I never meant to say that the Conservatives are generally stupid. I meant to say that stupid people are generally Conservative.
John Stuart Mill
Los argumentos no lo pueden todo. No son omnipotentes. Dado que los seres humanos somos algo más (¿bastante más?) que razón, las más de las veces los mejores argumentos pueden no convencer a nuestros interlocutores. No se trata de retórica: tampoco presentando los argumentos lo mejor posible dependiendo de nuestra audiencia lograremos muchas veces que ésta se adhiera a nuestro punto de vista. Ni la mejor lógica, ni el diálogo más estructurado, ni las estrategias retóricas más sofisticadas suelen ser suficiente. El impasse del desacuerdo profundo amenaza las mejores conversaciones.
No obstante, los argumentos (los buenos argumentos, los mejores disponibles) son acumulativos. El tiempo no los relega al olvido, los conserva hasta que pasa el temporal. Incluso si los animales humanos no tomamos decisiones atendiendo sólo a las mejores razones, algo logramos con argumentar de cualquier forma. Sentamos un precedente que dicta: “las decisiones se tomaron atendiendo a estas razones en favor y a éstas en contra”. Esto sucede con mayor relevancia en el discurso público respecto a problemas públicos. Cuando derrotamos las razones de un bando, la única manera de sostener las decisiones que se tomaron a partir de esas razones es mediante la arbitrariedad. Sin embargo, nuestros sistemas políticos no son tan inmaduros (¿o sí?) como para aceptar que las decisiones públicas se toman de manera arbitraria. Es ésta una de las funciones de la argumentación pública, que aunque no omnipotente tampoco se revela impotente.
En estas semanas se ha detonado una discusión pública sobre la cual haríamos bien en cambiar ya definitivamente la página. Con motivo de la decisión negativa del Senado argentino sobre la despenalización del aborto, algunos conservadores han vuelto con una cantaleta desarmada argumentativamente durante décadas por los progresistas. Resulta cómico (e indignante) escuchar la deliberación de senadoras y senadores del país del sur. Aunque la sesión parezca más una comedia de humor negro, muchos conservadores han salido después de la misma a esgrimir, en el peor de los casos, prejuicios infundados, confusiones conceptuales y argumentos ya derrotados; en el mejor, han tratado de reconstruir los mejores argumentos de los que han dispuesto desde hace mucho, pero los cuales también ya han sido reiteradamente socavados.
Con ánimo de un poco de claridad adicional sobre el asunto, no de ofrecer nuevos argumentos que de suyo me parecerían ya innecesarios, creo que debemos reparar en algunos puntos sustanciales:
- Nadie de suyo, y per se, está en favor del aborto. Las consecuencias sociales, económicas y sicológicas de un aborto para la mujer suelen ser muy negativas. El aborto es una solución límite, no una apuesta positiva. No imagino una mujer que construya su proyecto de vida buscando el mayor número de abortos posible mientras es fértil. Los conservadores pecan de una atroz falta de empatía con las mujeres, sus condiciones y las circunstancias que muchas veces las llevan a elegir una opción que ellas saben que tendrá costos innumerables durante el resto de sus vidas. Penalizar el aborto es hacer más costosa una situación que de suyo ya lo es (y mucho) para las mujeres.
- La despenalización del aborto no es una promoción del aborto. Los conservadores o se confunden o emplean estrategias retóricas poco saludables en un plano deliberativo. Despenalizar el aborto se trata, primordialmente, de no victimizar dos veces a la misma persona. El aborto muchas veces es la consecuencia directa de una primera victimización. Es cierto que muchos abortos podrían haberse evitado con estrategias públicas preventivas. Pero despenalizar el aborto en ningún modo es una promoción, sino una aceptación pública de un problema que se genera por una educación sexual deficiente (y de la cual es responsable también el Estado), por un sistema judicial deficiente, y por un clima cultural que sigue siendo machista y privilegia al hombre por encima de la mujer.
