A pesar de que tiene años ensayándose -por razones “correctas” o no-: baste recordar que Fox ya había hecho famoso el “chiquillas y chiquillos” hace casi 20 años, hoy sigue habiendo una reticencia importante para el lenguaje incluyente. Sea por pereza, por desinterés, por disgusto -digamos estético-, y frecuentemente alegado “por incorrección”, muchas personas siguen siendo detractoras del lenguaje incluyente.
Siendo hombre, es mucho más difícil imaginar lo raro que debe ser vivir en un mundo donde el lenguaje que practicamos usa como plural el masculino. Podríamos alegar que no es “malintencionado”, si queremos obviar la realidad de que el discurso público ha sido dominado históricamente por nosotros los hombres (me refiero al género no a la especie). Independientemente de las razones, hoy parece haber un buen número de mujeres que se sienten incómodas con el uso masculino del lenguaje, ya sea porque no las representa estrictamente o porque ven en esto un signo de invisibilización. La gesta entonces no es sólo lingüística, ni estética, ni se sujeta a reglas gramaticales, sino que se da en el terreno de la moral.
Muchas de las “batallas” que se libran en el terreno de la reflexión moral (el conjunto de creencias de una sociedad que persuade o disuade sobre lo que debemos hacer por ser lo aceptado socialmente) son originadas por una ruptura cultural que supone nuevas preguntas que antes no nos hacíamos: cuando esto sucede, más nos vale prestar atención. No importa qué tan acostumbradas o acostumbrados estemos a una fórmula, ninguna costumbre debería ser considerada sagrada ni inamovible. Los esfuerzos por la defensa de ciertos derechos se inician de pronto ante la incomodidad del sector específico que, aunque haya sido afectado históricamente, no había generado la consciencia de ruptura con esa tradición.
Parece casi obvio que la conexión entre la búsqueda de la visibilización en el lenguaje coincida con la vindicación que han hecho las mujeres de su valía y la nueva conquista de espacios en la sociedad. Las primeras mujeres que fueron a la universidad aún eran llamadas abogados, ingenieros, doctores, y más allá de un talante represivo, parece plausible que esto se debía, simplemente, a que estábamos acostumbradas y acostumbrados a que, de hecho, la universidad produjera doctores, ingenieros y abogados, no así sus contrapartes femeninas.
La discusión tiene muchos niveles, el más básico de todos, es el de quienes defienden que nuestro idioma funciona bien y que “así es como se dicen las cosas” y que es una incorrección decirlo de otra manera. Este argumento es bastante débil, ya que lo que el idioma hace es, justamente, adaptarse a los tiempos y a los usos. Para los puristas, palabras como “tuitear” o “postear” pueden ser incorrectas en el sentido, digamos teórico, pero son palabras que dados los tiempos casi todo mundo puede escuchar sin escandalizarse sobre su corrección teórica, por el simple hecho de que capturan perfectamente las acciones y comunican de manera contundente y práctica.
No debe tener otro objetivo el lenguaje más que ese: ayudarnos a comunicarnos de manera precisa. La precisión no está prescrita por libros sino por el uso que una sociedad tiene para comunicarse. Si alguien decide pedir u ofrecer un “ósculo” por más que sea correcto puede provocar que sea menos efectivo que usar el muchísimo más popular “beso”, y su intención, que es lo que buscamos al usar las palabras para comunicarnos, habrá fracasado.
Hace poco el escritor y youtuber René López Villamar (busquen, por cierto, el imperdible canal TEORÍA DEL CAOS) publicó en Facebook algo que me pareció brillante acerca del lenguaje de género:
“Ahora que se ha vuelto a poner de moda el tema del “lenguaje inclusivo” les tengo una propuesta que complacerá por igual a tirios y troyanos.
“En vez de inventar morfemas, usar caracteres impronunciables o duplicar innecesariamente palabras, les propongo solamente invertir la marca de los géneros gramaticales. Dicho en palabras más sencillas: de ahora en adelante usaremos el femenino para el colectivo de ambos géneros y el masculino solo para entes de ese género.
“Por ejemplo, si decimos: Todas las mujeres son iguales, nos referimos a toda la humanidad, mientras que Todos los hombres son iguales se refiere solo a los humanos de género masculino. Si decimos: Las niñas se golpearon en la escuela, tendremos que preguntar después si en la reyerta participaron también chicos.
“Los que defienden la estructura gramatical histórica del español no piensan que el género gramatical provoque invisibilidad, así que no tendrá problema con el cambio. Para las que piden un lenguaje que de visibilidad a las mujeres este cambio les va a asegurar 50% más visibilidad de la que peleaban.
“Pasarían un par de años de confusiones mientras nos acostumbramos, pero después todos diríamos muy a gusto Las niñas son el futuro y Las narcotraficantes fueron aprendidas con 50 kilos de droga aunque en el primer caso sea genérico no marcado y en el segundo sean hombres todos los involucrados. ¿Cómo la ven?”
Ignoro la intención toral de René, porque la posibilidad del sarcasmo espesa el lenguaje, pero a mí por lo pronto me transparentó los problemas que muchos alegan no existe con el masculino como plural. Hoy, hay un movimiento nuevo gestándose, que es aquél que propone que se use un nuevo neutral, para evitar el masculino o el femenino, y que requiere de insertar una “e” donde antes poníamos una “o” o una “a”: “les profesores, les cantantes, les presidentes” y así. A mí en lo particular me parece chocante estéticamente, pero me alegra saber que no serán mis gustos, ni los de nadie en particular, los que permitirán o no que esta propuesta se disemine. Eso sí, la tragedia es que el lenguaje finalmente en su constitución orgánica no depende de decretos sino del uso real que haga una sociedad. La tragedia pues, evidentemente para las mujeres que empujan esta idea, es que estarán supeditadas a la aceptación popular o no, que se haga de esta fórmula.
Pero en la mera batalla, algo habrán ganado. Por años yo mismo defendí que “presidente” debería usarse así, como usamos “cantante, estudiante, adolescente”, y sin embargo llevo años convencido de la importancia de usar presidenta. Hay quienes se rasgan las vestiduras por ello. Dicen que la RAE dice que no se puede, y citan, a veces con otras incorrecciones terribles, a la RAE con la solemnidad con la que un católico cita la biblia. Ya se verá, insisto, si el lenguaje inclusivo, en cualquiera de sus formas termina diseminándose, pero sigue como pendiente personal hacer algo para cambiar la situación actual de las mujeres. En un mundo donde decir “presidente” nos remitiera por igual (porque son igual de comunes) a mujeres que a hombres, acaso las minucias del lenguaje incluyente no serían necesarias ni demandadas. Tal vez incluso es doloroso que el lenguaje incluyente termine siendo victoria pírrica si no normalizamos la vida pública de las mujeres más allá de las palabras. Porque sí, se trata, creo yo, en el fondo de las costumbres para relacionarnos con los géneros. Tal vez nos parezca incómoda la voz presidenta porque nos sigue resultando ajena. En contraposición: no vi nunca a nadie rasgarse las vestiduras por el uso “incorrecto” de la palabra sirvienta.
/Aguascalientesplural | @alexvzuniga