Para imaginar mis expectativas / Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Nos quedamos mirando de frente el mapa planetario, allí donde se incrustan las esferas pertinentes a cada tipo y forma de políticas de Estado, que ocupan cada una su sitio propio, y así configuran el vasto espacio de la gran circunferencia del sistema nacional al que pertenecemos. Ver hacia ningún lado no nos reporta alguna información de interés; mirar hacia un punto preciso nos reporta algún dato nuevo, que se convierte en un conocimiento significativo. Y esto lo logramos gracias al más precioso de nuestros recursos vitales, la imaginación.

En verdad, imaginar es el primer maravilloso recurso hacia el conocimiento. Así lo intuyó Aristóteles, el gran filósofo griego, cuando dijo: “nihil est in intelectu, quin prius fuerit in sensu” (nada hay en la inteligencia que no haya estado antes en los sentidos). Y la sorprendente facultad humana capaz de tomar esa instantánea de la realidad y llevarla a impregnar con su figura el intelecto, es la imaginación; una fuerza intelectual hábil para abstraer los medidas y las características físicas de las cosas, para extraer sólo su contorno esencial, su identidad, su entidad cognoscible, A partir de allí, al obtener este phantasma -en el lenguaje aristotélico-, con base en el sorprendente cerebro humano, la mente empoderada con la inteligencia forma la primicia creativa de una idea (eïdos), forma intelectual con tan grande amplitud y comprensión que es universal, porque integra a todos los individuos cognoscibles. de la misma especie o clase.

Ya aquí, en este primer pero decisivo paso del conocimiento, nos topamos con el ingenioso poder de la imaginación. Principio, sin duda alguna, del poderoso ejercicio y arte del pensar. Me detengo aquí, porque es el eslabón crítico y necesario para entender nuestra realidad. Tratándose de la realidad política y de la gran abstracción intelectual que es el Estado, nos resulta sumamente útil recurrir a nuestra natural práctica imaginativa. Generalmente, nos maravilla saber de esos increíbles instrumentos que conocemos como radares, como los usados por los controladores aéreos que pueden identificar, ubicar en sus coordenadas de vuelo a cualquier tipo de nave que surque los cielos de la Tierra; o esos instrumentos llamados scanners que de manera magnética o electrónica pueden sondear aquellas zonas no visibles de la materia, para identificar sus características de tamaño, peso, calor o consistencia. La intervención médico-clínica se ve favorecida con el recurso a las “tomografías computarizadas” o las “resonancias magnéticas”, que pueden generar imágenes incluso a niveles moleculares o nanométricos, de los órganos o tejidos del cuerpo humano.

Pues bien, ninguno de estos instrumentos tecnológicos modernos se acerca a la capacidad y potencia de la facultad intelectual de la imaginación. Traducir objetos y seres materiales a la luz de la inteligencia es simplemente algo fuera de los rangos tecnológicos actuales, y lo maravilloso es que la poseemos naturalmente.

De manera que, abordando desde ella, nuestro mapa planetario de políticas de Estado, podemos dejar establecido que hemos logrado la imaginación y la configuración de un primer mapa mental para leer y entender la planeación y la programación estratégica de un plan nacional de gobierno. Vamos a designar este esquema general como mapa mental primero, MM1.

Recomiendo hacer una relectura de él, recurriendo al texto de mi anterior esquema, cuyo link es: https://bit.ly/2L3Dsdh Si jugamos, visualizando imaginativamente todos y cada uno de sus elementos, ubicando los modos de relacionarse entre sí y cómo cada intersección con otro campo tiene un significado concreto y novedoso al mismo tiempo. Ese juego de observar el tejido de una aparente telaraña de conexiones, semejanzas y diferencias, nos va a ir generando la imagen no tan solo de una estructura fija, sino de una dinámica que pone en movimiento una gran maquinaria de operación del Estado mexicano, para nuestro caso. En realidad, al imaginar creamos un universo de relaciones, que distan mucho de ser arbitrarias o absurdas, finalmente se hacen significativas. Ya tendremos oportunidad de abordar, en su momento, políticas públicas específicas y entender su importancia, momento significativo y, desde luego lo más importante, sus consecuencias prácticas e históricas.

