Estimado lector, el día de hoy quiero hacer una reflexión sobre la forma en que el pensamiento de la “mayoría” afecta nuestras decisiones, nuestro buen juicio, y terminamos por aceptar lo inaceptable, por estar en una ignorancia colectiva, todo por no parecer tontos o estúpidos.
El título de nuestra columna viene relacionado con el cuento corto “infantil” de Hans Christian Andersen, danés que publicó el mismo el 7 de abril de 1837. La sinopsis del mismo, la muestro a continuación por si no lo recuerda mi lector asiduo (tomado de Wikipedia https://goo.gl/uGDy9C):
“Hace muchos años vivía un rey que era comedido en todo excepto en una cosa: se preocupaba mucho por su vestuario. Un día oyó a Guido y Luigi Farabutto decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que pudiera imaginar. Esta prenda, añadieron, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo. Por supuesto, no había prenda alguna, sino que los pícaros hacían lucir que trabajaban en la ropa, pero estos se quedaban con los ricos materiales que solicitaban para tal fin.
“Sintiéndose algo nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la prenda o no, el emperador envió primero a dos de sus hombres de confianza a verlo. Evidentemente, ninguno de los dos admitió que eran incapaces de ver la prenda y comenzaron a alabar a la misma. Toda la ciudad había oído hablar del fabuloso traje y estaba deseando comprobar cuán estúpido era su vecino.
“Los estafadores hicieron como que le ayudaban a ponerse la inexistente prenda y el emperador salió con ella en un desfile, sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para poder verla.
“Toda la gente del pueblo alabó enfáticamente el traje, temerosos de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, hasta que un niño dijo: ‘¡Pero si va desnudo!’
“La gente empezó a cuchichear la frase hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo. El emperador lo oyó y supo que tenían razón, pero levantó la cabeza y terminó el desfile.”
Actualmente, estamos como el emperador, sus sirvientes y todo el pueblo. Es tanto el temor que se tiene al rechazo, a que se le juzgue por pensar diferente, a la segregación o bien, a ser tomado como poco inteligente, que aceptamos cosas que evidentemente no son correctas, están siendo dañinas, o bien, terminaran afectando a la sociedad.
El ejemplo más común que podemos encontrar es cuando algún personaje político alcanza un puesto que tiene el suficiente poder como para que se le perdonen sus fallas, o bien, se le alabe cuando no se le debe alabar. ¿Cuántas ocasiones hemos sido testigos de periodistas y personas comunes, que alaban al gobernador en turno? No sólo eso, sino que, por arte de magia, pasando su periodo en el poder, empezamos a escuchar de boca de esas mismas personas los defectos del político.
En el cuento, el emperador se da cuenta que este desnudo, pero termina el desfile para evitar “un bochorno mayor”. En nuestro caso, los políticos, se la creen. Hemos sido testigos a través de los años de la forma en que se conducen y actúan por ejemplo, nuestros elegidos a los cargos de diputados federales, senadores, presidentes municipales y gobernadores en los que la evidencia, la realidad retrata una situación grave que necesita ser corregida, pero para ellos no es más que un loco que no ve “la grandiosidad de la tela de su traje” haciendo la analogía, y por lo tanto, es un inepto.
Lo vimos en el sexenio de Felipe González cuando el estado se estancó económicamente y “nadie” lo veía, en el sexenio de Luis Armando Reynoso y sus obras monumentales que quería realizar y sólo dos han sido concluidas, con fallas y defectos, muchos años después, en el sexenio de Carlos Lozano y su crecimiento económico, aunque hubiera sueldos bajos (más valía empleo, aunque mal pagado) o en este sexenio, el sexenio de la entrega de obras que no están ni por error al 80% de concluidas. La vergüenza de la entrega de pasos a desnivel que están muy por debajo de su terminación total, quizá para evitar hacer efectiva la multa, no lo sé.
En el caso de los mencionados, la mayoría, por ignorancia o no ser catalogados por ineptos, o bien, por evitar la “persecución” a través de los espías gubernamentales en turno, opinan lo que quieren escuchar los gobernantes en turno.
No nos dejemos engañar, y no debemos por ningún motivo, dejar de señalar lo incorrecto, los errores, y todo aquello que se deba decir, como bien decía Don Héctor, “el tiempo siempre pone las cosas en su lugar”, no debemos dejarnos amedrentar, y si te dicen inepto, revisa bien de quién viene el insulto, quizá no vale la pena ni siquiera contestar.
Abramos los ojos, estemos atentos, vienen cambios políticos, no pensar que es lo mejor, se traduce en lo mejor, si no lo crees pregúntale a la extrema derecha estadounidense lo que le está pasando a su país con Trump, la defensa de una idea, terminó acabando con la hegemonía de su país.
A seguir, señalar, aplaudir, opinar y construir, no hay más.