Desde la antigüedad, las ciudades en el mundo han creado mercados públicos como espacios para el intercambio de todo tipo de productos; algunos operan diariamente, mientras otros lo hacen algún día de la semana, fines de semana o días festivos. Algunos mercados se ubican al interior de edificios destinados para tal uso, mientras otros lo hacen al exterior en espacios temporales como estacionamientos, plazas, calles, parques, entre otros. Lo cierto es que los mercados existen desde que los seres humanos emprendieron el comercio, no sólo de alimentos sino de cualquier objeto que se pueda uno imaginar.
Se cree que los primeros mercados tuvieron origen en Persia, hoy en día Irán, hace miles de años, desde donde se extendieron al resto de Medio Oriente y Europa. Desde entonces, las autoridades locales establecían políticas para regular el intercambio comercial en zonas delimitadas, con la finalidad de crear las condiciones necesarias para esta actividad, lo que dio por resultado el surgimiento de los bazares, que no eran más que extensos corredores de puestos o tiendas de cada lado, cubiertos con diversos materiales para proteger a los comerciantes de climas extremos. Desde entonces, los mercados han evolucionado de diferentes maneras dependiendo de condiciones locales, como el clima, tradición y cultura. En muchos países, hacer las compras en un mercado continúa siendo una actividad cotidiana, e incluso en muchas ciudades los mercados son considerados patrimonio histórico, cultural o arquitectónico y un elemento importante de la vida local.
Sin embargo, la transformación de la industria alimentaria, así como los avances científicos y tecnológicos, han reducido la necesidad de las personas de comprar en los mercados locales, de manera que los grandes supermercados y tiendas de autoservicio han desplazado gradualmente a los mercados tradicionales. Es cierto que esta tendencia ha aumentado el acceso a una gran cantidad de productos desde cualquier lugar de una ciudad, por ejemplo, a través de cientos de tiendas de autoservicio a las que las personas pueden acceder a una corta distancia. Sin embargo, ni los grandes supermercados ni las tiendas de autoservicio reemplazarán lo que representa un mercado, más allá de la venta de alimentos u otros productos: un espacio público por excelencia que aporta no sólo sentido de pertenencia sino identidad a una ciudad.
Por ejemplo, el Mercado de la Boquería en Barcelona, inaugurado oficialmente en 1840, pero con orígenes en 1217, cuando puestos temporales se instalaban al aire libre para la venta de carne, es actualmente uno de los mercados públicos más antiguos y visitados de Europa. Localizado sobre la emblemática calle peatonal de La Rambla, el edificio consiste en una estructura de una antigua estación de tren y un almacén, y cuenta con una interminable red de tiendas y puestos. Además, a su alrededor se han establecido cientos de bares, cafés y restaurantes que atraen a miles de personas diariamente que disfrutan de una intensa actividad en el espacio público. Similarmente, en Chile, el Mercado Central, inaugurado en 1872, ofrece una gran variedad de productos alimenticios chilenos, además de artesanías, entre otros productos. El mercado alberga también decenas de restaurantes, panaderías, bares y cafeterías a las que acude una gran cantidad de personas todos los días. Más aún, el mercado cuenta con un amplio espacio para la convivencia entre amigos, colegas, familiares y sirve de espacio para transeúntes que buscan un lugar para pasar un momento del día. Es verdad, algunos de estos sitios han atraído una importante actividad turística, pero mercados como estos existen a lo largo y ancho de estas ciudades.
Existen también mercados flotantes que aún en la actualidad continúan siendo espacios de una intensa actividad. Tal es el caso del Cai Rang en Vietnam, no el único, pero sí uno de los mercados más populares del delta del Río Mekong en el Sureste Asiático. Ahí, cientos de pequeñas lanchas, canoas y otras embarcaciones navegan con cualquier cantidad de productos para vender, desde frutas o verduras hasta cerveza, refresco, ropa o maquillaje. Los vendedores atan sus productos a un palo o vara, mientras se acercan a alguna orilla para concretar alguna transacción con algún comprador. Y qué decir de la Ciudad de México, en donde existen mercados icónicos como el Mercado San Juan, la Merced o la Lagunilla, los cuales aún permanecen no sólo como centros de intercambio sino como espacios públicos vitales de la vida urbana.
En conclusión, los mercados públicos han sido históricamente elementos importantes de las ciudades, y contribuyen no sólo a la actividad comercial sino también al encuentro, al descubrimiento, la convivencia, la integración y la interacción de la población en el espacio público, incluso en las ciudades globalizadas. Es decir, los mercados tradicionales son mucho más que alimentos; se tratan, como las ciudades mismas, sobre las personas: son algunos de nuestros espacios públicos más vitales. En Aguascalientes también deberíamos valorar, preservar e impulsar nuestros mercados tradicionales.
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