El concepto de hibridismo es inicialmente biológico, y se ha adoptado análogamente a problemas de índole cultural. Con él, se tratan de explicar un sinnúmero de fenómenos donde distintas culturas confluyen, conviven y generan resultados que es imposible catalogar como propios exclusivamente de una de las culturas en cuestión. Con dicho concepto, se han tratado de cuestionar fundamentalmente las concepciones de la cultura como algo estático y esencial, de ahí su importancia y centralidad en los estudios culturales.
El debate sobre el hibridismo cultural surge en el seno del debate sobre la posmodernidad. El espíritu posmoderno parece valorar los cruces, lo híbrido, el collage, el popurrí. Dos de las principales críticas que reciben los que tienden a valorar lo híbrido tienen que ver con el esencialismo y su flexibilidad conceptual.
Por un lado, el concepto de hibridismo a algunos teóricos les parece “enloquecedoramente elástico” (como a Kraidy). Si no se realiza una caracterización lo menos vaga posible del mismo, se corre el riesgo de que pierda todo su poder explicativo. Por otro lado, hay quienes piensan en la cultura como algo estático, dado de una vez por todas. Ellos, a quienes se puede denominar “esencialistas”, piensan en su cultura como algo “puro”; por tanto, el enemigo será la “mezcla”. Entre ellos se encuentran los fundamentalistas islámicos, los segregacionistas blancos, los separatistas negros, pero también -en general- las sociedades xenófobas y endógenas. Contra esta tendencia, algunos defienden el “cosmopolitismo”, otros el “multiculturalismo”.
En un ámbito conceptual, los que alientan el cruce y la mezcla (lo híbrido), han comenzado a descreer de la realidad de entidades como las naciones, las clases sociales, las castas, las tribus. Para ellos, “no existen fronteras culturales cerradas en sentido estricto, lo que hay es una especie de continuidad cultural” (así lo piensa Peter Burke). Esto sucede cuando examinamos las tribus africanas, las lenguas emparentadas entre sí, pero también cuando examinamos las obras musicales o cualquier otro producto cultural. Alguien podría pensar que la reciente tendencia a la globalización ha homogeneizado distintas culturas, pero el resultado, más bien, ha sido la hibridación de la cultura y sus productos. Así lo señala Burke: “La globalización cultural más que homogeneizar ha hibridado. Es un hecho ante el que podemos reaccionar de las formas más diversas, pero lo cierto es que es imposible no percibir la tendencia global a la hibridación. Pensemos en el curry con patatas fritas (elegido recientemente plato favorito en Gran Bretaña), las saunas thai, el catolicismo zen, el judaísmo zen, el Kung Fu nigeriano o las películas de ‘Bollywood’ (que, realizadas en Bombay-Mumbai, mezclan tradiciones de canto y baile hindúes con ciertas convenciones típicas de Hollywood). El proceso resulta especialmente evidente en el ámbito de la música, donde encontramos formas y géneros híbridos como el jazz, el reggae, la salsa o, más recientemente, el flamenco-rock y el rock afro-céltico. Obviamente las nuevas tecnologías, como la mesa de mezclas, han facilitado este tipo de hibridación”.
Dentro de este panorama, América Latina se muestra como el gran ejemplo del hibridismo cultural, como “la región híbrida par excellence”. Los mismos teóricos latinoamericanos así parecen pensarlo. Obras como La raza cósmica (1929) de Vasconcelos, Casa Grande e Senzala (1933) de Freyre, El laberinto de la soledad (1950) de Paz y, recientemente, Latinoamericanos buscando lugar en este siglo (2002) de García Canclini, parecen considerar la mezcla, el mestizaje, y lo híbrido como la esencia misma de sus culturas. Contra estas reflexiones, algunos han criticado que el concepto de “hibridismo cultural” reintroduce el elemento racial en los debates sobre la cultura (un efecto no del todo útil y provechoso), y que difumina las diferencias entre las distintas regiones de Latinoamérica.
