No será la primera vez que defiendo el alza en los impuestos. Ese tema que causa escozor entre todas las clases sociales, pero que es imperante para un Estado de bienestar. Sostengo que deberíamos incluso desconfiar de las propuestas de no subir ninguno y más aún bajarlos o desaparecerlos.
Vista la historia de nuestro país, es normal la desconfianza y rencor que tenemos a la clase política, pero que esas razones sean válidas, no implica que la forma intuitiva o popular de solemos tener para resolver los problemas sea la correcta. Aunque esto sea bastante impopular, no hay contradicción alguna en señalar, por un lado, que las reformas estructurales son en sí mismas deseables para el país, y por otro, que su implementación ha sido inadecuada.
El recurso para gasto público es fundamental. Cosa aparte, por supuesto es discutir su uso y, por supuesto, su redistribución. ¿La recaudación es indeseable por sí misma? De ninguna manera. ¿La corrupción, la ineficiencia, la dilapidación de los recursos públicos lo es? Por supuesto. Pero no podemos combatir un error con otro, a pesar de que la tentación sea grande. No se derrumba una casa por las fugas de agua, se busca cómo encontrarlas y arreglarlas.
La reforma hacendaria, por ejemplo, tiene virtudes innegables, inclusive los impuestos al consumo de productos como el refresco y los cigarros, por ejemplo, son dignos de vítores sin más: que los que más tienen contribuyan más al recurso público, dado que el consumo de ciertos productos, como los señalados, no sólo son parte de un lujo ciudadano que permite la captación de riqueza para beneficio público, sino que tienden, a generar en sí mismos, a largo plazo, justamente gasto público en el sistema de salud.
El tema que suele encender la discusión es el de los combustibles ¡cómo es posible que apenas hace 8 años la gasolina costara la mitad de lo que cuesta hoy! Parece incontrovertible que todos pagamos demasiado. Bueno, no exactamente. De hecho, siempre hemos pagado lo que la gasolina cuesta. El libre mercado, odiemos el término, nos asuste o no, funciona en el mundo y no hay forma de que nos engañemos pensando que las cosas pueden costar menos de lo que el mercado indique que cuestan. La clave está en el subsidio. Veamos el ejemplo prístino: durante el sexenio de Felipe Calderón, la gasolina Magna aumentó su valor de venta en un 60%, yendo de $6.74 a $10.80 pesos por litro. El valor de venta, sin embargo, no implica su valor de producción o compra, y esto se puede ver claramente si dimensionamos que el costo de subsidio gubernamental fue de $620,000 millones de pesos. Esto es casi el mismo monto que el gasto público en educación el primer año del sexenio del propio presidente.
Nos engañamos cuando pensamos que mantener un subsidio es lo mismo que no pagar o que no nos cueste. En sentido estricto, de hecho, nos cuesta más, ya que todas y todos, sin excepción, tengamos auto o no, tengamos una moto o un auto de lujo de 12 cilindros, pagamos para que la gasolina esté barata. Esto se conoce como efecto regresivo, aunque parezca contraintuitivo al final del día, quien más tiene, termina, en términos absolutos, pagando menos o gozando más del beneficio. El ejemplo es sencillo y lo he puesto antes: si A carga $200 de gasolina semanales con su motoneta y B en cambio $1000 con su camioneta de lujo, en un escenario donde se subsidia el 50% del precio de la gasolina, B terminará disfrutando de $4000 pesos de subsidio al mes y A, de 800.
Dirán por supuesto que en términos absolutos a A no lo debe importar si B está subsidiado o no, porque esos $200 semanales son una gran diferencia, pero en el esquema grande de las cosas, en realidad es un contrasentido, debido a que debilitamos otros sistemas donde la inversión pública es prioritaria, como la educación o la salud. Por lo demás ¡quien no tiene auto también debe pagar por gasolina, al pagarla a través del subsidio! Eso parece absurdo y lo es. Anticipo el reclamo: ¡pero, aunque alguien no tenga carro se ve afectado si la gasolina sube, porque todo sube! Bien: entonces busquemos el acento correcto. ¿No será entonces viable tener un subsidio a transportistas de canasta básica, por ejemplo? ¿No será más viable invertir en infraestructura pública, en carreteras para que la gasolina sea más barata de distribuir y la competencia sea más deseable? ¿No será mejor subsidiar, en todo caso, el transporte público para volverlo digno y deseable? Muchas opciones hay antes de que debamos pagar de manera indirecta por la gasolina. Incluso los que menos tienen, incluso los que no tienen siquiera auto.
El aumento de impuestos ha sido históricamente una defensa de las izquierdas. Dirán algunos que esto es por el deseo de tener un Estado grande y poderoso, pero sostengo que se puede mantener un estado mínimo, pero con una recaudación buena y con una distribución eficiente. Tal vez debemos involucrarnos más en cómo y en qué se gasta el recurso público antes de buscar la manera que ese recurso se disminuya.
/aguascalientesplural | @alexvzuniga