- El aborto es un problema de salud pública. Espero que ningún conservador (aunque conozco al menos a un par que lo hacen) apoye la idea de que la muerte de una mujer, mientras se realiza un aborto en condiciones insalubres en una clínica clandestina, sea un castigo justo para esa mujer por realizarse un aborto. Esta idea no merece ni la mínima consideración pública y roza el discurso de odio. El aborto es un problema de salud pública debido a que contribuye, y suele ser una causa importante de muertes de mujeres en etapa fértil. Como tal, el Estado debe atender a las posibles soluciones ante este problema. Uno, y no lo niegan los progresistas, consiste en políticas públicas preventivas de embarazos no deseados. No obstante, aquí hay otra pared dialógica insulsa de los conservadores: les parece que promover la abstinencia sexual es la política pública idónea, y no políticas públicas que estén destinadas a regalar y enseñar el uso correcto de distintos anticonceptivos. Como suele suceder, los conservadores siempre estarán más prestos a publicitar sus creencias y buscar imponerlas al resto de la sociedad, que proteger la libertad de conciencia de todas las personas.
- Debido a que es un problema de salud pública, el aborto requiere medidas públicas, entre ellas el uso de recursos públicos y la urgencia de que los hospitales públicos siempre cuenten con un médico dispuesto a realizar el procedimiento. Concedo a los conservadores el problema de la objeción de conciencia, no obstante el Estado debe garantizar que siempre exista una persona sin dicha objeción que realice el procedimiento en condiciones óptimas.
- Algunos conservadores inteligentes (los hay pocos, muy pocos, pero los hay), han tratado de reconstruir el mejor argumento posible en contra de la despenalización del aborto. Éste va como sigue: “el derecho a la vida es la condición de posibilidad del resto de los derechos. Además, si no defendemos el derecho a la vida de todos los miembros de la especie humana por igual, abrimos la puerta a que el Estado pueda comenzar a decidir qué vidas vale la pena defender. Aunque muchos digan que esa vida, en especial en las primeras semanas, no puede ser considerada una persona pues carece de capacidades morales (o sea que no parece tener conciencia y racionalidad), eso no debería de ser razón para que el gobierno lleve a cabo acciones para terminarla. Si la falta de capacidad moral es razón suficiente para que se termine con una vida humana abriríamos la puerta para atentar contra la vida de algunas de las personas más vulnerables de nuestra sociedad (algunas con serias discapacidades cognitivas). Sólo un gobierno totalitario y antiliberal se podría sentir facultado para decidir qué vidas pueden ser desechables y cuáles no. El derecho a la vida debe de ser igualmente respetado para todos” (esta reconstrucción la realizó Diego Otero). No obstante, a pesar de cierta plausibilidad del argumento, los conservadores razonables creen que están en una especie de empate argumentativo con los progresistas. Ellos creen, como los progresistas, que la discusión es una de derechos, y quizá hagan bien en direccionarla en ese sentido. Se trata, piensan, de dos derechos en competencia, el de la mujer y el del feto. Sin embargo, se equivocan. No hay dicho empate en tanto que el argumento conservador presupone el derecho del feto, un derecho que es contencioso y difícil de defender desde la razón pública (una aceptable por cualquier miembro razonable de la sociedad), mientras que el argumento progresista no presupone un derecho contencioso, el de la madre.
Estamos en un impasse cercano al desacuerdo profundo entre progresistas y conservadores sobre la despenalización del aborto. Pienso que es urgente entender que la batalla no será más una argumentativa: los progresistas la han ganado con claridad y debemos cambiar la página. Se han presentado todos los argumentos disponibles y sabemos de qué lado está el peso de las razones. La batalla es ya una política. Un bando tratará de imponer sus creencias al resto y negarle un derecho a un grupo vulnerable, el otro busca no imponerle a nadie sus creencias y establecer canales apropiados para atender un problema de salud pública. Mi consideración a este respecto es la siguiente: dado que es una discusión que afecta sólo a un grupo social (en este caso tiene un sesgo de género), deberían ser sólo las mujeres quienes lo decidan. Los hombres en el poder legislativo deberían abstenerse de votar y dejar a ellas, y sólo a ellas, que tomen esa decisión. Como un liberal progresista estaré siempre y sólo para lo que ellas pidan que esté. La despenalización del aborto ya está en la arena política, los mejores argumentos ahí están y el tiempo los ha conservado bien.
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