Aunque lo híbrido tienda a ser valorado por algunos en la actualidad, se debe tener presente también su costo. El hibridismo podría conducir a la pérdida de tradiciones regionales así como al desarraigo local. Dentro de la era de la globalización cultural, paradójicamente se asiste al renacimiento cada vez más crudo y radical de los nacionalismos y las identidades étnicas reactivas. Por tanto, se debe tener en cuenta que el panorama no se deja reducir ni al hibridismo y mestizaje, por un lado, ni al regionalismo, por el otro. Más bien, la situación actual se representa de mejor manera como una constante tensión entre ambos extremos.
Dos asuntos adicionales deben ser señalados. En primer lugar, el hibridismo cultural no es un proceso reciente, ni se deja englobar sólo en la lógica de la globalización. Por el contrario, los historiadores culturales son cada vez más sensibles a descubrir este fenómeno en el pasado, y también en las obras de teóricos e historiadores que les precedieron: Herskovits investigó el sincretismo que tuvo lugar en el Nuevo Mundo entre los dioses africanos y los santos católicos; Ortiz y Carpentier realizaron investigaciones en el mismo tenor en Cuba; Castro y Quesada ofreció una interpretación de la historia de España que ponía el acento en las interacciones entre las culturas cristiana, judía y musulmana; Toynbee reflexionó sobre lo que denominó “encuentros” entre las culturas, la importancia de las diásporas y la naturaleza de la “recepción cultural”; Momigliano estudió el proceso de “helenización” del Imperio romano; los historiadores del Renacimiento trataron de dilucidar las contribuciones bizantinas, judías y musulmanas a este movimiento; los historiadores de la Reforma admitieron la importancia de los intercambios culturales entre católicos y protestantes; y en la actualidad, el concepto de “sincretismo” de Cumont vuelve a ponerse de moda. En segundo lugar, cabe señalar que la hibridación no sólo tiene lugar en la cultura, sino también en la economía y la política, por ejemplo.
Se puede iniciar pensando -a modo de ejemplos- en los artefactos susceptibles de hibridismo. Ejemplos de hibridismos los hay por todas partes: religiones, filosofías, lenguas, gastronomías, estilos arquitectónicos, musicales y literarios. La arquitectura, inicialmente, nos ofrece un sinnúmero de ejemplos de artefactos híbridos: la catedral de L’viv en la Ucrania occidental, la iglesia de San Román de Toledo en España, la iglesia de Santo Domingo de Cuzco en Perú, son algunos ejemplos paradigmáticos. Algo similar sucede con el mobiliario, donde el proceso de apropiación y adaptación se muestra en el Brasil del siglo XIX con respecto al mobiliario británico, del cual se suavizaron las líneas y los ángulos rectos. Algo similar pasó en México durante las primeras décadas tras la llegada de los misioneros con respecto a las imágenes, las cuales también pueden ser híbridas, lo que dio origen a lo que se conoce como arte “indocristiano”. Los textos también son un artefacto importante sujeto a la hibridación: la traducción muchas veces termina en traición a la obra original, y la asimilación de una obra extranjera en plagio; también hay géneros literarios híbridos (donde la ficción, el ensayo, la prosa poética, la autobiografía se tienden a confundir), y la influencia de literaturas ajenas consolida y transforma a las literaturas regionales (e.g., el eco que se escucha en Macondo de García Márquez del condado de Yoknapatawpha de Faulkner). George Steiner ha demostrado que la mejor crítica literaria es la que asimila y adapta literariamente a la obra de origen: en ese sentido la mejor crítica literaria de la Eneida de Virgilio sería La divina comedia de Dante.
En conclusión, la noción de “hibridación” pretende ir más allá de las relaciones de oposición directa entre lo popular y lo culto, lo lúdico y lo racional, lo mítico y lo tecnológico. En otras palabras, entre lo tradicional y lo moderno. Así, se vuelve una noción que, basada en el principio de la interculturalidad y en la convivencia de temporalidades transhistóricas, niega la simplificación binaria entre pares de oposición conceptual como modelo de explicación de la realidad y de la dinámica social, y favorece una perspectiva que reconoce en la fusión entre elementos aparentemente dispares la propia esencia de esa dinámica.
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