Hoy más de mil millones de niñas y niños de entre cero y 17 años viven en ciudades alrededor del mundo, y se estima que para el año 2030 el 60 por ciento de la población urbana tendrá menos de 18 años (ONU 2018). A pesar de ello los niños son ciudadanos que frecuentemente son ignorados u olvidados en los procesos de planificación y diseño de las ciudades, aun cuando son considerados un indicador de la calidad del entorno urbano: la presencia de niños jugando al exterior o su capacidad para desplazarse de manera independiente, así como su nivel de contacto con la naturaleza miden la calidad de una ciudad. Por ello el desarrollo de las ciudades debería estar orientado también a satisfacer las necesidades de los niños, no sólo en términos de recreación sino también de movilidad, accesibilidad y seguridad, pues una visión de esa naturaleza puede beneficiar además a la población adulta. Veamos.
En la actualidad las ciudades orientadas al automóvil, incluyendo Aguascalientes, producen una serie de externalidades negativas que reducen la calidad del entorno urbano y, con ello, limitan el acceso de los niños a las oportunidades que ofrece una ciudad. Por ejemplo, el tráfico y la contaminación o la violencia y la delincuencia reducen la seguridad y la movilidad de los niños y por lo tanto condicionan la manera en que pueden habitar la ciudad. Simplemente piense en un espacio dominado por infraestructura vial de alta velocidad como pasos a desnivel, puentes peatonales o anchas avenidas sin cruces seguros ni infraestructura adecuada para caminar. ¿Sería un entorno seguro para que un niño pueda desplazarse libremente aunque sea una corta distancia? Probablemente no, y menos considerando que en 2015 en el mundo los accidentes de tránsito fueron la principal causa de muerte de niños y adolescentes de entre 10 y 19 años.
En este contexto, deberíamos concentrarnos en remover el peligro y el riesgo de las calles y el espacio público en general y no en impedir a los niños el uso de estos espacios. Para ello la planificación y el diseño de las ciudades deberían garantizar la movilidad independiente de los niños, es decir, la libertad de desplazarse por una colonia, un barrio o parte de una ciudad sin la compañía de un adulto, pues su grado de movilidad puede determinar su capacidad de jugar, socializar y desarrollarse; de lo contrario, una menor movilidad puede reducir su capacidad para navegar y experimentar la ciudad y, con ello, limitar su acceso a oportunidades para la interacción, el encuentro, el descubrimiento y la recreación.
La infraestructura diseñada para satisfacer las necesidades de los niños, como más y mejores espacios públicos y áreas verdes, calles limpias, cruces seguros, banquetas y ciclovías de calidad, entre otros ejemplos, son fundamentales para asegurar una mayor capacidad de los niños de de desplazarse de manera segura, y para aumentar su libertad para jugar y convivir con vecinos y amigos u otras actividades. En diversas ciudades del mundo los gobiernos locales promueven el diseño urbano enfocado en la niñez, por ejemplo, creando rutas peatonales seguras a las escuelas y a los parques. En algunos casos los resultados de este enfoque son contundentes: en Corea del Sur, entre 1992 y 2014, el número de niños menores de 14 años fallecidos en accidentes viales disminuyó en 96%, es decir, de mil 566 a 57 niños, respectivamente (Banco Mundial 2015). Estos resultados fueron posibles en parte por el programa de “Zonas Escolares”, que consiste en el rediseño del espacio público y la infraestructura vial, incluyendo reductores de velocidad, cruces seguros a nivel de calle y semáforos peatonales, dentro de un radio de 300 metros de cada escuela, en donde además se redujeron los límites de velocidad a 30 km/h.
Similarmente la proximidad y la disponibilidad de actividades o cosas que hacer pueden influenciar la posibilidad de los niños de disfrutar del espacio público, pues la probabilidad de que alcancen un destino disminuye a más de 800 metros de su hogar; por lo tanto una distancia mayor restringe su acceso a oportunidades de socialización o recreación. En otras palabras, la proximidad a actividades o destinos como un parque, en conjunto con infraestructura adecuada, son particularmente importantes para los niños, pues no pueden desplazarse tan lejos tan fácilmente como los adultos. En ese sentido, remover un parque o un espacio recreativo cercano a la casa de un niño para reubicarlo, así sea mejor o más grande, a más de un kilómetro de distancia, o construir barreras físicas que impidan llegar fácilmente a estos espacios, reducen la movilidad y accesibilidad de los menores, pues sólo podrán ir en compañía y en el horario de los adultos.
En conclusión, como sugiere el pedagogo y escritor Francesco Tonucci, “el objetivo es que los niños puedan salir otra vez solos, que no se vean condenados a estar durante tardes enteras delante del televisor, que no tengan que correr de una escuela a otra, que puedan nuevamente buscarse un amigo y, jugando juntos, descubrir cosas. ¿Qué significa esto para la ciudad? Simplemente, que la ciudad ha de cambiar […] para devolver a los niños la posibilidad de jugar, de adquirir la experiencia, tan necesaria, de la socialización espontánea, de vivir experiencias autónomas”.
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