Fue apenas en 36 horas. Si bien la psicosis llevaba un par de semanas, los rumores sobre supuestos ladrones de niños, las fake news recorriendo el face y el whats, la prueba inminente que la comunicación instantánea y una población alarmista, incauta y enardecida son una receta infalible para la tragedia. Fue apenas en 36 horas que cuatro personas murieron en este país, a manos de turbas fuera de control (supongo que eso es un pleonasmo).
No es la primera vez que escribo de esto (aunque ojalá fuera la última) y seguramente me toparé una vez más con críticas: me han insultado y discutido en cada ocasión, porque “el pueblo tiene derecho a hacer lo que el Estado no hace”, “los criminales merecen todo castigo”, “necesitamos dar lecciones”. Y yo, en cada ocasión, he señalado que el peligro inminente de que “el pueblo” imparta su justicia es que, en primer lugar, si el Estado suele disponer de pocas herramientas de investigación, inteligencia y protocolos, bueno, pensar que la población puede hacerlo es de una inocencia proverbial o de un cinismo atroz: esto último sobre todo porque parece que nos importa más la venganza que la justicia. En primer lugar, más allá de que se “castigue” o no a las personas que perpetraron un delito, la idea de golpear, humillar, torturar o quemarles en plaza pública para saciar la sed de “justicia” nos habla de una idea bastante extraña de la forma en que queremos juzgar y dar lecciones. Para empezar, debería recordarnos que actuar con la misma violencia es convertirnos en lo mismo que pretendemos combatir. Creo fervientemente en la reinserción social, en la capacidad que tiene cualquier persona de recomponer su rumbo, de replantear sus decisiones, de entender lo desafortunado de sus actos, de integrarse de manera efectiva, transformada, a un sistema que tiene que buscar cómo incluirle porque seguramente buena parte de sus vidas más bien les marginó. La justicia, la compensación del daño, la retribución a una falta, son temas sensibles, incluso filosóficos, éticos, dignos de toda discusión y reflexión, no parece ser una multitud de nervios, retroalimentando su enojo, azuzándose unos a otros, el mejor lugar para que esto se dé.
Pero hay algo aún más peligroso: la enorme posibilidad ya no sólo en el equívoco de impartir un castigo inequitativo, sino en el abyecto error de culpar a personas inocentes. El estado de derecho que tanto y tanto nos ha costado construir y nos hace tanta falta perfeccionar, debe tener como principio fundamental la presunción de inocencia. Debe también ser absolutamente estricto con los procedimientos de investigación, integración de expedientes, recolección de pruebas y un largo etcétera para proteger lo más importante para un estado que se precia de ser justo: evitar a toda costa lastimar a un inocente. Ello, porque en principio, lastimar a un inocente es por definición un acto criminal, pero, además, porque a poco que lo pensemos, es muchísimo más costoso para un estado inculpar a un inocente que dejar libre a un culpable. Este costo es evidente porque, más allá de filosofía, además del terrible e irreparable daño hacia ciudadanas o ciudadanos inculpados de manera injusta, de cualquier forma, quien es culpable seguirá en libertad. Por eso, las exigencias y los gritos deben conducirse en lobbies que presionen a nuestras y nuestros legisladores, a quienes nos gobiernan. Esa indignación debe transformarse en profundo anhelo y colaboración para que tengamos un país que pone ante la justicia a quien lo merece y que siempre se asegura que las culpas sean proporcionales para quien realmente es culpable.
La locura de la información instantánea, de la psicosis colectiva trajeron ya esta semana cuatro muertos. Debemos entender que el camino que tomamos va por una senda equivocada. Debemos entender en general los peligros de tomar la información por cierta apenas nos topamos con ella. Debemos entender que la ignorancia puede incluso costar vidas. Y que el ánimo de venganza es una tentación que derrumba lo que tanto nos importa preservar en un estado: la justicia que es a lo que debemos aspirar para que todas y todos tengamos en libertad o en su ausencia la justa retribución por nuestras acciones y nuestras decisiones.
/aguascalientesplural | @alexvzuniga