1 de julio en la casilla o cómo ser funcionario electoral y no morir en el intento - LJA Aguascalientes
21/11/2024

El llamado

Un día llegó un sujeto a mi casa: las axilas húmedas, los labios resecos y la piel enrojecida por el sol. Traía logotipos del INE. Me preguntó sin ánimo que si ahí vivía un tal Omar Ramos y le contesté que era yo, entonces el semblante le cambió a uno más amable: pues qué crees, advirtió como para darme una noticia difícil de digerir, te tocó ser funcionario de casilla, y me miró como pidiéndome perdón. 

Probablemente sí, ser Capacitador Asistente Electoral (CAE) ha de ser de lo peor como cuentan las experiencias de algunos. Otro día hablaba con una amiga lejana, me platicaba que era CAE y que era una chinga. Había que ir de puerta en puerta a convencer a la gente de hacer ciudadanía. Que a veces le cerraban la puerta; que se escuchaba que apagaban la tele y se veían sombras caminar a tientas detrás de las ventanas; que tenía que evadir perros como una profesional; y que cuando se lograban notificaciones efectivas (que encontraban a la persona o que la persona no fingía su propia muerte o desaparición) agradecían de mil amores que les abrieran la puerta, que los dejaran pasar, que los trataran como gente, pues.

Por eso, cuando esa persona llegó a mi casa y preguntó por mi nombre, lo invité a pasar y le ofrecí agua. La bebió de un solo trago. Le expresé algunas dudas: los sorteados para ser funcionarios de casilla fueron extraídos de la lista nominal con apellido paterno F y nacidos en febrero o marzo, y yo soy Ramos. La explicación de por qué me tocó fue sencilla: los seleccionados con los primeros requisitos o no se localizaron o no quisieron participar.

Acepté participar, me explicó algunas cosas para el proceso y quedamos de vernos algunas veces más antes de las elecciones. Le pregunté si aún le faltaba mucho por hacer y expresó que sí, que parecía que siempre era el primer día de trabajo.

 

El simulacro

Otro día nos reunimos los funcionarios para fingir que simulamos los procedimientos que ya nos han repetido y que -se supone- leímos en manuales a todo color y videos con dibujitos animados.

Las explicaciones se interrumpían constantemente por preguntas como “¿nos van a pagar?”, “¿por qué no está la urna para gobernador?”, “¿nos hace algo el gobierno si ese día no llegamos?”, “¿por qué salen juntos el PAN y el PRD en las boletas?”, “¿nosotros sí vamos a poder votar?”, “¿cuánto nos van a pagar?”. La insistencia fue esa: por qué no había urna para gobernador, porque a una señora le habían dicho que se iba a votar por gobernador y había visto en la tele candidatos para gobernador. Se les respondía con paciencia que sólo los CAE han desarrollado.

El simulacro se centró en qué hacer si llega alguien borracho o si alguien quiere votar, pero ya tiene la mancha en el dedo (ese cómico episodio nos llevó más de media hora y, spoiler: nunca ocurrió); luego de casi dos horas nos quedaron claras algunas cosas: supimos armar casillas y cancel, reconocimos cómo serían las boletas válidas y ensayamos el mecanismo para el conteo.

Pasadas dos horas y medias del simulacro, quien sería la segunda secretaria preguntó: oiga, ¿y todos los papeles que me van a tocar a mí, qué se les va a hacer? La explicación fue rápida: se va a meter en bolsitas así y asá; lean por favor, esa es la clave, leer lo que se pide; ah, y se van a entregar los paquetes electorales a tal domicilio. ¿Las tenemos que llevar nosotros?, preguntó quien sería la segunda secretaria. Sí, los segundos secretarios llevarán los paquetes electorales del IEE y los presidentes de casilla los del INE.


Luego de algunas otras precisiones que apelaban al sentido común, la muchacha dio las gracias y luego nos despedimos todos poco a poco. Esa fue la última vez que vimos a la chica y a otros más.

 

El día de las elecciones (en sus marcas, listos…)

La mesa directiva de casilla (los funcionarios, pues) se integraron en está ocasión por seis personas: presidente de casilla, primer y segundo secretario, y el primer, segundo y tercer escrutador.

El día de las elecciones debimos asistir, desde las 7:00 de la mañana, este cuadro más tres personas que suplirían a los escrutadores en caso de que alguien faltara.

Del primer cuadro sólo asistimos la presidente, primera secretaria y tercer escrutador. La mitad. De los suplentes llegaron dos, se les notificó que se tendrían que quedar y uno hizo una expresión repentina de que algo le dolió, hizo ese rostro que hicimos cuando le metieron el primer gol a México; porque a él le dijeron que como tercer suplente nomás iría a ver que estuvieran todos y se regresaría de nuevo a la cama, y hasta en la mañana antes de salir todavía se preguntó si iba a ser necesario salir. Habló por teléfono a alguien: qué crees, siempre sí me voy a quedar.

