaje, venerado por sus aportaciones a la educación pública, tenía un bien conocido lado nacionalista, muy en línea con el espíritu de aquella época. México era un país con poca cohesión cultural antes de la revolución y hubo que crear un mito nacional que unificara a sus habitantes. La idea de que en México se había creado la raza de bronce, la raza cósmica, fue la base de ese proyecto. Esto ha derivado en que el aparato educativo se haya encargado de enseñar a la mayoría de los mexicanos que somos un país mestizo, producto de la mezcla entre españoles e indígenas.
Lo que se ha generado es la existencia de un México nuclear, auténtico, folclórico y mestizo. Esto tiene una implicación fuerte, pues al definir excluye. Un primer ejemplo lo podemos ver con la bandera nacional, con el mito fundacional de la Ciudad de México inscrito en su centro. Desde la bandera, se toma metonímicamente el altiplano central por todo México. Un amigo alguna vez, me contestó ante esto que el mito de Aztlan –la tierra mítica desde donde migraban los Mexicas– estaba en el norte del país, lo cual es un punto válido en términos de geografía. Sin embargo, esto no deja de resonar a centralismo, aunque sea un centralismo azteca.
Quedándonos en los aztecas, es interesante que su concepto de “chichimecas” es esencialmente análogo con la idea del norte bárbaro y otro: reducían a las decenas de tribus que vivían al norte de su territorio como “ salvajes/bárbaros“. En un sentido muy parecido, en la metageografía capitalina, el país tiene dos estados: La Ciudad (a secas) y la Provincia. La provincia es un macro estado cuyas capitales son Monterrey y Guadalajara.
Por supuesto, desde acá afuera lo vemos de otra forma. En el norte se habla de “allá en el sur” y sigue existiendo el “Deéfe”. En la frontera se voltea hacia “el otro lado”. Aguascalientes y Tlaxcala, los estados más pequeños del país junto con “La Ciudad” son un curioso ejemplo de la fuerza de estas metageografías “¿Aguascalientes o Tlaxcala existen?”.
Una de las frases de Don José Vasconcelos, referente a los guisos como límite de la “civilización” mexicana, es bien conocida e ilustra la versión moderna del mito chichimeca. Es interesante pensar que esa frontera entre la barbarie y la cultura atravesaría el estado de Aguascalientes, efectivamente una zona intermedia entre el sur y el norte del país. ¿Dónde empieza la carne asada y terminan los guisos? ¿En la López Mateos? ¿En el Jardín del Mariachi? Se sorprendería Vasconcelos de ver que se pueden comer burritos y gorditas de mole a metros de distancia.
Bibliografía:
-Martin Lewis y Karen Wigen (1997) “The myth of continents. A critique of metageography” University of California Press
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