Berlín, Alemania. 9 de julio de 2018. Vestida con un traje sastre color rojo escarlata, la canciller Angela Merkel dice, con su distintiva voz monocorde, a su invitado, el primer ministro de China, Li Keqiang, que Alemania apuesta “por el multilateralismo para las cuestiones comerciales”. Asimismo, la líder germana agrega: “Ambos deseamos sostener el sistema de las reglas de la Organización Mundial de Comercio”.
Horas antes, Merkel y Keqiang habían atestiguado el compromiso de los gigantes de la industria automotriz teutona: BMW, Daimler, y Volkswagen de realizar inversiones por 23.6 mil millones de dólares en China. A los titanes automotrices se habían unido empresas tales como BASF y Siemens en su deseo de invertir en el país asiático.
Las escenas arriba descritas sirven como introducción al presente artículo, el cual tiene por objetivo explicar por qué la industria automotriz es una obsesión congénita al presidente de los Estados Unido: el inefable Donald Trump.
Para el Donald Trump de finales de los 1980, la industria automotriz estadounidense, engendrada por Henry Ford, William Crapo Durant, y Walter Percy Chrysler, era análoga de la grandeza y prosperidad de los dueños del billete verde.
En 1990, Donald Trump, entonces un joven y dinámico empresario de los bienes raíces, concedió una entrevista para la revista para adultos, Playboy. En ella, Trump se quejaba de que países como Alemania o Japón abusaban del paraguas nuclear estadounidense.
El entrevistador preguntó al magnate que haría en el hipotético caso de que fuera electo presidente de los Estados Unidos. Trump, ni tardo ni perezoso, respondió: “Muchas cosas. Una dureza de actitud prevalecería. Arrojaría un arancel a cada Mercedes-Benz que rodara en este país y a todos los productos japoneses, y tendríamos aliados maravillosos de nuevo”.
Esa actitud proteccionista, en términos de comercio internacional, prevaleció durante la campaña presidencial 2016. Trump siempre se expresó en términos muy duros respecto a tres países: China, Japón, y México. De acuerdo a la cosmogonía trumpiana, esta tríada era (es) responsable del deterioro del estándar de vida del pueblo estadounidense.
Ya como presidente, Trump canceló el Acuerdo de Asociación Transpacífico y ordenó la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. En el plano del sector automotriz, Ford Motor Company, sintiendo el vaho proteccionista de Trump tras su nuca, canceló los planes para construir una nueva planta de mil 600 millones de dólares en San Luis Potosí.
Al mismo tiempo, Trump y sus “perros de la guerra” comercial –Wilbur Ross, Robert Lighthizer, y Peter Navarro- enfilaron sus baterías contra China. Para tal efecto, Navarro, conocido por ser un crítico brutal de la diplomacia económica china, diseñó un plan con tres puntos: “(1) desplazar a China del corazón de las cadenas de suministro global; (2) Forzar a las compañías a surtir todos sus componentes necesarios para manufacturas sus productos en cualquier país menos China; y (3) forzar a las compañías multinacionales a que dejen de hacer negocios en China”1.
China es el mayor mercado para la industria automotriz. Asimismo, el país asiático es el centro de la innovación de la industria del automóvil. Por esta razón, Trump decidió embestir a los asiáticos. El energúmeno neoyorquino resumió sus sentimientos en un tuit: “Cuando un país, los EUA, está perdiendo millones de millones de dólares virtualmente con cada país con el que hace negocios, las guerras comerciales son buenas, y fáciles de ganar”.
A pesar de las amenazas de Trump, la industria automotriz germana decidió ahondar su relación con China: BMV expandirá su alianza estratégica con Brilliance Auto para producir 519 mil vehículos al año. Asimismo, instalará una alianza estratégica para manufacturar la versión eléctrica del Mini con Great Wall Auto. Por su parte, Volkswagen anunció que “invertirá 18 mil millones de dólares en China para construir autos eléctricos”2.
“Torpe, traste y testarudo” (Shakira dixit), Trump no sólo ataca a China por su preeminencia en la industria automotriz: Canadá, socio y vecino, también ha sido blanco de los famosos tuits del magnate: El 10 de agosto Trump comunicó: “Canadá debe esperar. Sus aranceles y barreras comerciales son demasiado altas. Aplicaré aranceles a los automóviles si no podemos alcanzar un acuerdo”.
Empezando el presente mes, Trump volvió a atacar a China: el 9 de septiembre tuiteó: “Ford abruptamente ha asesinado un plan para vender vehículos pequeños hechos en China en los EUA debido a la perspectiva de aranceles más altos”. Horas más tarde, el director de Comunicación de Ford de América del Norte, Mike Levine, respondió así: “No sería rentable construir el Focus Active en los EUA dado un volumen de ventas esperado de menos de 50 mil unidades”.
La obsesión de Trump con el sector automotriz no ha pasado desapercibida: el embajador francés en Washington, Gerard Araud, comentó el pasado viernes 21 de septiembre que “hay una obsesión del presidente sobre el comercio de carros. Cada vez que él está hablando de comercio con los europeos, él está hablando de BMW o Mercedes”3.
La industria automotriz estadounidense, alguna vez sinónimo del poderío y del dinamismo empresarial de la nación de las barras y las estrellas, ha sido degradada por dos fenómenos: la robotización y la subcontratación de la manufactura en países extranjeros. Sin embargo, en la blonda testa de Trump se repite, una y otra vez, las estrofas del músico de rock argentino, Miguel Mateos: “Obsesión, obsesión, cuando no estás conmigo tú eres mi obsesión”
Aide-Mémoire. –Donald Trump expulsó en las Naciones Unidas su típica diarrea verbal: diatribas a Irán y Venezuela; amonestaciones para Siria; y guerra comercial contra China y Corea del Norte. Pero contra Rusia ninguna mención. ¿Será que tiene miedo a Vladimir Putin?
1.- Here comes the 30-year trade war https://goo.gl/jSCmHD
2.- Did Trump just kill the US auto industry? https://goo.gl/3pbirW
3.- Trump is obsessed with auto trade, French ambassador to the US says https://goo.gl/xRHs6A