Helsinki, Finlandia. 16 de julio de 2018. Con su típica cara de quien no rompe un plato, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, menciona: “Hablando de tener la pelota en nuestra cancha, el presidente Trump ha dicho que hemos concluido exitosamente el Mundial de Fútbol”. El líder ruso se acerca para recibir el esférico oficial de Rusia 2018 y agrega: “Así que quiero entregarle este balón”. Luego, clavando sus gélidos ojos azules en su interlocutor, termina: “Ahora, la pelota está de su lado, más aún porque Estados Unido será anfitrión del Mundial del 2026”.
Sorprendido, el mandatario estadounidense esboza una tímida sonrisa y comenta: “Es muy amable. Irá para mi hijo Barron, no hay duda”. Luego, añade: “Gracias, Melania, ahí te va”. Trump arroja la pelota a su mujer.
Horas más tarde, el musculoso histrión Arnold Schwarzenegger, indignado por el comportamiento de Trump, subió un comentario a su cuenta de Twitter, en donde afirmó: “Tu conferencia de prensa con Putin fue vergonzosa. Te quedaste como un pequeño fideo mojado, un simpatizante”.
Las escenas arriba mencionadas sirven como prólogo al presente artículo, el cual pretende explicar por qué la primera reunión cumbre entre Vladimir Putin y Donald Trump pareció, por momentos, la revancha de un exagente de los servicios secretos soviéticos, la KGB, sobre sus antiguos rivales.
En 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos y la Rusia soviética, antiguos aliados contra la Alemania nazi, emergieron como rivales geopolíticos. Para tratar de detener el expansionismo soviético, la Unión American, en conjunto con Canadá y los europeos, creó a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
La OTAN, en las palabras de su primer secretario general, el diplomático y militar británico Lord Hastings Ismay tenía por verdadero objetivo: “Mantener a los ruso afuera, a los americanos adentro, y a los alemanes abajo”.
Sabiendo que una confrontación directa con la OTAN resultaría en la Tercera Guerra Mundial, los soviéticos eligieron llevar a cabo una guerra secreta. La punta de lanza en esta confrontación sería el Comité para la Seguridad del Estado mejor conocido por su acrónimo de KGB, la espada y el escudo del Partido Comunista soviético.
En 1967, Yuri Andrópov se hizo cargo de la KGB. Andrópov tuvo dos objetivos principales: evitar el desviacionismo ideológico en las naciones del bloque soviético y romper la alianza de la OTAN. Para lograr el segundo objetivo, la KB realizó “operaciones políticas y sicológicas apuntadas a minar la voluntad de Occidente”1.
En este guerra librada en las sombras, los principales adversarios de la KGB fueron: la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, y el Servicio de Inteligencia Secreto británico, el MI-6.
En agosto de 1985, un joven mayor de la KGB llamado Vladimir Vladímirovich Putin fue enviado a la irónicamente nombrada República Democrática de Alemania. Putin pronto destacó por su ética de trabajo en cuestiones relacionadas con: operaciones de inteligencia y contra-inteligencia, y análisis político-estratégico.
Sin embargo, los vientos reformistas impulsados por Mijaíl Gorbachov cimbraron a la Unión Soviética y a sus satélites provocando, en noviembre de 1989, la caída del Muro de Berlín. En Alemania Oriental, Putin presenció el desplome del Imperios soviético pues “una enfermedad incurable, letal llamada parálisis, la parálisis del poder”2 se había apoderado de Moscú.
A continuación siguieron años de humillación y miseria: la desintegración de la Unión Soviética, la guerra en Chechenia, la crisis del rublo en 1998. Parecía que Rusia desaparecería. Sin embargo, Putin, tras haber ascendido en la escalera del poder, se echó a cuestas la titánica tarea de restablecer la gloria y el poderío de Rusia.
Chechenia y el sometimiento de los oligarcas fueron las señales de lo que vendría. Luego, apuntalado por los precios del petróleo, pagó la deuda externa y reorganizó sus fuerzas armadas. A continuación, vendrían las guerras en: Georgia, en 2008; la anexión de Crimea y la división de Ucrania, en 2014; y la intervención en Siria, en 2015.
Mientras tanto, los Estados Unidos, en su complacencia, llevaba al poder a individuos “con almas de ganso que llevan formas de hombres” (William Shakespeare dixit) como el imbécil George W. Bush, el tejano tóxico, o el timorato Barack Hussein Obama, quienes con sus errores estratégicos en Afganistán, Irak y Siria y su manejo de la crisis financiera de 2008-2009, aceleraron el surgimiento de China y la resurrección de Rusia.
En 2015, como una Deus ex machina racista y xenófoba, entraba al escenario político el magnate inmobiliario, Donald Trump. El neoyorquino siempre manifestó durante la campaña presidencial su admiración por Vladimir Putin. Asimismo, emergió la versión, propalada por los demócratas, de que los rusos tenían un Kompromat (“material comprometedor”) sobre las visitas realizadas por Trump a Moscú, en 1987 y 2013, y de que agentes de inteligencia rusos apoyaban al equipo de campaña del ex conductor de Reality Show.
En los días previos a la reunión con Putin, Trump declaró: “Alemania es una rehén de Rusia porque obtiene mucha de su energía de Rusia”; “El Reino Unido debería demandar a la Unión Europea”; “Creo que la Unión Europea es un enemigo por lo que nos hacen en comercio”. Estas declaraciones escandalizaron a propios y extraños, pues contribuían a fomentar la desunión entre los estadounidenses y los europeos, un objetivo largamente acariciado por los rusos.
Ya durante la conferencia de prensa, Trump otorgó más crédito a Putin que a sus propios servicios de inteligencia. Ello a pesar de que 12 operadores de la inteligencia militar rusa, la GRU, habían sido acusados en la víspera de intervenir en el proceso electoral de 2016.
Por todo ello, el escribano concluye: ayer, ante los ojos del mundo, el presidente de los Estados Unidos Donald Trump, acostumbrado a avasallar a líderes como Enrique Peña Nieto, fue humillado por el antiguo coronel de la KGB, Vladimir Putin, “un bolchevique”, quien “sabe que puede conquistar vastos territorios sin grandes ejércitos”3.
Aide-Mémoire.- El número de funcionarios estadounidenses de primer nivel enviados a reunirse a México significa una cosa: los Estados Unidos quieren descifrar al enigmático AMLO.
1. Clancy, Tom. Tormenta Roja. Ediciones Altaya, México, 1993, p. 42
2. Lee Myers, Steven. The New Tsar: The Rise and Reign of Vladimir Putin. Alfred A. Knopf, New York, 2015, p. 50
3. Kaplan, Robert D. In Europe´s Shadow: Two Cold Wars and a Thirty-Year Journey Through Romania and Beyond. Random House, New York, 2016, p. 154.