De candidato a presidente / Disenso - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Sigo sin entender las ansias políticas de Andrés Manuel López Obrador. En un país donde amamos por igual erigir caudillos que inmolarlos, su desgaste gratuito parece un riesgo para la institución presidencial. Nuestro próximo presidente mantiene una tensión extraña, producto de la ambigüedad entre su personalidad de candidato y los retos que le supondrá el ejercicio formal en el ejecutivo. Sus seguidores acérrimos no parecen decepcionados de los tumbos que ha dado en sus políticas, un día sí y otro no contraviene sus propias propuestas, muchas de hechas que parecen meras ocurrencias mercadológicas; eso sí, a estas alturas comprobado, bastante efectivas.

La duramente criticada estrategia del ejército fuera de los cuarteles hoy parece tener para él un cariz distinto: donde tachó de asesino a Calderón y de obstinado a Peña, hoy sostiene que el país no está listo para la ausencia militar. Suscribe la idea, sostenida por sus antecesores, de que la policía está corrompida y aliada con el crimen organizado. Lo que ayer fue afrenta partidista, hoy es continuidad política. Ello no quiere decir que su estrategia pruebe estar equivocada, pero sí que al calor de su eterna candidatura la liviandad de sus opiniones hoy resulta evidente. Pasó también, como es bien sabido, con el tema del aumento sostenido de los combustibles: hoy sabemos que la liberación del precio ha de mantenerse y los ajustes inflacionarios también. Me parece sensato. He sostenido que el subsidio tiene un efecto vicioso: la regresividad. Sin embargo, no podemos soslayar la paradoja de conquistar a un electorado para ser representado por una figura que hizo promesas, ya sea sin cálculos realistas, o con calculados sofismas.

Su obstinación con la ausencia del Estado Mayor puede parecer un gesto de humildad y familiaridad: que el presidente es, de alguna manera, un ciudadano más. Pondero que esta idea es errónea, y ello no contradice que posiblemente para casi todo puesto en el servicio público funcione, pero en el ejecutivo me parece una clara y necesaria excepción. También creo, aunque esta tesis es arriesgada porque supone una teoría de sus intenciones, que su motor está más bien basado en un delirio de grandeza, su ego le urge a presentarse como el prócer amado que será cuidado por el pueblo bueno. Criminales, locos, extremistas los hay en todos los países y en sus motivaciones no cabe la interpretación sobre las buenas intenciones o el noble carácter de los presidentes: juzgo como una irresponsabilidad que el país esté conducido por un presidente que no es cuidado y protegido como el líder necesario que es para un país. Esta idea genera sin duda simpatía en la población, igual que es aplaudida la de los recortes salariales: más importante es exigir que cada funcionaria y funcionario cumplan con sus deberes de manera estricta: que en un país donde eso sucediera los salarios serían menos cuestionados. El riesgo de tener fuga de expertos en sus temas que encontrarán mayores incentivos en la iniciativa privada genera un equipo de trabajo (que precisa de miles y miles de personas) menos preparado y que la mera “pasión” y el “privilegio” de formar parte de la cuarta transformación son nociones más que profesionales, cargadas de moralidad.

A propósito de la noción anterior, otra que parece mera ocurrencia es la “Constitución moral”: esquiva idea que espesa por igual los dos conceptos que la conforman. Una constitución debe poder ser clara, prescriptiva, restrictiva, reglamentada. Ninguna de estas características funciona para tal cosa como la moral, o las morales. No en el mismo sentido que una ley. Los conceptos morales que requieren ser juzgados civilmente deben redactarse en términos legales y no en términos de conceptos filosóficos o buenas intenciones: si, de cualquier forma, como se ha dicho, esta “Constitución” no será sino un compendio de filosofía cívica, parece claramente desafortunado el empleo de la palabra aludida. Por lo demás, que un presidente pretenda dar ejemplo sobre cómo debemos comportarnos en nuestra soberanía moral parece una pendiente resbaladiza, al menos, claramente innecesaria.

Otro tema son sus consultas ciudadanas: sobresale, por supuesto, la del NAICM. Su obstinación con el tema despierta sospechas sobre un compromiso con contratistas antes que un asunto meramente técnico: si se tratara de esto último y tuviese argumentos incontrovertibles sería gravísimo que una decisión de tal magnitud se pusiera en manos de una ciudadanía claramente inexperta. Por otro lado, sus propuestas como el tren maya parecen no necesitar consulta, seguramente se podrá argüir que ésta forma parte de las propuestas por las que el pueblo ya votó, y que, en el poder que da la representatividad, tiene derecho completo a ejercer. Esto sin embargo crea una paradoja: ¿no aplica lo mismo para el presidente Peña?

Finalmente quiero aludir al tema de la descentralización de las secretarías: de la mera ocurrencia al franco despropósito. No implica ello de ninguna manera que la descentralización sea errónea de suyo: países con múltiples capitales prueban funcionar. Sudáfrica tiene tres. ¿No sería más sensato, por ejemplo, que hubiese tres capitales en el país? Imagino al norte, en Nuevo León, probablemente, una capital económica, donde todas las secretarías con injerencia en el tema queden asentadas. Es inevitable pensar que la Ciudad de México se mantenga como capital política y administrativa, y aún más: que como mensaje simbólico y acaso de pragmática logística se lleve al sur todo lo relacionado con el desarrollo social. Por lo demás la lista de las instituciones en los Estados parece un ejercicio donde muchas veces sólo encajan las instituciones en la específica geografía con mero calzador: ¿Qué sentido tiene -como se ha llegado a mencionar- la Comisión Nacional del Deporte en Aguascalientes?

El paso de candidato a presidente es inminente, el listón para López Obrador hoy está en otro lado. Esperamos que sea tan bueno en lo segundo como lo fue en lo primero.

 

/Aguascalientesplural | @alexvzuniga


 


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