28 de julio de 2017, el senado de los Estados Unidos votaba por la ley que terminaría con el Affordable Care Act, legislación que representaba la clave de la presidencia de Barack Obama. Esta ley había sido atacada por los conservadores desde su promulgación. La mano de un legislador estuvo inmóvil, con los dedos extendidos y paralela al horizonte por cuatro segundos, para luego bajarla decididamente, en un thumbs down, causando asombro audible entre los presentes. En un voto sorpresivo, el senador republicano por Arizona, John Sidney McCain, de 80 años, daba su apoyo a los demócratas con el último voto, salvando una pieza clave del trabajo del expresidente y dándole un revés a Trump a seis meses de su inauguración. Dejó la votación en 51-49. En caso de empate, el vicepresidente habría decidido la votación con un resultado predecible.
Por esta razón, en sus obituarios y remembranzas de los medios norteamericanos tradicionales ha sido recordado como un rebelde, parte de un grupo en extinción en Estados Unidos: el conformado por los republicanos liberales y los demócratas conservadores. Un conservador, excandidato a la presidencia, pero también de alguna forma una figura de oposición hacía de Trump; un miembro honorario de “la resistencia”. El movimiento político póstumo que realizó, dejar instrucciones claras de que no quería a Trump en su funeral, estuvo seguramente dirigido en esta dirección. Sin embargo, otras voces han presentado narrativas más oscuras, resaltando otros aspectos de la vida política de McCain. Como su entusiasmo por la guerra y su récord como legislador. En estas breves líneas me planteo resumir los puntos más relevantes, tanto de luz como de sombra, de la vida de John McCain.
Nació en la base naval Coco Solo en el Canal de Panamá, cuando el cruce transoceánico se encontraba aún bajo control americano. El lugar de su nacimiento no era una casualidad, provenía de una familia de militares: su abuelo fue almirante (el equivalente naval a los generales) durante la Primera Guerra Mundial y su padre fue también almirante, llegando a comandar las fuerzas americanas en Europa y posteriormente en el Pacífico durante la posguerra. Siguiendo la tradición familiar, entró a la academia militar; el peso de su padre la presión de su padre en su decisión se notaría en sus bajas calificaciones. Se graduó a duras penas y luego fue enviado a Vietnam a pelear.
Participó como bombardero aéreo en la operación Rolling Thunder, que tenía por objetivo intimidar los norvietnamitas al emplear todo el músculo militar norteamericano para volar el país a pedazos. Se trató de una de las campañas militares más brutales de la historia, en la que murieron miles de civiles inocentes. En su incursión número 23 fue derribado por los vietnamitas, linchado por una turba y puesto en custodia del Vietcong. Sus captores no tardaron mucho en vincular su nombre con el del entonces comandante de la flota americanas en Europa, quien pronto sería transferido para comandar las tropas del Pacífico.
Los vietnamitas tenían un prisionero VIP, lo que significaba lo peor para el joven John. Podían sacar ventaja de tenerlo en su poder para dar golpes mediáticos. Fue obligado a hacer una confesión de crímenes tras varias sesiones de brutal tortura y un intento de suicidio, este último frustrado por sus captores en el espeluznante calabozo apodado el “Hilton de Hanoi”. Su grabación admitiendo sus crímenes contra el país y gente de Vietnam sería usada como propaganda en altavoces. Sería algo por lo que se arrepentiría por el resto de su vida.
Tras los acuerdos de Paz de París de 1973 fue puesto en libertad y regresó a Estados Unidos, donde se convertiría en el enviado de la marina frente al senado por familia, personalidad y corta edad. Rápidamente se hizo amigo de los jóvenes legisladores y comenzó a pensar en incursionar en la política. Inició su carrera, llegando a ser dos veces congresista, seis veces senador y dos veces candidato a la presidencia. Como senador tuvo su primer gran tropiezo: una investigación en la que se le acusó, junto a 4 senadores más, de tratar de convencer a los reguladores federales de dejar en paz a un banquero que contribuía a sus campañas. Su estrategia de manejo de crisis fue hablar con todos los medios, y funcionó. Admitió su culpa por asistir a la reunión con el regulador y fue exonerado de la acusación, siendo solamente culpable de “mal juicio”.
