Nosotros, espíritus sensibles al encanto del arte, tenemos el compromiso de evangelizar con el jubiloso anuncio de la buena nueva de la música a esos oídos paganos, enajenados, contaminados y corrompidos por la barbarie, consecuencia de esa cacofonía que identificamos con el nombre de reggaetón, banda o cualquiera de las nefastas consecuencias surgidas de tan abominable sonido.
Para quien esto escribe la música no es solamente un gusto, una afición, sino una forma de vida, creo mucho en lo que decía John Lennon, “todos somos la consecuencia de la música que escuchamos”, es decir, dime qué escuchas y te diré quién eres, de esta manera estoy convencido de que lo que escuchamos dice mucho de nosotros como personas y define con trazos firmes nuestro perfil como ciudadanos. Yo dudo mucho, aunque hay excepciones, pero dudo que una persona que entre sus preferencias musicales esté Brahms, Mozart, Bach, Beethoven o Mahler sea de los que arrojan basura a la vía pública, se pase los altos o le eche el carro encima a un anciano al cruzar la calle, la afición musical por estos manjares auditivos prácticamente nos alejan de este tipo de actitudes, insisto, hay las excepciones. Ahora bien, tampoco estoy afirmando que quienes no escuchan música de concierto sean un puñado de salvajes criminales, claro que no, pero este tipo de comportamientos, esos que ya mencioné, pasarte los altos y peor todavía, molestarse y hacerte señas obscenas si tienes la osadía de hacerles algún reclamo, echarles el carro encima a unos ancianos que cruzan la calle, arrojar basura, hacer sonar el claxon al auto de adelante inmediatamente que el semáforo cambia a verde, en fin, ¿qué tipo de música supones, amigo lector, que esas personas suelen escuchar? No quiero entrar en detalles, pero los resultados serían muy reveladores si hiciéramos una encuesta, te lo aseguro.
A lo que voy, y lo he comentado con anterioridad en más de un banquete, es que el contacto con las artes en general, con la buena música en particular, nos hace mejores personas, más sensibles a lo que sucede en nuestro entorno, menos indiferentes al sufrimiento de nuestro prójimo y consecuentemente, mejores ciudadanos. Estoy convencido de ello, por eso siempre he estado buscando abrir más espacios para la promoción y difusión de la buena música, de que la gran música de concierto se conozca más, es mi razón de ser en los medios, entiendo que es imposible que amemos lo que no conocemos, no obstante, a pesar de los pocos espacios, la música académica cuenta con una importante cantidad de seguidores, hay más melómanos de los que nos podemos imaginar, y lo sé por experiencia. Por eso, cuando alguien dice: “es lo que le gusta a la gente” refiriéndose a esos sonidos contaminantes, valdría la pena hacer la aclaración de que no, de ninguna manera, lamentablemente, es lo que la gente conoce, que no es lo mismo.
En estos días vivimos una realidad que exige que todo sea suavizado porque alguien decidió, quién sabe por qué, que decir las cosas como son resulta ofensivo, así que la verdad, esa que muchos consideran subjetiva en función de la misma actitud suavizante, ya no puede ni debe ser presentada en toda su luminosidad y brillantez que le es connatural, porque alguien podría ofenderse, pero a pesar de esas tendencias light con las que se nos quiere obligar a vivir, me queda claro que independientemente de nuestros muy respetables gustos musicales, en efecto, existe buena y mala música y que existen una serie de criterios que así lo confirman, y hay que señalarlo.
Como consecuencia de este compromiso que libremente asumo con su majestad la música, algunos buenos parroquianos me han señalado de arrogante e intolerante además de otras linduras. Bueno, en realidad, sí soy todo eso que dicen, tampoco puedo negar el hecho que hasta cierto punto me siento halagado por tan inmerecidos elogios, lo cierto es que al ser señalado como todo eso que dicen que soy, incluso algunos que presumo de amigos, me colocan en una postura radical que siempre he buscado y en donde, en honor a la verdad, me siento muy cómodo, es decir en el punto más lejano a toda esa bazofia, bodrios malolientes cuyo hedor ofende a las más finas sensibilidades y al buen gusto, y no faltará el avispado que me quiera cuestionar que quién soy yo para calificar así a toda la música desechable, bueno pues, justamente eso, que es desechable, se echa a perder y huele mal.
Yo me pregunto, siendo la vida tan breve, incluso si viviéramos 95 o 100 años la vida sigue siendo breve, como dice la ópera de Manuel de Falla, y no tenemos tiempo de escuchar toda la inmensidad de buena música que hay que escuchar, siendo así, entonces, ¿por qué perder el tiempo con minucias auditivas cuando la buena música reclama nuestra atención?
Detesto ser políticamente correcto (no sé quién acuñó ese término) para no desagradar a los demás, no me gusta la gente complaciente que pone su cara amable cuando alguien dice que le gusta el reggaetón o como sea que se escriba y prefiere la complicidad del silencio para no meterse en dificultades, de ser así estaríamos eliminando de un plumazo el ejercicio de la crítica musical. No me da la gana ser así. Me declaro culpable, para mí la música es, como dice mi buen amigo Alejandro Arenas, un verdadero apostolado, estoy comprometido con esto y asumo mi culpabilidad.