El mural decía Avelina Lésper, me la pelas. Aunque tal vez es demasiado decirle “mural”. Total que la crítica de arte profesional (porque le pagan y de eso vive) se tomó una foto con pelazo y lente oscuro al lado de la no tan sutil crítica a su estilo de comentar el arte contemporáneo, que se resume en descalificar cierto tipo de obras sin maestría o siquiera competencia técnica, pero que “traen mensaje”, necesitando siempre un recuadro que explique lo que sucede.
El arte visual no es lo mío. Prefiero escribir o analizar películas u otros productos de la cultura pop, aunque irónicamente las personas cuyo talento más envidio en la vida son los dibujantes de historietas o ilustradores en general. Y sigo pensando que ser Director de Arte es mejor que ser Editor [de palabras], si reducimos la comparación a actividades realmente productivas. Por eso me solía decepcionar cuando era reportero de diario y tenía que hablar con gente del arte. Generalmente [y esto es una opinión personal, para nada la del medio] los únicos más burros que el grueso de los visualeros víctimas de Avelina (aquellos malhechos, odia-bodegones y adictos al performance) eran los teatreros. Tampoco digo que la banda de arte plástica, músicos o literatos sean más brillantes en promedio, pero aquellos grupos fueron mis mayores decepciones en la comunidad “del arte” en Aguascalientes.
Un día tuve de visita, junto a una amiga en común, a un conocido grabador y tatuador. Le pregunté porque rechazó una entrevista con una compañera de trabajo. Me dijo que los periódicos dicen mentiras y por eso no quería hablar con ninguno. Al cuestionarlo sobre entonces qué leía o cómo se enteraba de las cosas, me dijo que “no”, él no consumía medios y formaba su propia visión del mundo. De los mismitos que cuando era moda salía a gritar gobierno corrupto junto con Peña Asesino. De lo que fueron a marchar al 132, pero no sacaron su credencial para votar. Nadie es perfecto, pero no puedo con esas incongruencias.
Un prejuicio que dejé de considerar durante mi labor como reportero fue el relativo a que está mal ser crítico del Estado, pero recibir becas. Me tardé, pero lo racionalice de esta manera: ¿si el Estado no ayuda, entonces quién?, por supuesto que deben apoyar a los buenos creadores aunque sus mecenas acaben siendo las instituciones que fulminan [dizque] en su obra. No tiene nada malo, ojo, siempre y cuando sean geniales. Y alguien que envía su título del ITESM hecho avioncito con la leyenda de “Para esto me sirvió” es sólo una foto de Instagram cagada, no alguien digno de estar en la expo de arte joven. Digo, es una gran idea para un ensayo, pero no es arte. En mi libro no. (Esto pasó en la más reciente expo de Arte Joven en Aguascalientes).
Avelina por eso ha alcanzado una notoriedad generalista, por ser aquella que expone todas las obviedades que gente como uno piensa. No odio a los artistas ni soy uno frustrado, ya que [insisto] envidio a muchos, pero geniales y bien hechos. Es por eso que no puedo evitar sentir empatía con Lésper cuando critica que un micrófono abierto es una consigna que sólo funciona en Cuba y que pierde todo sentido al traerlo a México. Tampoco soy fan.
En cierto modo, la crítica está haciendo un Horacio Villalobos, ya que encontró la fórmula para tener notoriedad al pegarle a cosas que son celebradas por un nicho lo suficientemente pequeño para no causarle problemas, pero lo necesariamente relevantes para ser la comidilla en redes sociales. Y eso es sensacional.
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