En cuanto a su carrera legislativa, hay un récord muy mezclado. Del lado progresista se puede hablar de que fue un enemigo de la tortura. Se mostró seriamente indignado por los métodos de las tropas americanas en Abu Ghraib. La siguiente frase me parece especialmente memorable, pronunciada por McCain en una audiencia del senado sobre el tema: “Esto no es sobre quienes son ellos, es sobre quienes somos nosotros. Son nuestros valores lo que nos distinguen”. Además, fue de los pocos republicanos en apoyar legislación a favor del medio ambiente e iniciativas que buscaban sacar el dinero privado de las campañas políticas en Estados Unidos. Además, era conocido por su disposición por trabajar con personas de ambos partidos para pasar leyes.
Por otro lado, era un clásico warhawk, apoyando intervenciones americanas como la Guerra del Golfo, la Guerra de Afganistán, la Guerra de Iraq y la Intervención en Libia. Además, su oposición a Trump no parece tan relevante si se considera su récord de votaciones de 83% con Trump, según FiveThirtyEight.com.
Luego vinieron sus intentos por ser presidente de EE. UU. La primera vez perdió en las primarias republicanas contra un candidato del establishment, George W. Bush. La segunda vez sí logró la candidatura republicana, pero se enfrentó a un retador que pocos esperaban: un carismático senador por Illinois llamado Barack Hussein Obama II. Con la carga simbólica de su color de piel y su increíble carisma, Obama lo destruyó en la elección de 2008. Sin embargo, aquí hay un punto que muchos obituarios tienen en común, una mala decisión que marcaría la historia americana para siempre.
McCain se enfrentaba al primer candidato afroamericano de la historia. Sus asesores deliberaron y llegaron a una conclusión: su running mate (o candidata a la vicepresidencia) debía ser una mujer. La elección: la gobernadora de Alaska, Sarah Palin. Apelaba a la base republicana, mientras él era un centrista en el que esa gente no creía. Sin embargo, el resultado fue desfavorable en la elección y tendría efectos secundarios nocivos a largo plazo: Sarah Palin era una populista, nacionalista y francamente una racista. ¿Suena familiar? McCain dio el primer espacio en la política mainstream al discurso que se transformaría en el ultra radical Tea Party, comandado por personas de la talla (en el peor sentido) de Newt Gingrich, Ted Cruz y Paul Ryan. Estos mismos villanos, enemigos de la diversidad y el sentido común serían superados, tanto en fuerza política como en lo enfermo y podrido de su retórica por Donald Trump. Sería la misma Palin una de las primeras figuras republicanas en darle su apoyo oficial Trump.
Sin embargo, existe una diferencia fundamental: McCain no se aprovechó de los sentimientos racistas y resentidos que Palin despertó. Circula un video donde, en un evento de la campaña del 2008, McCain defiende a Obama frente a una persona que lo llamaba un árabe, argumentando que era un americano y un hombre de familia honesto (cosas que no se oponen con ser árabe, por cierto). No sería la única vez que esto sucedería en campaña. Incluso en su discurso de concesión a Obama, detiene los abucheos con sus manos luego de desearle una buena presidencia al ganador de la contienda.
Por otro lado, su campaña fue bastante sucia y muy políticamente incorrecta. Bromeó en un evento de campaña con bombardear Irán, hizo bromas sobre como a las mujeres les gusta ser violadas e inclusive llegó a criticar a Chelsea Clinton por ser “fea”. “¿En dónde se han escuchado estas cosas antes?”, nos preguntamos durante la campaña de Trump. En su momento, salieron de la boca del recién difunto héroe de la resistencia.
Esto nos lleva de regreso a ese momento en el que votó en contra de la propuesta de los republicanos en julio del año pasado. ¿Fue una especie de reivindicación por su participación en la creación del monstruo populista? ¿Fue un acto simbólico frente a un Washington donde cada vez es más difícil pasar iniciativas bipartidistas? Es una pregunta cuya respuesta probablemente nunca sabremos. Por otro lado queda la disyuntiva, la reducción máxima: “¿Fue bueno o fue malo?,” Hay de dos: pensar al hombre en su contexto o no hacerlo. Si lo comparamos con el presidente, fue una figura positiva, mostrando que la decencia está frente a las filiaciones partidistas. Si lo vemos por su récord, Estados Unidos no necesita otro John McCain.
@joseemuzquiz