La nueva estrella, estimado lector, definitivamente no es Pedro César Carrizales, alias el Mijis, ni Andrés Manuel López Obrador, la agenda social debe voltear urgentemente hacia el clasismo mexicano, el verdadero foco de atención que sale a flote después de los sucesos que culminan con los resultados del proceso electoral, la madre de todas las elecciones, las más importantes de la historia como les dio por llamarlas.
Del clasismo al racismo, o del racismo al clasismo; según Pierre Bourdieu apunta que el racismo es una forma de discriminación de las personas recurriendo a motivos raciales sobre todo el tono de la piel y su fin último es la disminución o anulación de los derechos humanos de las personas discriminadas; algo así como lo que hace el demente del vecino presidente con los migrantes latinoamericanos, no sólo con nosotros, a la fecha siguen en jaulas los pequeños separados de sus padres y que además de identificarse como racismo es un acto de xenofobia pura si partimos como el odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros; lo más alarmante de esto es que nadie mueve un milímetro de nada para poder resolver esta situación en particular.
Ahora bien, el clasismo, siguiendo con la línea del mismo autor, que en lo particular me parece clara (por eso la decisión de citarlo) dice que es el prejuicio pero también la discriminación basados en la pertenencia o no a determinadas clases sociales, eso quiere decir entonces que no está basado en la distinción por diferencias étnicas, sino por pertenecer a otras clases sociales que no son las de la mayoría dentro de un entorno, por ejemplo, las personas que habitan zonas dentro de una ciudad en las que el dinero abunda independientemente del origen del recurso financiero y en aquellas donde se pueden identificar grupos segregados. Dice Bourdieu que el problema se agrava cuando la estratificación de las clases coincide con determinadas etnias, produciéndose un solapamiento de sentimientos discriminatorios racistas y clasistas.
En febrero de este año, recuerda usted estimado lector la declaración del otrora mal logrado presidente de los tricolores, me refiero a Enrique Ochoa Reza cuando se refirió a los simpatizantes del ahora presidente electo como “prietos que no aprietan” y no le bastó con decirlo en un evento, sino que también lo escribió en un twitter: “A los prietos de #Morena les vamos a demostrar que son prietos, pero ya no aprietan”. Sin duda el tocayo del hasta ahora presidente de la República no tiene espejos en casa ni trabajo por el momento; aunque la reflexión va más allá, eso es clasismo, estimado lector, cuando apenas en febrero el partido en el poder se visualizaba nuevamente con todos los privilegios que gozan los políticos ricos; recuerde un político pobre es un pobre político, según ellos mismos. Cuando los seguidores de Morena eran señalados como los prietos en clara alusión despectiva hacia nuestra misma raza, la de bronce ya sabe, entonces de pronto México sufrió una invasión de esos prietos, 30 millones para ser exactos; así como en su momento dijo el subcomandante “todos somos Marcos” ahora “todos somos prietos”, la mayoría de nosotros votó por el presidente prieto ¿no?, acaso eso quiere decir que por ser el futuro presidente, Andrés Manuel ha perdido tonos en su piel y es el nuevo Michael Jackson junto con todos sus ex-prietos seguidores y gabinete que lo acompaña.
De verdad es incómodo estimado lector encontrarse en cualquier lugar de esta bella tierra y de pronto escuchar a uno de los nuestros expresar frases de clasismo hacia nosotros mismos. Eres un indio, esa prieta, aquel que trae tatuado el nopal en la frente, esos nacos no saben de música, hasta el tono en que se dice “mexicanitos”. Pareciera ser parte de nosotros, ese clasismo sin fundamento que nos divide, nos confronta y genera confusión.
“Morenacos”, “prietos en aprietos” Andrés Manuel no sabe hablar inglés, sus hijos no son güeros como los de Anaya y otra sarta de tonterías que se difunden por el ahora medio más poderoso del planeta, el internet.
Al parecer la vida sociopolítica de este país amenaza cambiar, pero la manera de ser de nosotros apunta que no va a modificarse, la cual no tiene remedio, ya lo decía Santiago Ramírez en su libro “El Mexicano, sicología de sus motivaciones” admiramos a los norteamericanos no sólo por su estilo de vida sino por su físico, los mexicanos las prefieren güeras, las mexicanas los seleccionan rubios de ojos claros; cuál es la verdadera razón, la civilización está más presente que la cultura.
Tanto el presidente electo como el ahora conocido por todos, el diputado local en San Luis Potosí Pedro César Carrizales alias El Mijis son claros ejemplos de clasismo; según la última Encuesta Nacional sobre Discriminación, tres de cada cuatro mexicanos han sentido que sus derechos no se respetan por su apariencia física.
El martes escuche una entrevista radial con Pedro César quien afirmó a la fecha ser víctima de violencia por parte de los cuerpos policiacos de su entidad, por las bandas antagónicas a las que ayuda y por la misma sociedad pues su apariencia no coincide con la de un político.
La pregunta es, cuál es la apariencia de un político, generalizando y sin agraviar a uno que otro amigo que tengo dentro de este ambiente, es un hombre elegante, una mujer atractiva o por lo menos bien cuidada, con un vehículo caro, habitante de las mejores zonas de la ciudad, prepotente, altanero, soberbio y (la palabra clave) corrupto.
Si la clase política mexicana en su mayoría y con sus honrosas excepciones son así, yo prefiero a la raza de bronce porque sí me observo en el espejo mis rasgos coinciden más con los de todos nosotros.
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