Este domingo 1 de julio de 2018, procuraré que mi voto sea tan informado como reflexivo. Como muchos millones de mexicanos, no votaré con miedo ni con enojo a pesar de las insultantes campañas negras y del enrarecido ambiente electoral que incluye a más de 130 candidatas y candidatos asesinados por toda la geografía del país, en una larga e insulsa campaña oficial que por fortuna terminó ya. Mucho menos votaré con el hígado o preocupado por lo que exigen con tanta insistencia los modernos “Jeremías” de las letras libres y ad lateres (véase a Lorenzo Meyer, “Agenda Ciudadana”, Reforma, 28 de junio de 2018). Así que tampoco voy a votar dividido, sino más bien bastante parejo. Y votaré pensando en muchas cosas, como por ejemplo, en la larga y sangrienta represión de los movimientos sociales, en las fallidas “reformas estructurales”, en los graves feminicidios cotidianos e impunes, en los más de 100 periodistas asesinados en los pasados seis años, en la Casa Blanca y también la de Ixtapan de la Sal, en Odebrecht, OHL, en el aeropuerto y el “socavón”. También en la delincuencia desbordada, en que nos siguen faltando 43, o en el vicepresidente de facto Videgaray invitando al hombre del peluquín amarillo. Y claro, como olvidarlo: en el gasolinazo nuestro de todos los días. En fin, que hay por fortuna mucha información valiosa a pesar de la feroz represión contra la prensa libre, para contrastar y razonar mi voto.
Existen desde luego, otras razones para decidir el voto. Veamos algunas: en nuestro país la democracia sustantiva no termina de surgir después de muchos años de supuesta “transición” que no transitó sin para peor, pues con la coartada de profundizar la libertad económica y la modernidad, la mal llamada “élite” del país ha debilitado por ya varias décadas la legitimidad del estado y los vínculos de la sociedad con él, poniendo siempre por encima del interés público al privado. El resultado todos lo conocemos: una extrema concentración del ingreso, la peor del continente y una de las peores del mundo, donde prevalecen bajísimos salarios para la gran mayoría y un gobierno rico, lleno de “compadrismos”, excesos y dispendios. Pero también un raquítico desarrollo económico y una creciente inseguridad pública, traducidos en una demencial guerra contra el crimen organizado que ha ensangrentado al país con miles de muertos y desaparecidos, donde a pesar de todas las evidencias disponibles, la violación grave y sistemática al catálogo entero de Derechos Fundamentales protegidos por la Constitución es cosa cotidiana gracias a la colusión del poder político y económico que se niega cínicamente a aceptar su fracaso. Buscaglia, por ejemplo, lo llama sin ambages “pacto mafioso” o “pacto de impunidad”.
Todos los partidos políticos, grandes y morralla, son sin duda corresponsables del modelo neoliberal fallido, donde solo el nuevo y en realidad más movimiento que partido, ha defendido cierta agenda que se puede parecer en algo a lo que llamamos izquierda progresista. Entonces, coincidiendo en lo esencial con los postulados del grupo “Democracia Deliberada”, votar por cambiar reviste una consideración importante: es la única oportunidad actual de transformar el estado de cosas, de sacudir el statu quo desde la propia agenda del gobierno. Y hay algunas frases de la recién terminada campaña que por lo menos lo consideran: “Justicia para muertos y desaparecidos”, “separar al poder económico del poder político”, “nuestro país no será piñata de nadie”. Así de simple y así de complicado. Pero también es cierto que es urgente erradicar la corrupción de la vida pública no solo por el saqueo del erario, sino por la grave subordinación de lo social a lo individual y del bienestar colectivo a la extracción privada.
Naturalmente que en algunos temas no se puede coincidir, pues la universalidad y progresividad de los Derechos Fundamentales ganados por décadas de lucha social no se pueden someter a consulta de ninguna manera, así que deberemos comprender que el ejercicio ciudadano no se agota en el voto, sino que justamente inicia con él. Y debemos también estar advertidos de que la coalición que acompaña a las ideas del cambio puede ser bastante incongruente con el ideario progresista y que costará dar estabilidad política al régimen; pero también de que la única alternativa de cambio abre un panorama que puede ser útil para conseguir mejores condiciones de vida para las mayorías excluidas de este país y no solo para las corruptas “élites” que lo desgobiernan. Será clave en ese “nuevo tiempo mexicano” que ya vislumbraba Carlos Fuentes, la capacidad ciudadana de articularse y de auto organizarse, dando todas las batallas en todos los espacios cívicos posibles, pues la política es una cosa muy importante para dejársela solo a los políticos, especialmente a los de éste país.
Nolens volens, seguramente que en este largo camino habrá muchas derrotas y algunas victorias “pírricas”, diría mi amigo el Paco, pero también logros, pues lo cierto es que como nación estamos nuevamente ante la oportunidad histórica, como en aquel año dos mil fallido, de iniciar un cambio de rumbo cierto, puesto que no podemos renunciar a los ideales de justicia, equidad, paz, memoria y reconciliación, seguridad humana, dignidad y medio ambiente sano para todas las personas, independientemente de su condición u origen. Por eso votaré en libertad y por eso confío plenamente en que defenderemos nuestra voluntad colectiva en aras de la transformación social por la vía pacífica, civil y democrática. Por último, también habrá que asumir en el peor de los escenarios que los votantes y las mayorías también tenemos el derecho de equivocarnos y de rectificar si así lo demuestran los hechos en el futuro.
COLA. Decía el inmenso Nobel Saramago que: “los únicos interesados en cambiar al mundo son los pesimistas, porque los optimistas están muy contentos con lo que hay”, así que tendré que decir con la lúcida señora Murillo que: “prefiero votar por el cambio y equivocarme que dar mi voto para que todo siga igual y acertar rotundamente.”