Probablemente sí, ser CAE ha de ser de lo peor. Para las 8:00 de la mañana, apenas habíamos instalado cancel y urnas, nuestro CAE no había encontrado reemplazo para el tercer escrutador que nos faltaba y los observadores (sobre todo uno que, para la primera secretaria pasaría a la historia como Don Meche) señalaron que debíamos estar completos antes de arrancar.

Me asomé a la ventana, cerca de 50 personas ya habían hecho fila para ingresar. Me alegré de ver a tanta gente, luego me cayó el veinte de que yo los estaría nombrando uno a uno por nombre y apellidos durante diez horas.

 

Las elecciones

Arrancamos a las 8:30. Una señora que iba a votar se quedó a suplir sólo si era verdad que nos iban a dar dinero.

La primera fila, la más larga, dejó de ser concurrida hasta la 1:00 de la tarde. Ni funcionarios ni observadores habíamos desayunado y se hacía notar en los rostros. Nos ofrecieron botellas de agua y galletas de surtido rico. Ahora sí que nos traen a pan y agua, dijo una señora y nos reímos más o menos.

Puntos destacados, aunque aburridos:

  • El poder de las fake news: fue impresionante la cantidad de personas que llevaban su propia pluma o pedían una para marcar su boleta.
  • Un hombre ingresó al cancel y recibió una llamada, la atendió y mantuvo una conversación durante unos minutos hasta que la presidente exigió que concluyera su voto.
  • Una persona ingresó a casilla y alcanzó a realizar un voto, pero no estaba en el padrón, se anuló.
  • La frase más repetida durante el día fue: señor, señora: su credencial. La segunda: me repite el nombre y número, pronunciada por Don Meche, que no se le quiere ir ninguna persona sin registrar.

A las 6:00 en punto se cerró la casilla. La secretaria uno comienza a despedirse, a ella le dijeron que se podía ir a las 6:00 y se va a ir porque debe entrar a trabajar. El CAE le pide que por favor concilie con su jefe. Le marcan al jefe, se niega y agrega que si no va, le descuentan el día. Quedábamos cinco, estábamos cansados y aún faltaba mucho por hacer.

 

Conteo de votos

Hay diferentes maneras de desdoblar, ordenar y contar las boletas: en cuclillas, hincado a una y dos rodillas, con las sentaderas al suelo, boca abajo, de pie; en parejas, uno solo; en voz alta, en voz más alta por favor… Las practicamos todas.

Al desdoblar las boletas, me dicen que ahorita no me fije en qué dice, para avanzar rápido… pero me fijo: parece que la mayoría apunta a uno. Al acomodarlas por partido, nos dicen que no las contemos… pero es notorio que hay un montoncito más grande al de los demás. En mi casilla, contarlas fue sólo por tener un número.

Don Meche era del partido con otro montoncito. La desilusión se le sale en voz alta, dice que nos va a llevar el carajo. Otra contesta: ni modo, es al que queremos.

 

La entrega

En mi casilla terminamos los paquetes electorales hasta casi las 11:00. Pasa un Tsuru blanco por dos de nosotros, los que tenemos las boletas locales. Ya hay tres personas arriba: conductor, asistente y alguien de otra casilla. Cabemos justos los cinco.

El asistente recibe una llamada de alguien que está furioso porque no pasan por otros dos secretarios. Contesta con paciencia que solo los asistentes electorales han desarrollado.

Después de algunos arreglos queda en llegar por los faltantes a otra colonia. Ya somos una amalgama de extraños a bordo, nos preguntamos que quién ganó su casilla. Las respuestas son las mismas.

Ya solo será entregar esto y el trabajo estará hecho. Vamos por una carretera oscura –nos tocó entregar más allá del tercer anillo. Creo que el asistente dice algo, yo voy cabeceando.

Poco antes de llegar, el chofer dice que dará una vuelta en contra para acortar tiempo. Aparece una patrulla de tránsito, suponemos que no nos dice nada por tener logotipos del IEE. No se preocupen, ya tenemos amnistía, bromea el chofer. Nos reímos más o menos.

Luego de entregar, los asistentes nos regresan a las casillas. Miro al CAE: las axilas húmedas, los labios resecos, la cara se le cae de cansancio. Nos dice que eso sería todo, nos agradece y de nuevo parece más bien una disculpa.

Camino de nuevo a casa. Las calles me parecen igual que todos los días.


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Omar Tiscareño

Omar Tiscareño. Editor de La Jornada Aguascalientes. Colabora en la columna semanal Águila o Sol. Enseña español a extranjeros. Tiene fijación por la lingüística, la fotografía y la otredad. Le gusta nadar cuando llueve.

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