Baste por ahora llevar a cabo esta vinculación significativa, desde la base del MM1, que nos acerca ya a un conocimiento próximo, que hace inteligible toda esa que de otra manera sería una pura verborrea o una retórica política, vacía de contenido y, por lo tanto de inteligibilidad. Superado este paso, quiero proceder a una reflexión complementaria, que nos permite encender los focos de alerta sobre dos peligros que manejan muy bien las ideologías, sean del color y partido del que provengan. Es decir, toda propuesta política está coloreada por criterios y valores de interés, que dan pie a su propia imposición y dominio. Me refiero a las generalizaciones y reducciones interesadas. Aclaremos esta precaución.

Al aplicar un ejercicio de imaginación, podemos afinar nuestra visión de las cosas como la de un águila, si además de mirar con intención, interés y de manera específica las cosas que nos ocupan, me voy a permitir invocar una analogía, que además de ser orgánica presenta similitudes con el proceso del conocimiento, de muy alto valor e interesantes consecuencias en el procedimiento para precisar las ideas. Baste recordar aquel pulcro ideario francés cartesiano (René Descartes, 31 de marzo de 1596-Estocolmo, Suecia, 11 de febrero de 1650), de obtener ideas claras y distintas. Veamos.

Centurias después de la simple leche hervida, nos llegó el vaso de leche refrigerado que debe pasar al menos, por dos importantísimos procesos: la pasteurización y la homogeneización. El primero recibe su nombre del gran científico bioquímico Luis Pasteur (1822-1895), quien lo define como la esterilización de la leche, al igual que otros alimentos líquidos, que se obtiene mediante la elevación de su temperatura a un nivel inferior al punto de ebullición, durante un corto tiempo; para luego enfriarlo rápidamente, con el fin de destruir los microorganismos presentes, sin alterar la composición y cualidades del líquido. Y por si existe duda o algún prurito de cómo se pronuncia esta palabra, es correcto decir “pasteurización” o “pasterización”, de acuerdo a los entendidos, según se quiera castellanizar la expresión: pasteurizar, o simplificar el diptongo francés: “eu” (que suena como una e cerrada); al transliterar dicho diptongo para hacerlo un e simple, en el vocablo castellano.


Y la homogeneización, que corresponde a un proceso más adelantado, mediante el cual se hace que una mezcla presente las mismas propiedades en toda la sustancia tratada, por regla general en la tecnología de los alimentos se entiende que se realiza una mejora en la calidad final del producto, recurriendo por ejemplo la centrifugación y el enfriamiento. Imagínese usted que mezcla la leche de vacas de los establos rústicos de humildes productores campesinos que las alimentan con nopal tatemado y pasturas secas, y las ordeñan a mano; con aquella leche producida por doscientas o miles de vacas estabuladas en hatos de granjas lecheras, organizadas como agroindustrias altamente tecnificadas, y cuyo ganado es alimentado por fórmulas forrajeras balanceadas y son ordeñadas por sistemas automatizados e higienizados al extremo; sin que mano humana toque el líquido extraído, el que es enfriado además en tanques de acero inoxidable, sometido a bajas temperaturas. ¿A qué sabría una mezcla tal de leches, sin homogeneizar?

Pues bien, adopto esta analogía y la refiero a los procesos de información y divulgación política que están ocurriendo por todo lo ancho y largo del país, principalmente desde el epicentro de la casa de transición -y escalinata- de la colonia Roma, de la CDMX, desde donde anuncia el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, urbi et orbi, sus inventivas ideas de políticas de Estado y próximos planes de gobierno.

Allí estamos aprendiendo, por contraposición a la tecnología lechera, que no debemos caer en el expediente fácil de pasteurizar las ideas y los conceptos, al grado de hacerlos inocuos y que diluyen su auténtico sabor y valor original; como tampoco debiéramos homogeneizar las acciones y los resultados, porque si bien puede hacer digerible una idea, tesis o argumento supuesto, no necesariamente logra hacer justicia a los hechos reales, al comportamiento fáctico de los actuantes, o a los méritos inherentes a las ideas o programas anunciados frente y contra la realidad histórica, además de los alcances verdaderos a los que puede aspirar una gestión gubernamental. Aunque provenga del carismático presidente electo y su elenco de afanosos pasteurizadores y homogeneizadores gubernamentales, por ser. Seguiremos.

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