Con la prisa de tener que procesar mis notas siendo reportero de radio, desciendo las escaleras centrales de Palacio de Gobierno de Aguascalientes, voy ya con un poco de retraso a la que era la oficina de noticieros Radio Grupo que estaba a unas cuadras de ese lugar sobre la avenida Francisco I. Madero, entonces comenzaba la década de los noventa y la Feria Nacional de San Marcos tenía días de haber terminado.
Sobre un andamio colocado frente al muro del lado derecho de la puerta principal pintaba solitario Oswaldo u Osvaldo Barra Cunningham (sigo teniendo la duda respecto a cómo era su nombre), debo confesar que siempre, aunque tuviera mucha prisa, me detenía a verlo por un momento y en más de una ocasión conversábamos por unos minutos que a veces se alargaba por una hora. El muralista chileno, delgado, medio calvo y siempre amable tenía una memoria prodigiosa.
Tengo presente la imagen de Osvaldo Barra, el talentoso artista plástico chileno que creó en dos etapas los murales de Palacio de Gobierno en los que se describe el pasado y el entonces presente de Aguascalientes. Lo recuerdo de pie sobre el andamio pintando sobre uno de los muros el rostro del entonces gobernador Miguel Ángel Barberena Vega rodeado de funcionarios, nunca le pregunté lo que sentía al pintar a esos personajes que lo habían contratado y ahora debían estar incluidos en el conjunto pictórico.
Las conversaciones usualmente eran casi un resumen de lo que había reporteado esa mañana, eran charlas breves, pero siempre muy animadas, luego debía ir a la oficina, regresar a casa para comer y llegar a tiempo a mis clases como alumno de licenciatura en Medios Masivos de Comunicación en la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
En otros momentos de esas charlas, Osvaldo me compartió su experiencia y orgullo de haber sido discípulo de mi paisano Diego Rivera a quien tanto admiro, Barra me hablaba de su estilo de trabajo, de lo que vivió como asistente del que fue por mucho tiempo su maestro.
En más de una ocasión me invitó a reflexionar sobre lo trascendente de retratar el pasado y el presente para dejarlo a futuras generaciones como una fotografía de quiénes fuimos y de los que entonces éramos, es finalmente la oportunidad de vernos ahí para decidir el rumbo que debemos tomar en el futuro de acuerdo a lo colectivamente vivido.
En mi infancia durante unas vacaciones de verano en Aguascalientes, el mayor de todos mis hermanos me llevó una vez a ver los murales de Osvaldo Barra antes de tomar un vaso de agua fresca en El Parián. Los murales se ven más grandes mientras más niño eres y esos se veían enormes, el pintor los había realizado en 1961 por encargo del entonces gobernador Luis Ortega Douglas. La intensidad de sus colores, las expresiones con tanta vida de los personajes y esa sensación de movimiento en cada una de sus partes me atraparon. Solamente los murales de la Alhóndiga de Granaditas elaborados por el maestro guanajuatense José Chávez Morado a quien también conocí me había causado tanta emoción e inquietud, en ambos casos se puede sentir en sus obras la presencia insustituible de Diego Rivera.
Algo muy diferente se observa en los murales realizados a partir del último año de la década de los ochenta en los que percibo espacios más abiertos, texturas diferentes en los colores elegidos. Esos espacios abiertos ahora los puedo sentir como silencios, qué deseaba callar Osvaldo Barra en esa segunda etapa de los murales, qué nos decía finalmente con eso, lamento no tenerlo ahora cerca o encontrarnos sobre la calle Pedro Parga por donde entonces vivía para preguntarle, seguramente con su sencillez habitual hubiera contestado.
Osvaldo Barra quien nació en la sureña ciudad de Concepción en Chile en el año de 1922, falleció en la Ciudad de México a mediados de mayo de 1999, yo para entonces lo había perdido de vista, entonces me desempeñaba como corresponsal regional del Grupo Reforma con sede de operaciones en Guanajuato y volvía de vez en vez a Aguascalientes. Desde aquellos años usualmente sin perder oportunidad, al ir a Palacio de Gobierno me detengo a observar un par de minutos los murales de su segunda etapa y recordarlo sobre el andamio pintando tal vez el rostro de alguno de los convencionistas revolucionarios.
Ahora recorro en la memoria los murales de Palacio de Gobierno, los invito volverlos a ver y disfrutarlos, a reflexionar con ellos sobre nuestra Historia, nuestra identidad y las transformaciones sociales que hemos emprendido a lo largo de los años y de las transformaciones necesarias para alcanzar un futuro diferente para cada uno de nosotros, para nuestro pueblo.