Apagaron la luz y cerraron la puerta. Atrás quedaron las butacas desordenadas, no como las habían encontrado en la mañana cuando llegaron. También las huellas del trabajo realizado durante la extenuante jornada. Hojas con números garabateados, basura, espacios vacíos. Ya es tarde, o temprano según sea el caso. La luna ilumina la calle que está tranquila porque apenas es lunes e inicia la semana. Nada que ver con la luz de la mañana cuando llegaron a instalarse, los ánimos al cien.
Ahora lo que priva es una mezcla que no se puede definir en una sola palabra, porque es mitad cansancio y mitad satisfacción. Si tuvieran un indicativo de la cantidad de batería que les resta, como si fueran alguna especie de teléfono inteligente, la de muchos andaría en menos del 20%, señal de que hay que recargar lo más pronto posible.
En el camino se aprecian las calles vacías, pocos autos circulan un domingo casi a la media noche. Por delante va la persona de chaleco rosa cuyo color contrasta con todo, su piel, su cabello, su ropa y hasta en el propio paisaje citadino. Pero además es un color que distingue a quien lo porta en dos sentidos, por supuesto que hace que se aprecie a simple vista, pero también la persona lo porta con garbo, con cierto donaire que no pierde a pesar del visible cansancio.
La mirada de quien porta el chaleco es de mero orgullo. Mientras avanza cargando un paquete, va recordando la primera vez que llegó a las calles que ahora camina dominante. Esa zona que no conocía, en la que buscó incansablemente quién le abriera la puerta a cambio de una notificación y una sonrisa. Es su último paquete del día para entregar, pero eso no significa que haya terminado su labor, al contrario, apenas empieza.
El camino no es largo, el paquete va sellado, como sellado está el destino que contiene. Ahí adentro va la transmutación de un papel a una voluntad, la suma de las voluntades que darán una tendencia, tendencia que se convertirá en un ganador. La fila no es larga, siempre de dos y de ellos, uno, de chaleco rosa.
Pasa media noche ya, por lo que legalmente es lunes. En la comodidad de sus casas, la mayoría duerme. Esa mayoría que ya habló y cuya voz por ahora calla guardada en el paquete, pero que gritará el miércoles, y con fuerza.
El de chaleco se adelanta y llena unos formatos, el otro, el funcionario, su pareja momentánea no se despega del paquete y lo abraza como quien cuida a un ser indefenso. No solamente es un paquete, va lleno de sueños, de historias, de pasado, de anhelos, pero sobre todo de futuro. Las más de doce horas de trabajo invertidas a lo largo del día se reducen a una sola hoja.
El paquete ahora se encuentra en una bodega resguardada junto con las demás cajas. Dormirá hasta el miércoles cuando sea revisado, como habitualmente se hace, y esa suma de voluntades es su destino. Coincidentemente también es nuestro destino.
El regreso a casa nunca ha sido tan fácil como este lunes de madrugada. Ligero, sin el peso de ir cargando a cuestas la responsabilidad de todos los demás. Ligero además porque no hay necesidad de algún artilugio. Lo único necesario era un marcador y en la casilla hubo uno. No se requirió de más nada. Así, con esa presteza y tras un par de minutos se puede trasponer el umbral del hogar.
La familia duerme y hay que hacer lo propio porque mañana, es decir, en unas cuantas horas, habrá que iniciar una nueva jornada. Los que no duermen son aquellos que ahora entran en escena para actuar en este teatro que es la vida electoral. El momento en que, tras el panorama visto en su amplitud, se oficializará el resultado.
A la distancia se perciben gritos de apoyo al ganador, seguro a esta hora hay quien festeja, y habrá que hacerlo, porque en las contiendas debe haber un ganador. En otro lado distante seguramente habrá quien estará reflexivo, haciéndose preguntas sin encontrar las respuestas, y habrá que hacerlo, porque en las contiendas todo aquel que no gana, pierde.
Yo me encuentro en la oficina. Me espera una larga noche que vendrá seguida de varias largas noches. Ninguna me pesa. Lo que hemos trabajado los últimos meses ha sido para que a partir de hoy, todo salga según lo hemos planeado. Recibo los primeros datos del éxito de la jornada y me dispongo a escribir. Me reconozco en el funcionario de casilla que hoy no pudo disfrutar de su familia. Me identifico con los enlaces distritales y capacitadores asistentes electorales con la mirada de orgullo viendo al futuro. Soy uno más de las consejeras y consejeros distritales que han organizado con diligencia la elección en su demarcación. Me congratulo de dedicarme en cuerpo y alma a esta noble tarea, tanto como cada una de las personas que integran este Instituto, pero por hoy, soy un votante más, parte de las estadísticas finales.
Me interrumpe el teléfono y es un mensaje con un asunto que requiere de toda mi atención. Dejo de escribir, sin saber si retomaré luego el hilo. Solo me faltó enviar una felicitación a quien, de alguna forma u otra contribuyó a que la jornada electoral fuera un éxito. Pero pienso que, entonces, la mejor manera de hacerlo es esforzándome arduamente por hacer bien esta tarea.
Si nuestras esperanzas se encuentran cifradas en un futuro desconocido y distante, días como hoy me han devuelto la fe en el otro; ese que es un número más de esta cuenta, ese otro que no soy yo, pero que gracias a días como el de la jornada electoral, nos hace iguales, más iguales que siempre.
/LanderosIEE | @LanderosIEE