Tres semanas apenas han pasado desde la elección presidencial y lo único que sigue quedando claro es que asistimos a un sismo de consecuencias aún insospechadas. Por supuesto podría equivocarme, pero por las señales actuales, si tuviera que apostar, apostaría que Andrés Manuel López Obrador será simplemente un presidente como tantos otros. El sismo, creo yo, terminará transformando más nuestra política en el sentido electoral -a corto plazo- que en el sentido de ejercicio de gobierno -que requiere un largo camino-.
Lo que parece claro es que necesariamente habrá una transformación. Cuando participamos de un juego, la única capacidad de evaluación sobre la otredad, si es mejor o no, y por tanto la forma de establecer la estrategia, es conocer a la perfección las reglas y entender qué virajes podremos esperar del juego. En la política solía creerse, o al menos se presumía que se conocía el juego. Después de estas elecciones será difícil de entender. Vivimos en un mundo en donde se anticipaba un cambio electoral (aunque no ganó el voto popular, Trump era ya una advertencia). En México, el juego habrá necesariamente de cambiar, pondero, después de estas elecciones. Para quienes conocen un poco del sistema electoral no es secreto el asunto de las estructuras, el sistema de, generalmente, mujeres, amas de casa, líderes de colonias o zonas que apoyan en la difusión y movilización para el voto. He sostenido por mucho tiempo que ese sistema habrá de colapsar. En primer lugar, porque se ha “profesionalizado” a tal grado que hay líderes que son disputadas por diferentes partidos y su posición de poder suele ser espesa: varias de estas líderes llevan años “trabajando” para dos o tres partidos diferentes. Ese sistema habrá de colapsar porque se volverá incosteable por su escalada, que a la postre requerirá una tregua entre los propios partidos, un pacto de racionalidad: ¿cuántos de los votos promovidos, cuántas de las personas movilizadas, cuántas de las despensas entregadas, cuántos de los votos comprados terminaron reflejándose realmente en la boleta?
Morena pareció desafiar el sistema electoral tradicional, ya que es evidente que un partido tan joven no puede tener estructura. En buena medida, por supuesto, millones de ciudadanas y ciudadanos salieron por voluntad propia a buscar un cambio en el sistema político mexicano este primero de julio, pero sería ingenuo no pensar que hubo también una buena parte de esos votos que emergieron de estructuras ya conformadas de otros partidos políticos. Esta debacle del mantenimiento de las estructuras tendrá que alertar de manera definitiva a los partidos políticos a buscar otras prácticas, porque se desnudó como nunca el famoso adagio de nadie sabe para quién trabaja.
Otra cosa nueva de este nuevo juego es la contundencia y omnipresencia del presidente electo, superando con creces al presidente aún en turno. Es verdad que Peña Nieto hace buen rato se acabó sus réditos y que ese vacío de poder, aunado a la indiscutiblemente poderosa presencia de López Obrador y su también indiscutible ansia de protagonismo, lo han llevado a parecer ya el presidente en funciones desde la noche del primero de julio. Esto es atípico. El desgaste que está teniendo es absolutamente gratuito. ¿Por qué? Pondero que no podrá ganar más adeptos de los que ya tenía, en otras ocasiones algunos punteros en plena elección incluso han declinado ir a debates porque “tienen más que perder que ganar” y no se entiende por qué en vez de disfrutar de la luna de miel post-electoral, su presencia arriesga cinco meses antes de la presidencia parte de los enormes créditos con los que llega. De hecho, entre sus cincuenta puntos para su gobernanza y combate a la corrupción, el escándalo del fideicomiso, y otras nuevas batallas que libra -pondero, a destiempo-, veo un próximo presidente que se dedica, por adelantado, a generar aplausos gratuitos -pues ya los tenía de sus incondicionales- y críticas adelantadas no sólo de quienes no votaron por él. El nuevo juego implicará también, dimensionar como nunca la diferencia entre hacer campaña y de hecho ejercer el poder. Hoy que se habla tanto de la post verdad considero que asistimos a una pre-verdad que se gesta intencionalmente en las campañas políticas con miras únicamente electorales. No quiero decir con lo anterior que Andrés Manuel haya sostenido su campaña con mentiras, muchos de los cincuenta puntos son coherentes con su planteamiento (algunos verdaderamente generadores de esperanza) pero ello no contradice que una realidad distinta será el ejercicio de facto.
Un resumen rápido para fortalecer mi punto sobre la extrañeza que debería representarnos este nuevo juego (por supuesto a revisión y digno de crítica): AMLO, visto para las mayorías como una opción de izquierda, se unión con el partido ultra-conservador (que por cierto, perdiendo el registro, ¡será la tercera fuerza en las cámaras!); el PRD y Movimiento Ciudadano salieron debilitados de su alianza con el PAN (partido tradicionalmente identificado con las derechas) aún cuando Anaya “traicionó” mucho más el conservadurismo panista que el liberalismo de estos partidos. Meade, visto sin apasionamientos, fue un candidato destacado, probablemente el que más equilibrio tenía entre experiencia y una agenda consistente con el partido que representaba, pero la animadversión por su color terminó dándole un resultado catastrófico. Ahora, seremos gobernados por un partido (que en términos tradicionales no lo es) que tendrá, en términos pragmáticos, el control absoluto de las cámaras y no sólo eso, el poder de imponerse sobre instituciones autónomas que, a mi juicio, habían resultado altamente beneficiosas para el país. La “fiscalía electoral” que propone Andrés Manuel debilitará (o al menos condicionará, como nunca, desde la presidencia al INE); los recortes presupuestales a magistrados también dan un mensaje de imposición presidencialista; no digamos ya los nuevos coordinadores estatales que parecen poner en entredicho la toral autonomía que un estado debe de tener en una Federación.
Hay quien dirá que no podemos hacer crítica por adelantado, pero es que en este nuevo juego el ejercicio ejecutivo parece también adelantado. Leo los cincuenta puntos y algunos me causan cierta sonrisa socarrona: aquellos que parecen meramente mediáticos “que nadie llegue borracho a las oficinas” (ajá, como si eso estuviera hasta ahora permitido); que se prohíba la opacidad de los fideicomisos (mientras tachan de “compló” el señalamiento al oscuro mecanismo del fideicomiso de Morena que parece fue utilizado con fines electoreros y electorales); pero también, es cierto, encuentro otros que me llenan de alegría genuina, como la desaparición de los fueros y muchas políticas de austeridad sobre canonjías que pondero jamás debieron existir.
Sería soberbio o sin más ingenuo pensar que podemos leer, entre los signos actuales, lo que verdaderamente pasará en los próximos seis años. Yo, como he dicho antes, deseo lo mejor: ojalá porque éste sea el cambio que México necesitaba, o si no hay cambio significativo alguno, si resulta ser una nueva cara del mismo viejo sistema, porque ésta sea la sacudida que lo reinvente, que haríamos mal en ignorar, estaba rancio hace algunos años.
/Aguascalientesplural | @alexvzuniga