La política, como la opinión pública, es un fenómeno rápidamente cambiante y por tanto cortoplacista. Quién saborea las mieles del poder se aferra al cargo con ansia y quién anhela probarlas pugna por llegar. Esta hipótesis explica la mayoría de conflictos que se dan al interior de los partidos: no renuncian los que pretenden aferrarse y exigen renuncias los que quieren llegar.
De ahí, que ante las derrotas los análisis y explicaciones de los dirigentes políticos tengan más que ver con su egoísta pugna de poder que con una visión real y acertada de la situación. Eso explica la cantidad de tonterías que podemos escuchar de dirigentes políticos para justificar derrotas: voto diferenciado, operación de gobernadores, fuego amigo, etc.
La reconfiguración necesaria de los tres grandes partidos tras el 1 de julio va a estar condicionada por esta lógica. Especialmente para PRI y PAN quienes cuentan con muchos menos espacios públicos que Morena para acomodar las aspiraciones políticas, laborales y económicas de sus cuadros, algo que posiblemente los conduzca a una lucha fratricida.
En el caso de Morena el reto consiste en pasar de la ética de los principios a la ética de las responsabilidades, lo que necesariamente va a generar contradicciones e incumplimientos. El partido mayoritario además deberá gobernar con personas sin experiencia política o de gobierno, e incluso con candidatos que jamás esperaron ganar la elección. Sin embargo, la corrección política y la sensatez obligan a conceder un mínimo de 100 días en el ejercicio del cargo antes de evaluar al gobierno. Aún así, pareciera que en el caso de los morenistas hidrocálidos los buenos resultados les quedan grandes y no son capaces de administrarlos. En las últimas semanas asistimos a un espectáculo de denuncias, acusaciones e incluso solicitudes de arresto entre sus dirigentes, donde destaca la sinrazón de Guadalupe Martínez, quién lejos de asumir su derrota electoral, pretende culpar a terceros de su propia incapacidad. Aún no alcanzan gobierno en Aguascalientes y el arribismo ya hace estragos.
En el panismo nacional todo indica que la guerra interna será menos sangrienta de lo que se anunciaba el día 2 de julio. Finalmente, el anayismo no ha sido capaz de aguantar el embate de los gobernadores y Damián Zepeda tuvo que renunciar a la dirigencia del partido a pesar de sus múltiples declaraciones en sentido contrario. Más que renunciar a Zepeda lo renunciaron. Con este movimiento se impone la sensatez de los gobernadores y el panismo pone fin a la ambición desmedida de Ricardo Anaya. Falta ver la afectación local de estos movimientos nacionales. Pareciera que la alcaldesa Teresa Jiménez, cercana a Anaya, pierde enteros en la mesa nacional de su partido que gana el gobernador Martín Orozco. Sin entrar en especulaciones, la candidatura del PAN a la Presidencia Municipal de Aguascalientes en 2019 no es segura para Teresa, los orozquistas están en condiciones de pelear esa posición. ¿Amagará ella con ir a Morena como ya hizo su predecesor? El tiempo lo dirá.
Donde no han entendido absolutamente nada es en el Revolucionario Institucional. Tras el mayor varapalo de su historia y con un electorado harto de las viejas formas de hacer política, insisten en dejar al frente de la formación a Claudia Ruiz Massieu. Es decir, alguien apellidado Ruiz Massieu Salinas será la responsable de dirigir la refundación del partido. No es chiste. En resumen, el priismo nacional ha apostado por simular una refundación en lugar de afrontarla. Pero el gran mal del PRI contemporáneo no es la simulación, que también, es la disciplina de sus bases. La disciplina que antaño les otorgó tan buenos resultados electorales hoy es un impedimento para que sus bases lideren una revolución al interior del partido que transforme realmente el instituto político. La generación de entre los 30 y los 40 años debe ser la protagonista de la refundación del PRI, pero para lograrlo deben romper el techo de cristal y enterrar a sus padres políticos que son los responsables de la situación actual.
La situación del priismo local es aún peor. Aguascalientes enfrenta en 2019 una elección a Presidentes Municipales y los históricos electorales nos dicen qué para ganar la gubernatura, cualquier partido debe ganar antes la alcaldía en la elección intermedia. En consecuencia, lo que realmente se juega el PRI el próximo año es la gubernatura y lo hace con nulas posibilidades. Si para el priismo nacional su refundación es importante para el priismo local es urgente: hoy el PRI de Aguascalientes no es competitivo. Pero al igual que Ruiz Massieu, Enrique Juárez no puede liderar esa transformación: ninguno de los dos representa la nueva forma de hacer política que demanda la sociedad, más bien todo lo contrario. Sin embargo, ambos se aferran al cargo pensando que con esto del mundial “dimitir” debe ser un nombre ruso.