O lo que es lo mismo, estimado lector, muchos capitanes y pocos marineros. Pareciera que es marca de distinción entre los que formamos esta aguerrida raza de bronce, el querer liderar cualquier diligencia sin ser el responsable de la encomienda ni tener las habilidades para hacerlo; cuando en un empleo el jefe toma vacaciones y deja a alguien al frente: “Martínez, usted es mi brazo derecho, mis ojos y mis orejas, usted se queda en mi lugar por estos dos meses que me voy a tomar de vacaciones, le encargo que esto funcione como si yo estuviera al frente”; y entonces Martínez sin ser el jefe se convierte en el garante del barco, sin embargo lo rebasa el espejismo de la ambición y deja de lado la responsabilidad y se va por el camino del poder por el poder mismo, efímero y sin sustento, pero qué bien se siente mandar aunque sea por dos meses. Ese es el problema o la situación a la me que refiero, todos en algún momento de nuestra vida hemos soñado con ocupar el puesto del jefe ¿para qué?, para sentir la fuerza del puesto, para mandar, y si somos jefes o nos auto empleamos, ¿el sentimiento cambia? Puede ser, dentro de un esquema laboral todos, absolutamente todos tenemos un superior a quien reportarle y tal vez, si no estamos al final del organigrama nosotros contamos con gente a nuestro cargo; la reflexión versa en que un puesto superior conlleva una responsabilidad considerable, la toma de decisiones es más puntual y por consiguiente delicada, los errores se deben evitar porque se magnifican, Martínez, quien va a cubrir dos meses de vacaciones de su jefe, más le vale ser ecuánime y no pensar que es un ser superior ante sus similares por sentarse en la silla del despacho de muebles de caoba.
Muchos capitanes que creen que por serlo tienen la libertad de mandar, de tomar decisiones y de cambiar el rumbo de la empresa o del país, muchos capitanes que de pronto chocan en su manera de percibir la esencia de la empresa o de la función pública y detonan discusiones y pleitos sobre cómo gobernar, cómo dirigir, cómo hacer que las cosas caminen, capitanes que no están preparados del todo para asumir responsabilidades altas aunque ellos se perciban aptos, líderes impuestos que no nacieron con el don de estar frente a un grupo de personas que necesitan ser comandados.
Esta semana tuve la oportunidad de compartir la comida con un personaje que me confirmó mis hipótesis respecto al liderazgo político de nuestra exquisita mafia del poder, acuérdese que ellos no son como nosotros, son capitanes no marineros como el resto de la prole. Al parecer cercano a los círculos del poder, todo un capitán, me atreví a dejarle ver mi postura sobre la extraña situación que atraviesa la tierra que vio nacer a Juárez, tenemos dos presidentes o por lo menos el discurso mediático así quiere que se entienda, el líder oficial de la mafia del poder y el futuro líder de la nueva mafia del poder, ambos, uno demuestra que se le queman las habas por tener la banda presidencial y el otro lo que quiere es salir corriendo al fin del mundo para que el don no lo vaya a meter al tambo, aunque le haya dado su palabra de niño explorador de no tocarlo. Con el apoyo que le están confiriendo los medios, aprovechando la aceptación del pueblo y con el desconcierto de éste, mire que apostar por un mesías en pleno siglo XXI y con las cartas credenciales de don Andrés, de plano estamos muy necesitados de un superhéroe, creo que el de las botas pasó por esto y el encapuchado de los ojos claros y la pluma elegante también.
No es la cuarta transformación del país, es el tercer intento en la historia moderna de esta nación por tener una figura que nos dé certidumbre, tranquilidad, un tlatoani de confianza para una sociedad paternalista que requiere de una figura que le proporcione todo lo que la ley del mínimo esfuerzo conceda, uno que nos mantenga, que nos saque a flote, que nos defienda de las garras del vecino del norte, que dicho sea de paso, son tan iguales que tendremos que estar a las vivas con ese compadrazgo.
De cuarta transformación a superhéroe nacional; primero en la romántica figura del legendario Robin Hood, adecuada al entorno nacional y que mejor que avalado por el segmento social más desvalido de nuestro contexto, los indígenas de Chiapas, sí señor, para que la historia amarre y sea convincente. Un hombre culto, preparado no indígena (ah caray, no que era requisito ser de ese sector de la sociedad) con unas capacidades impresionantes para dominar a los medios nacionales e internacionales, todos somos Marcos se acuerda, todos fuimos Marcos tal vez; el problema es que no cuajó, cada cúpula del poder genera su propio enemigo para vencer y demostrar su fuerza, pareciera que así sucedió con los zapatistas y el gobierno priista, se acabó el sexenio y desaparecieron con los dos gobiernos panistas; Marcos se esfumó y con él nuestra esperanza de contar con un héroe nacional que nos sacara del hoyo.
Poco tiempo después confiamos en el CEO de Coca Cola en México o Latinoamérica no recuerdo bien, en el señor de las botas, la primera versión del Jaime Rodríguez el Bronco, el hombre rudo como todos los estereotipos del cine mexicano, charro cantor, como Pedro y Jorge, ese es el bueno volvimos a pensar, pero la historia y el tiempo nos dejó ver la realidad, no fue, la expectativa fue tan alta como la estrepitosa caída, nos volvimos a quedar sin nuestra gustada figura protectora, y así pasó el tiempo, estimado lector, como perros sin dueño y además aporreados, con Felipe y Enrique las cosas empeoraron y eso incrementó nuestra necesidad de contar con el nuevo mesías que, astutamente se preparó por casi 18 años para ostentar el puesto y compararse con Juárez, no habrá una cuarta transformación, tenemos el tercer héroe, es la vencida, ¿no cree?
En este momento, con dos Tlatoanis en el poder, las nueces no suenan porque el que se va ya no hace nada y el que llega aún no tiene el poder absoluto para iniciar con el espectáculo.
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